La necesidad y los límites de Concordia Cívica

Una parte de la sociedad catalana había considerado que todo estaba ganado, que, después de muchos esfuerzos, no era necesario defender lo obvio. Y no prestó atención al trabajo que ha realizado, desde muchas plataformas, además de las institucionales, el nacionalismo catalán. Esa parte de la sociedad catalana, plural, con intereses diversos, con proyectos políticos concretos, pero también sin afinidades ideológicas claras, ha comprobado como ese nacionalismo ha mutado en independentismo.

Hasta ahí no pasaría nada, a no ser que ese soberanismo quisiera saltarse las leyes, y poner en pie un estado propio con el argumento de que se agarra a la legitimidad que le ofrece tener la mitad más uno de los diputados en el Parlament. Es lo que defiende el presidente Carles Puigdemont, y el bloque independentista.

Ante eso, y aunque tarde, esa parte de la sociedad catalana se ha organizado, con plataformas como Concordia Cívica, que se presentó este jueves en L’Hospitalet, impulsada por la catedrática de derecho constitucional, Teresa Freixes. Se trata de un intento de coordinar y potenciar otras realidades que van en la misma dirección como Societat Civil Catalana; el Grup de Periodistes Pi i Margall; Empresaris de Catalunya o Clac.

Concordia Cívica es plural en su seno, y esa es su ventaja, pero también marca sus límites. En el acto de este jueves asistió el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, y la dirigente de Ciudadanos en el Parlament, Inés Arrimadas. También el presidente del PP catalán, Xavier Garcia-Albiol y el líder municipal del PP catalán en el Ayuntamiento de Barcelona, Albert Fernández Díaz, pero no el primer secretario del PSC, Miquel Iceta, que se encontraba en un acto en Extremadura con el socialista Guillermo Fernández Vara.

Pese a esa circunstancia, –el viaje de Iceta– los socialistas catalanes no están entusiasmados con la idea, aunque apoyan buena parte de los mensajes que han lanzado en los dos últimos años esas plataformas cívicas.

Se podría decir que ese bloque constitucionalista tiene unos límites claros, que son los programas políticos de cada una de las fuerzas que lo integran. Sin embargo, la necesidad de Concordia Cívica es grande. Teresa Freixes defendió la idea de actuar «en positivo», de trabajar a favor «de las libertades y del derecho», e insistió en que «no hay democracia sin derecho».

Eso solo ya implica un enorme recorrido, porque, precisamente, el soberanismo se basa en el poder, supuesto, «de la democracia», oponiendo la legitimidad de las instituciones políticas catalanas, apropiadas por los independentistas, frente a las instituciones españolas.

Concordia Cívica tiene un apoyo total del PP y de Ciudadanos, aunque otra cosa será comprobar cómo se involucran cuando llegue la hora de las elecciones. Pero en Cataluña, como se había considerado que todo ese respeto a la ley era obvio y se ha demostrado que no es así, las acciones de Concordia Cívica serán vitales en los próximos meses.

También sirve para desmentir las ilusiones de los independentistas, que, a partir de mensajes repetitivos, consiguen que se traslade la idea, por ejemplo, de que Carles Puigdemont será recibido por el Parlamento europeo, como si fuera una invitación personal de la cámara parlamentaria en Bruselas para que exponga su proyecto para convocar un referéndum independentista.

En Concordia Cívica hay magníficos profesionales de todos los ámbitos, como la propia Freixes, que siempre ha defendido un proyecto federal para España, y que no arrincona el independentismo como ideológica y proyecto posible, pero sí insiste en que todo, absolutamente todo, se debe realizar por los cauces legales. Otra cosa será caminar «hacia el far west», como le gusta comentar.

La limitación del bloque constitucional, y seguramente no puede ser de otra manera, es que no ofrece una vía que pueda encauzar a los cientos de miles de soberanistas más tibios que dejarían el proyecto de Puigdemont y Junqueras si vieran algo diferente y posible.

Lo que ocurre y se percibe en la misma Concordia Cívica, es que existen dos posiciones claras: buscar una solución, defendiendo la ley, o combatir sin tregua el propio ideario nacionalista. Para lo primero es necesaria la valentía política, con medidas concretas. Para lo segundo se requiere insistencia, a largo plazo, con discursos, con recursos, con pedagogía, como ha hecho el nacionalismo desde la recuperación de la democracia.

A esos ciudadanos catalanes atribulados, que pensaban que no era necesario defender lo obvio, les queda un largo trecho. El nacionalismo lleva 37 años con los mismos mensajes, dirigidos a una parte de la sociedad que se homenajea a sí misma constantemente. Para ello puede ser útil la puesta en marcha de proyectos como Concordia Cívica. Pero, en ese caso, algunos posibles socios no se sentirán cómodos, como ocurre con el PSC, uno de los padres del catalanismo que ha gobernado en Cataluña, aunque para algunos se haya teñido de nacionalismo.