La Navidad como hecho social

La Navidad cristiana es un préstamo cultural de la filosofía pagana, que adoraba al Sol con encuentros familiares, comida, bebida y loterías

La Navidad es proclive a la reflexión, la meditación, la cavilación y la exhortación. Hay quien aprovecha la ocasión para denunciar la miseria y la desigualdad que convive con la opulencia consumista, quien pide solidaridad y fraternidad, quien blanquea su imagen corporativa con campañas a favor de las buenas causas, quien practica el altruismo con unos actos de compasión que sirven para apaciguar la mala consciencia del occidental privilegiado.   

También hay quien se vale de la Navidad para reforzar su fe, para reivindicar la vida en familia o para obtener beneficio económico de una fiesta –mejor, fiestas– que invita al consumo. Sí, también la Lotería. Hablando de consumo, también existe quien saca tajada política e ideológica de la teoría de las “falsas necesidades” –¡consumid! ¡consumid!: así se consolida el capitalismo– formulada por el Herbert Marcuse, crítico de la “sociedad unidimensional” en que vivimos.   

No tengo la intención de remover consciencias, ni quiero generar complejos de culpa, ni deseo apadrinar –doctores y oportunistas tiene la ética y la épica buenista– causas humanitarias, ni me propongo exaltar o denigrar el consumismo. Nada de eso. El objeto de estas líneas es doble: hablar del particular origen de la Navidad y señalar que la Navidad –más allá de la fe– es un hecho social de singular importancia en nuestra cultura.

Una fiesta de origen pagano

La festividad de la Navidad cristiana –la Natividad de Jesús– aparece a mitad del siglo IV bajo el pontificado del Papa Liberio. Y el caso es que el emperador romano Aureliano había instituido una festividad idéntica un siglo antes. Una festividad pagana –en la misma fecha– en que se adoraba al Sol y se le pedía que despertara del sueño otoñal.

Detalle: durante esta festividad pagana –libertate decembri uti o llibertades de las saturnales–, abundaban los encuentros familiares, la comida, la bebida y las loterías. También, se engalanaban las casas con árboles, muérdago y velas. Y en las calles había hogueras que iluminaban la noche.

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Con toda seguridad, la Navidad cristiana es un préstamo cultural de la filosofía pagana. Tan es así que, durante siglos, muchas comunidades cristianas se opusieron a sus celebración por considerarla ajena al Cristianismo.

Finalmente, utilizando la terminología propia de la antropología, la Iglesia protagonizó un proceso de aculturación que se tradujo en la asunción de muchas de las costumbres de la época. La Navidad, por ejemplo. El mensaje: Jesús, como si de un nuevo Sol se tratara, abre un nuevo ciclo vital.

¿Cuándo y dónde nació Jesús?

¿En qué época del año y dónde nació Jesús? Siguiendo la tradición pagana de la época del solsticio invernal, se acepta que nació el 25 de diciembre y en Belén. Y ahí surgió el problema. Por una parte, el Nuevo Testamento no señala ninguna fecha de nacimiento. Por otra, según el Evangelio de Lucas, el Ángel anunció el nacimiento a unos pastores que dormían al raso. ¿En diciembre?

La duda dio lugar a que la Iglesia debatiera la cuestión durante siglos. Así, se barajaron los meses de enero, marzo, mayo y diciembre. Finalmente, se impuso el 25 de diciembre. Fecha que fue impugnada por una Iglesia de Oriente que celebra la Natividad el 6 de enero.

Los valores de la Navidad se presentan ante nosotros de manera «coercitiva»

¿En qué año nació Jesús? De los estudios de Dionisio el Exiguo –monje escita del siglo VI a quien el Papa Juan I pidió el cálculo– se deduce que Jesús nació en el año 753 después de la fundación de Roma, fecha que equivale –paradoja– al año 4 de la era cristiana. Pero, Dionisio, además de no tener en cuenta el año 1, erró el cálculo y estudios posteriores señalan que Jesús –sigue la paradoja– nació en el año 6 antes de Cristo.

¿Dónde nació Jesús? Los Evangelios no mencionan explícitamente Belén y el relato de la cueva –que aparece en los evangelios apócrifos– parece estar hecho a la manera –¿otro proceso de aculturación?– del culto a Mitra, la divinidad romana de origen persa que era la expresión de la luz y la verdad.

Un hecho social

En cualquier caso, la Navidad –una manifestación de la cultura occidental con independencia de que uno sea o no creyente– es un buen ejemplo de lo que el sociólogo francés Émile Durkheim denominó “hecho social”.         

Para nuestro sociólogo, el “hecho social” es “todo modo de hacer, fijo o no, que puede ejercer una coerción exterior sobre el individuo… es general en el ámbito de una sociedad dada y, al mismo tiempo, tiene una existencia propia, independiente de sus manifestaciones individuales” (Las reglas del método sociológico, 1895).

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En la estela de Émile Dukheim, cabe decir que un hecho social fuertemente institucionalizado como la Navidad establece, cifra y reglamenta valores –nuestros valores– como la familia, la hospitalidad, la caridad o la generosidad interpersonal. También –¿por qué no?– el valor del consumo.

Unos valores que se presentan ante nosotros, como afirma el sociólogo, de forma “coercitiva”. Por decirlo en términos coloquiales, la Navidad, gracias al gran poder de convocatoria –inducido o no– que tiene, consigue que el individuo –creyente, agnóstico, librepensador o ateo– se sumerja y/o participe durante unos días en una realidad que, quizá, le sea ajena. Un hecho social, decíamos.

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