La OTAN, la oportunidad que no debemos perder
España ha ido integrándose paulatinamente en las estructuras internacionales, saliendo del aislamiento en el que nuestra reciente historia nos había sumergido. La Cumbre de Madrid es una nueva oportunidad para afianzar nuestro papel en ese concierto
La ausencia española en las dos guerras mundiales de siglo XX (1914-1918 y 1939-1945) y sobre todo la larga dictadura del General Franco (1939-1975) propiciaron un prolongado aislamiento de España que, si en lo político se tradujo en su ausencia de los principales foros internacionales, en lo económico significó un régimen de presunta autosuficiencia conocido como “autarquía” que sólo a partir del Plan de Estabilización de 1959 comenzó a abrirse.
Esta situación de aislamiento tuvo en 1953 su primera ruptura mediante la firma de dos importantes acuerdos: el Concordato con la Santa Sede y el Acuerdo de Ayuda y Cooperación con los Estados Unidos. Sólo a la muerte de Franco, y gracias a la iniciativa y el liderazgo del Rey Juan Carlos I, España comenzó a abrirse al mundo y el mundo a aceptar a España. Fue una tarea lenta y trabajosa a pesar de que el Rey le imprimió la mayor celeridad posible. Ya no había vetos, sino aceptación. Las lanzas se trocaron cañas.
Para la sociedad española, la mayor necesidad y urgencia era la entrada en las entonces denominadas Comunidades Europeas. No era sólo el deseo de una mayor normalidad y de un mayor bienestar, sino también la necesidad de huir de nuestro propio pasado. Ortega y Gasset había dicho: “España es el problema; Europa la solución”.
Con la muerte de Franco y la proclamación del Rey Juan Carlos dio comienzo un proceso histórico de singular transcendencia: la llamada “Transición”. En apenas 3 años, España pasó “de la ley a la ley”, de ser una dictadura a ser una democracia constitucional, para admiración de propios y extraños.
España ha sido un socio activo y leal de la Alianza Atlántica, tanto como el que más, si bien su contribución económica ha sido y continúa siendo muy baja lo que obligaría, a mi juicio, a una corrección en el corto plazo
En 1981 nuestro pasado cainita pareció reaparecer con el frustrado golpe de estado de 23 de febrero acaecido precisamente durante la votación en el Congreso de los Diputados para elegir a Leopoldo Calvo Sotelo, como sucesor de Adolfo Suarez en la Presidencia del Gobierno.
Fue precisamente bajo la presidencia de Calvo Sotelo, sin duda el más culto y mejor preparado de los presidentes de la democracia española, cuando el gobierno solicitó la entrada de España en la Alianza Atlántica y no pudo darse más prisa en hacerlo puesto que el propio 25 de febrero del 81 así lo anunció en su Discurso de Investidura. La incorporación tuvo lugar el 30 de mayo de 1982, siendo España el decimosexto país en incorporarse a la OTAN.
La decisión de Calvo Sotelo fue una decisión difícil y valiente pues una gran parte de la población española no era partidaria del ingreso en la Alianza. También era una decisión necesaria si queríamos por un lado estabilizar nuestra democracia y por otro lado franquear la puerta de nuestra plena entrada en el mundo internacional. Sin embargo, tan pronto como en octubre del propio 1982, el PSOE ganó por primera vez las elecciones generales con el eslogan: “OTAN de entrada, no”. Probablemente subiéndose a la cresta de la ola de un pseudo pacifismo rampante.
Motivos electorales
Personalmente creo que Felipe González sabía ya entonces que no nos retiraríamos de la Alianza, pero lo hizo por razones puramente electorales. En noviembre del 82 y, por tanto, después de haber ganado las elecciones del 28 de octubre, y antes de tomar posesión de su cargo el 4 de diciembre, fui requerido al palacio de la Moncloa por el presidente Calvo Sotelo para explicar a Felipe González las razones por las cuales España había elegido como Futuro Avión de Combate y Ataque (FACA) un avión norteamericano, el F18, en lugar de inclinarse por el “Tornado” europeo, que era la opción preferida por el PSOE.
Creo que Felipe González, ya entonces, conocía la importancia de tener las mejores relaciones posibles con los Estados Unidos, pues ello ayudaría a conseguir los principales objetivos de la democracia española, especialmente la incorporación a las Comunidades Europeas. Por supuesto, el avión norteamericano satisfacía mucho mejor las necesidades militares españolas y además podría beneficiar extraordinariamente a la Industria de Defensa Nacional.
La posición oficial del PSOE dejaba a España en una posición dudosa e incierta, lo que estaba lejos de satisfacer, por un lado a nuestros aliados, y por otro, las necesidades de nuestras Fuerzas Armadas
Con todo, la posición oficial del PSOE dejaba a España en una posición dudosa e incierta, lo que estaba lejos de satisfacer, por un lado a nuestros aliados, singularmente al líder de la Alianza, los Estados Unidos, y por otro, y sobre todo, las necesidades de nuestras Fuerzas Armadas. En efecto, nuestros oficiales necesitaban un mayor contacto con los de otros países occidentales para ir olvidando hábitos característicos de épocas pasadas. Además, entrar en una alianza militar como la OTAN sin entrar en la estructura militar de la misma tenía, “per se”, poco sentido.
Se puede objetar que Francia también era miembro de la Alianza y no estaba en su estructura militar pero la diferencia entre ambas naciones era muy notable: Francia tenía la masa crítica (además del arma nuclear) para poder inclinar la balanza de poder entre la OTAN y el Pacto de Varsovia a un lado u a otro. España no tenía esa masa crítica.
El gobierno español y, muy singularmente, el ministro de Defensa, Narcís Serra tenía, a mi juicio, muy clara la situación: había que ingresar en la estructura militar una vez amainara la corriente electoralista lo que, probablemente, requeriría una cierta ayuda adicional como posteriormente se vio.
Las tres condiciones
Poco a poco, en una actitud de gradualismo constructivo, España fue introduciéndose en los entresijos de la Alianza hasta que, por fin, en 1986, el gobierno celebró un referéndum sobre la continuidad de España en la Alianza bajo el eslogan: “En interés de España, vota sí”. Para conseguir el voto afirmativo del electorado la pregunta se sometió a tres condiciones: reducción de la presencia militar norteamericana en España, desnuclearización del territorio nacional y no entrada en la estructura militar.
Desaparecía la incertidumbre pues España entraba en la Alianza de modo definitivo, pero continuaba la ambigüedad al seguir fuera de la estructura militar. Esta anomalía se remedió en 1999 con el gobierno de José María Aznar.
Desde entonces, España ha sido un socio activo y leal de la Alianza Atlántica, tanto como el que más, si bien su contribución económica ha sido y continúa siendo muy baja lo que obligaría, a mi juicio, a una corrección en el corto plazo. Hemos participado y seguimos participando activamente en misiones internacionales de todo signo, hemos dado profundidad estratégica a la Alianza y hemos contribuido a despertar la necesidad de prestar atención al Flanco Sur, iniciándose en 1994 el “Diálogo Mediterráneo”.
Por otro lado, la pertenencia a la Alianza le ha dado a España prestigio y solidez internacionales, ha incrementado nuestra seguridad y ha sustituido un vínculo bilateral y subsidiario con los Estados Unidos por una alianza colectiva que nos sitúa, en este ámbito, junto a los países más importantes y desarrollados del planeta.
Además, ha favorecido a la Industria española de la Defensa y a las tecnologías que la acompañan cuyo desarrollo no hubiera sido posible sin la incorporación a la Alianza.
Se celebra ahora la Cumbre de Madrid, en la que previsiblemente se aprobará un nuevo Concepto Estratégico cuya importancia, en medio de la crisis de Ucrania, no se puede ocultar. España como nación anfitriona debe, nuevamente, aportar su grano de arena.
Este artículo pertenece al nuevo número de la revista mEDium 11: ‘La encrucijada de la defensa’, cuya versión impresa puede comprarse online a través de este enlace: https://libros.economiadigital.es/libros/libros-publicados/medium-11-la-encrucijada-de-la-defensa/