La mochila de Juan Rosell en la patronal CEOE

Este vuelve a ser un año de elecciones patronales. Habrá convocatoria en CEOE y en las catalanas Foment del Treball y Pimec. Todo lleva a indicar que no habrán grandes cambios en ninguna de las organizaciones, puesto que los dirigentes que se encuentran al frente albergan el propósito de continuar con sus funciones salvo sorpresas de última hora.

En el caso de la patronal española, Juan Rosell ha emprendido una parte de la modernización a la que se comprometió cuando se convirtió en la figura que debía hacer de la CEOE una patronal acorde a los tiempos. Lo ha hecho en parte, por que ha aligerado el aparato central (e históricamente burocratizado), ha renunciado a alguno de los privilegios de los que gozaban sus antecesores y, finalmente, ha introducido un mínimo de transparencia con la elaboración de unas cuentas que al final son auditadas externamente sin dejar lugar a dudas sobre su corrección.

Es obvio que a Rosell le falta un mandato para dejar la CEOE limpia de polvo y de paja. Más o menos modernizados los equipos técnicos de la casa, al presidente de la gran organización empresarial española le falta rodearse de un equipo de empresarios que de verdad sean representativos de la realidad que dicen defender.

 
La continuidad de Fernández o Gaspart en el equipo del empresario catalán no son un gran activo

Es difícil que Rosell pueda pasar a la historia como el reinventor de la CEOE si Arturo Fernández sigue siendo su número dos en la organización. El empresario madrileño no sólo tiene problemas en sus sociedades (como una gran parte del tejido productivo del país), sino que además parece dispuesto a convertir en buena la imagen de pésimo gestor, de oscuro conseguidor de favores y de hombre que hace sus negocios a la sombra de la política o las cacerías propias de la Escopeta Nacional, versión siglo XXI.

A Rosell le pasa lo mismo con su amigo Joan Gaspart, a quien también convirtió en vicepresidente de la CEOE y hombre fuerte del turismo español. Difícilmente ese sector puede sentirse hoy representado por el máximo representante de un grupo empresarial que se halla en situación de concurso y cuyos últimos movimientos disgustan profundamente al sector que tiene el encargo de representar.

Ni una flor hace un jardín ni una auditoría en la CEOE o un menor aparato resultan suficientes para reconvertir una organización anquilosada durante los años de José María Cuevas y destrozada en la etapa de Gerardo Díaz Ferrán. Rosell es un buen presidente en un mar de cazadores de subvenciones, empresarios que no ejercen o secretarios generales dispuestos a mandar más que nadie. Pero lo será mejor y será más claro si es capaz de despojarse de la mochila que le acompañó estos primeros cuatros años. De seguir como hasta ahora, el actual presidente no dejará de ser el catalán que ha colonizado la CEOE en vez del hombre que le dio la vuelta.