La muerte de CIU, el nacimiento de UPC y CRC

Algunos han tenido que leer The Economist para darse cuenta que los problemas en Convergència i Unió (CiU) crecen. Está claro que la prensa y los contertulios cautivos prefieren mirar hacia otro lado. El suicidio político de Artur Mas con las elecciones no sólo le pasará factura al President. Seguramente, el partido más importante de Catalunya a lo largo de toda su historia, la federación nacionalista, también lo sufrirá.

La pregunta que debería hacerse Artur Mas, y su equipo de asesores –les llamamos así, aunque ha quedado claro que lo suyo, precisamente, no es la asesoría con fundamento– es decidir cómo se repartirían los 50 diputados en caso de separación del partido, ficticia o fingida. Por actas de diputados, los números serían claros: 13 para Unió Democràtica de Catalunya (UDC) y 37 para Convergència Democràtica de Catalunya (CDC). Obviamente, omitimos traiciones, cambios y trasfugismo, que nadie dude que existirían en el caso que planteamos.

Y como, tristemente, la política catalana ahora va de números –perdón el inciso, no cifras económicas para ayudar a la gente, hago referencia a los números que tienen para mantenerse en el poder–, la separación de Convergència y Unió no sólo impide combinaciones sanas, incluso haría aún más mayúsculo el embrollo en el que nos ha llevado Mas. Ideas por muchos ya “elocubradas”, como Unió Popular de Catalunya: una mezcla entre UDC y el PP que apenas tendría 32 actas –incluso inferior a CDC– o Convergencia Repúblicana de Catalunya, entre ERC i CDC, con 58 actas. En cualquier caso, quedaría lejos de una mayoría estable.

El segundo caso aún es más curioso, porque esa unión pasaría por eliminar la palabra Esquerra. Nadie en CDC la podría aceptar, lo que borraría de un plumazo cualquier unión que se pueda plantear con Iniciativa per Catalunya els Verds (ERC). Tampoco está claro que, en caso de renunciar a algo, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) prefiriese renunciar a su E antes que a su R. Todas ellas, opciones tan inverosímiles que lo único bien cierto es que este pequeño país, gracias a la habilidad de Artur Mas, se ha convertido en ingobernable.

Y uno se preguntará: ¿Tan necesaria es la política para hacer funcionar un país? Pues esa es la pega. Los primeros antropólogos ya colocaban la política como el nexo de progreso de una comunidad. La política es el lugar donde se establecen normas, se miden pautas, y, ante todo, se trabaja para un bien común. Gracias a Artur Mas, con su fracasada visión, hemos perdido ese lugar y, en muchos casos, hasta el norte.

Él, y su equipo de asesores –supongo están ahí porque no tienen otro lugar sensato dónde estar–, podrán hacer números. Podrán, todavía, enviar a sus hordas de contertulios para vender que aún todo es posible –algunos, por cierto, de esos que Roma nunca pagaría–. La gran verdad es que el fracaso de Artur Mas es tan grande y tan ostensible que no debería seguir jugando a hacer números cual estudiante de la básica ESO. Tiene que dedicarse, directamente, a otras actividades. Un país funciona porque la política funciona –guste o no guste– y si la política fracasa y no es refrendada por el voto alguien, debe asumirlo de forma inmediata. Mas tiene que saber que lo honrado es saber dimitir cuando toca.

Conocemos que Artur Mas dudó la noche electoral. Él bien sabrá porqué, en vez de aceptar su propia decisión, prefirió escuchar a su equipo de asesores. Que no olvide que ellos hacen su trabajo, pero es él quién tiene que decidir. Recuerdo un capitulo de El Ala Oeste de la Casa Blanca, donde el jefe de gabinete Leo McGarry tras un fracaso en una acto preelectoral en un pueblo impredecible, decidió fulminar y cambiar todo su equipo de asesores en una noche. Aquí eso es inviable. Favores pedidos, favores debidos.

Y los asesores de Artur Mas –que nadie se equivoque, que pinta mucho– ya le han enviado por el camino equivocado convocando unas elecciones que han sumido al país en la ingobernabilidad. Y ahora persisten haciéndole perpetuar esa senda de trampas y errores. Queda claro que toca más que nunca GOBERNAR –con mayúsculas– y evitar nuevos números. Ni los hipotéticos de UPC ni los más hipotéticos de CRC.

Cuando empezó la deriva de Artur Mas, allá a medianos de año, algunos ya vaticinamos que ese movimiento se iba a llevar por delante al President. También vaticinamos que era un movimiento sin marcha atrás. El tiempo, tristemente, nos da la razón. Y, más tristemente, no por la marcha de Artur Mas (que tiene buenos motivos para hacerlo): el movimiento ya no tiene marcha atrás. La historia juzgará que ha sido un error. No, quizás, por la forma; sí por el momento.

La historia, si algo marca, es un camino. Inexorable en muchas ocasiones. Las disputas internas de CiU se llevarán primero por delante al President, pero que nadie dude que también a Duran i Lleida –no tardarán en verle retratado en algunos medios– . Y en partidos tan personalistas como la federación nacionalista, eso provocará de forma directa su extinción. Ese espacio tenderá a la izquierda y, señores lectores, como a pesar de los pensamientos retrógrados “las elecciones en sociedades avanzadas siempre se ganan desde el centro”.

Mientras acabo mi café, resumo: Artur Mas pasará a la historia como aquel que convocó unas elecciones que perdió ganando y que llevo a la separación del partido nacionalista más importante de la democracia en Catalunya. Pero, ante todo, pasará a la historia como el personaje que, con sus actos, inició su proceso de extinción en CiU. El futuro, tiempo al tiempo, pasará tristemente por UPC i CRC, pero ya nunca por CiU.