La nueva diva del Bronx y el Capitán América, juntos contra Trump
Para recuperar el Congreso de los Estados Unidos, los Demócratas necesitan conectar la indignación popular con un nuevo tipo de político
Si extraña fue la carambola histórica que puso a Donald Trump en la Casa Blanca, más insólita aún es la espontánea coalición que comienza a formarse para echarle. La reacción al trumpismo ha inspirado a una nueva generación de políticos insurgentes en la que destacan las mujeres y los ex militares.
Los nuevos candidatos del Partido Demócrata de cara a los cruciales comicios al Congreso, Senado y gobiernos estatales de noviembre ya no son los blancos, urbanitas y desconectados de la América profunda que el populismo republicano ha ido derrotando elección tras elección.
Son de todos los géneros, razas y orígenes sociales. Y han saltado a la política invocando un nuevo significado para el patriotismo que lo equipara a la idea de “servicio” y lo enfrenta al indisimulado afán de enriquecimiento que rodea a todo lo que huele a Trump.
Oficial y demócrata
Una parte de esos nuevos candidatos –hombres y mujeres– proviene de las fuerzas armadas, tradicionalmente conservadores. Pero entre las muchas convenciones que el republicanismo desaforado ha hecho saltar por los aires está la identificación de muchos oficiales jóvenes con su comandante-en-jefe.
Los candidatos que hasta hace poco llevaban uniforme invariablemente hablan de que el país va por delante del presidente y más de la mitad de ellos son demócratas.
Se habla de Seth Moulton, ex marine y licenciado de Harvard, como el nuevo JFK, pero Capitán América también sería apropiado
Uno de los congresistas demócratas novatos elegidos en 2016 es Seth Moulton, condecorado ex capitán de Marines con cuatro ciclos de servicio en Irak y dos títulos de Harvard a quien se comienza a señalar como un posible aspirante a la presidencia en 2020.
Hay quien ve en él las hechuras de un nuevo John F. Kennedy. Es de Massachusetts, como Kennedy, tiene un honroso historial militar y más o menos la misma edad (39) que tenía JFK cuando llegó a la presidencia.
Pero Moulton es menos político. Es abrasivo con Trump –a quien califica abiertamente de cobarde– y sumamente crítico con la política social, económica e inmigratoria del presidente. Además, escapa al control del Partido Demócrata oficial.
Moulton no le debe su escaño al partido sino a su propia capacidad de generar fondos y apoyos, entre los que se cuentan varios generales progresistas como David Petraeus y James McChrystal. Y, por supuesto, tener una hoja de servicios que rivaliza con la del Capitán América no le perjudica.
Lo contrario al ‘buenísimo’
Moulton es el precursor de una cohorte de aspirantes al Congreso, al Senado y a gobernador estatal distinta a cualquiera anterior. Se caracteriza por una fuerte presencia de mujeres, por un resurgimiento, explícito u oficioso, del socialismo democrático y por el protagonismo de figuras atípicas en las filas demócratas.
Ejemplo de ello son los (y las) ex militares, fiscales y ex miembros de los servicios de inteligencia y seguridad. Gentes a las que, en definitiva, no se les puede acusar de blandos ni buenistas.
«Cuando digo que soy demócrata empiezan a cerrarme la puerta; cuando digo que fui piloto de la Marina, comienzan a escuchar»
Mikie Sherrill, por ejemplo, fue teniente de la US Navy y piloto de helicóptero. Tras obtener un máster en ciencias políticas por la London School of Economics y licenciarse en derecho fue fiscal en New Jersey.
Sherrill intentará derrotar a un republicano en un distrito poco favorable donde, sin embargo, las encuestas le ponen por delante.
“Cuando digo que soy demócrata –explica– empiezan a cerrarme la puerta; cuando digo que fui piloto de la Marina, comienzan a escuchar; y cuando añado que luego he sido fiscal, me abren y me dicen que pase”.
Moulton, Sherrill, Amy McGrath –ex teniente coronel de Marines y primera mujer piloto de combate de la historia americana– o la californiana de origen filipino Gina Ortiz-Jones –lesbiana, ex oficial de la Fuerza Aérea y del departamento de inteligencia– son insurgentes.
Insurgentes a los que Trump ha convertido en políticos viables porque que el trumpismo ha acabado con todas las convenciones pasadas. Su misión es combatir fuego con fuego.
La afroamericana Stacey Abrams, por su lado, representa la política de largo recorrido a la que el la reacción anti-republicana también da una oportunidad.
Los demócratas deben encontrar la forma de conectar la creciente indignación popular con una propuesta creíble
Desde que se alzó con la nominación en las primarias demócratas, Abrams ve cómo aumentan sus posibilidades de convertirse en la gobernadora de Georgia. Si gana el próximo 6 de noviembre, será la primera mujer que encabece un ejecutivo estatal en la historia de del país.
El éxito del Partido Demócrata pasa por no repetir lo que el aparato del partido –temeroso de perder el control– le hizo a Bernie Sanders en 2016. Por el contrario, consiste en que quienes no votaban, o lo hacían sólo ocasionalmente, lo hagan en bloque por sus candidatos.
Conectar la creciente indignación popular con una propuesta creíble y un candidato atractivo es la diferencia entre ganar y perder.
Ha nacido una estrella
El ejemplo más mediático de esa teoría se materializó con la fulgurante victoria de Alexandria Ocasio-Cortez en las primarias del Bronx en Nueva York, donde desbancó al cuarto congresista más poderoso del partido, Joseph Crawley.
Si obtiene el escaño, como se espera, Ocasio-Cortez será en noviembre, con 29 años, la diputada más joven del Congreso.
Alexandria Ocasio-Cortez se desenvuelve como una estrella en los platós; el público aplaude cuando habla de socialismo democrático.
“Se supone que mujeres como yo no se presentan a unas elecciones”, dice en el video con que lanzó su campaña; “nací en un distrito postal que determina tu destino”.
La joven de origen puertorriqueño supo llegar a los grupos en los que más crece la oposición a los republicanos: las mujeres y los jóvenes. Además, es latina, vital, atractiva y se describe como algo que pocos políticos con ambiciones osarían en Estado Unidos: socialista.
El socialismo democrático norteamericano ha cargado con un estigma que lo equiparaba al comunismo desde los años del macartismo.
Pero la social democracia ha tenido una influencia práctica en la política de varios presidentes demócratas, desde el New Deal de Roosevelt a las leyes de derechos civiles de Johnson, que eliminaron –sobre el papel, al menos– la segregación racial, la limitación del derecho de voto y declararon la ‘guerra contra la pobreza’.
La derrota de Hillary Clinton y la consiguiente demolición de todo el edificio legislativo demócrata construido desde 2008 han validado para muchos el mensaje de Bernie Sanders, que se declaraba socialista democrático.
Una encuesta de You Gov publicada el pasado noviembre señalaba que solo el 59% de los norteamericanos tenían una opinión favorable del capitalismo. Desde la victoria de Trump, Democratic Socialists of America (DSA) ha pasado de 15.000 a casi 45.000 miembros.
Los nuevos insurgentes incorporan un ingrediente generacional y emocional al arsenal demócrata
Cuando Ocasio-Cortez describe lo que es para ella el socialismo democrático consigue una ovación, sea en un mitin o en un programa televisivo de prime time: “Para mí es luchar contra le desigualdad: en una sociedad libre, moral y rica, consiste en que nadie sea tan pobre como para no poder vivir”.
Ocasio-Cortez y otros nuevos insurgentes incorporan un ingrediente generacional y emocional al arsenal demócrata que puede marcar la diferencia en noviembre.
Funciona cuando dialoga cara a cara con sus vecinos del barrio o cuando se desenvuelve con la soltura de una joven Jennifer López en el late nite de Stephen Colbert, donde recibió un trato similar al que se le hubiera dado a la diva del Bronx original.
El trumpismo triunfó por la capacidad de un outsider de apelar a lo peor de la sociedad americana. Sería justo y hasta poético que su repliegue fuera iniciado por quienes representan lo mejor.
Es pronto para saberlo y el escepticismo aconseja prudencia. Pero hay que reconocer que meter a Jennifer López y al Capitán América en el mismo guión asegurarían una película divertida.