La oportunidad del PSOE y su enorme riesgo

La letanía es constante. En España no hay cultura de coalición, no se sabe ceder y pactar. Y por eso el PP y el PSOE nunca llegarán a un acuerdo de gobierno. Se añade a ese argumento uno de mayor envergadura: si llegara ese pacto, se rompería la necesaria alternativa en la democracia española.

En otros países, como Alemania, esa posibilidad se da de forma frecuente. La cancillera Angela Merkel, de la CDU, gobierna con el SPD, los equivalentes alemanes al PP y al PSOE. Pero es cierto que en cada país existe una cultura política determinada. Otra cuestión importante es ver en qué estado se encuentran los dos grandes partidos. No es lo mismo el PSOE y el PP con el 60% o el 70% de los sufragios, –era otra época– que con apenas el 50%. Pero sí existe una gran verdad certificada por la experiencia: el partido que pacta desde una posición menor, acaba pagándolo caro.

Por ello, el PSOE no quiere prestarse a esa posibilidad, pese a que el PP lo intentará y algunos sectores económicos lo pedirán en las próximas semanas. La Cambra de Comerç pedía este lunes la máxima estabilidad, sin referirse a ese pacto de la «gran coalición», pero sí reclamaba que el partido que quisiera gobernar España a partir de ahora cuente con los partidos catalanes para resolver, también, el encaje de Cataluña tras tres largos años de proceso soberanista.

Los socialistas, por tanto, están en el centro del tablero político español. Pedro Sánchez tiene diversas alternativas. La primera, es facilitar la investidura de Mariano Rajoy con una abstención. En segundo lugar podría proponerse en serio una gran coalición. En el tercer caso puede liderar un bloque de izquierdas, con los partidos catalanes, y Podemos, que facilitara el encaje de Cataluña, y como cuarta posibilidad podría provocar que Rajoy convoque, de nuevo, elecciones.

¿En qué debe pensar el PSOE? ¿En preservar la necesaria alternativa política en España? ¿En solucionar los problemas de España? En cualquier caso, no depende todo eso de Pedro Sánchez, aunque pueda contribuir.

Uno de los grandes problemas del PSOE en los últimos años es que ha dejado de ser apreciado por las nuevas generaciones urbanas, y por las clases medias urbanas, muy castigadas por la crisis. La falta de un mayor nervio, incluso desde el punto de vista estético, respecto al poder económico, y la sombra de mayo de 2010 –cuando Rodríguez Zapatero reorientó toda su política económica tras las advertencias de los gobiernos europeos, con Alemania a la cabeza– fueron determinantes para dejar de constituir una alternativa al PP.

Los conservadores han sufrido de forma contundente la gestión de los últimos cuatro años, pero el PSOE no ha podido recuperar su posición de alternativa de gobierno en solitario.

Ahora el PSOE, si falicita la investidura de Rajoy, con un plan serio de reformas a cambio, con la voluntad sincera –con hechos concretos– del PP para encajar Cataluña en España –fue el PP quien llevó ante el Constitucional el Estatut, y movió todo lo que estuvo a su alcance para cargárselo–, la operación podría ser exitosa para todos.

El riesgo sería muy alto. Todo debería salir a la perfección. El PSOE necesitaría cobrarse un protagonismo importante, para que se viera que ha sido capaz de reorientar al PP, y que, juntos, pueden abordar los serios retos de España en los próximos años. Sólo en ese caso, el conjunto de la ciudadanía podría premiar a los dos partidos. El PP debe ser consciente de todo eso.

Es una operación de alto voltaje. Seguro. Pero la alternativa parece menos viable, a menos que se apueste por nuevas elecciones, y que los españoles decidan de nuevo, con la experiencia de saber cómo ha actuado cada partido en ese lapso.