La nueva subida del salario mínimo, ¿truco o trato?
El incremento del SMI tuvo un efecto negativo tanto en la destrucción de empleo como en la menor creación de este. Provocó la pérdida de hasta 180.000 empleos
El Gobierno ya está sentando las bases de la próxima subida del salario mínimo interprofesional (SMI), que marcará el que esté vigente en 2023. El Ministerio de Trabajo, a la espera de la negociación con patronales y sindicatos, maneja la idea de que la cifra se sitúe por encima de los 1.078 euros brutos al mes en 14 pagas, más del 60% del salario medio actual. En España el SMI ha aumentado un 48% en diez años: de los 641,40 de 2011 a los 950 de 2021. Somos el tercer país europeo con un mayor incremento relativo en la última década.
La evidencia sobre los efectos del salario mínimo − a diferencia de la relacionada con otras políticas públicas como los aranceles o los controles de precios de bienes − es mixta. Existe un apoyo considerable en la literatura económica a la hipótesis del mercado competitivo que demuestra que un salario mínimo efectivo elevado puede provocar un menor empleo (Neumark y Shirley, 2021). Sin embargo, algunos estudios han reportado una respuesta neutra o incluso positiva (Liu et al, 2016; Bezooijen et al 2021).
El SMI ha aumentado un 48% en diez años: de los 641,40 de 2011 a los 950 de 2021
Cuando el salario mínimo se ubica por encima de la productividad marginal del trabajador, la consecuencia puede ser la destrucción de empleo (o la menor contratación). También cabe la posibilidad de que se intensifique la jornada laboral del trabajador, que se recorten otros componentes de su remuneración presente o futura (supresión de beneficios, congelación salarial) o que aumenten los precios. Así pues, en un mercado laboral competitivo, aumentar el salario mínimo puede ser perjudicial, especialmente para los trabajadores jóvenes no cualificados: reduce el empleo y reduce los ingresos, retrasando la entrada en el mercado laboral de los jóvenes que no pueden conseguir un empleo con un salario mínimo más elevado.
Sin embargo, en los denominados mercados laborales monopsónicos − caracterizados por la concentración de la demanda de trabajo por parte de pocas empresas −, el salario sí tenderá a ubicarse por debajo de la productividad marginal de los trabajadores. Un monopsonista puede deprimir los salarios de sus trabajadores restringiendo las cantidades de trabajo que demanda en el mercado. Al contrario de lo que pronostica el modelo competitivo convencional, un incremento del salario mínimo en un mercado monopsonista no solo no destruye empleo, sino que puede incluso crearlo (Azar et al, 2019 y Ahlfeldt et al, 2019).
Sin embargo, no todos los mercados laborales exhiben el mismo nivel de concentración y, por consiguiente, implantar un mismo salario mínimo en todos ellos provocará que, en aquellos sectores más competitivos, este sí genere desempleo. Además, existen alternativas a los aumentos del salario mínimo para mitigar los efectos de los mercados laborales monopsónicos, como reforzar la intensidad competitiva de los mercados o fortalecer la negociación sindical.
Efecto negativo de la subida de salario
Para el caso concreto de España, el último estudio econométrico del Banco de España, que utiliza los microdatos de la Muestra Continua de Vidas Laborales (MCVL), arrojó un efecto negativo y muy significativo sobre el empleo de la subida del salario mínimo de 2019 a 900 euros mensuales. El aumento del SMI aumentó la probabilidad de perder el empleo y ver reducida la jornada laboral, con un efecto especialmente grande entre jóvenes y mayores de cincuenta años.
También tuvo un efecto significativo en la probabilidad de los desempleados que alguna vez cobraron el SMI de volver a encontrar empleo. En definitiva, el incremento del SMI tuvo un efecto negativo tanto en la destrucción de empleo como en la menor creación de este. En concreto, provocó la pérdida de hasta 180.000 empleos, según el Banco de España.
El aumento del SMI aumentó la probabilidad de perder el empleo y ver reducida la jornada laboral
Asimismo, la literatura indica que cuando el salario mínimo supera más del 60% del salario mediano – que representa mejor la dispersión salarial que el salario medio – (el llamado Índice de Kaitz) aparecen efectos no lineales en la destrucción de ocupación (Manning, 2019). Todas las comunidades excepto Madrid, Cataluña y Cantabria superarían este umbral si se aplicase el nuevo SMI propuesto por Yolanda Díaz de 1.078 euros brutos al mes.
Finalmente, es pertinente recordar que la precariedad laboral severa en España no se debe tanto a un bajo salario por hora trabajada sino a la baja intensidad del trabajo, es decir, a las jornadas parciales involuntarias (subempleo) y a los contratos de corta duración (temporalidad). Ambos, además, afectan negativamente la productividad. Así pues, el 30% de los trabajadores más pobres cobra menos que el SMI por el menor número de horas trabajadas. Más del 95% tiene un contrato a jornada parcial (Felgueroso, 2020).
La Low Pay Commission británica, una comisión de expertos independiente, evalúa periódica y sistemáticamente las propuestas relacionadas con el SMI y publica su impacto sobre el empleo, la masa salarial y la pobreza laboral. Sería interesante que España siguiera la misma metodología antes de volver a subir el SMI.
De momento, la Ministra de Trabajo se niega a publicar el informe sobre el impacto de la subida del SMI encargado a la economista Sara de la Rica, incluso después de la petición pública del Instituto Ostrom, ratificada por el Consejo de Transparencia y Buen Gobierno.