La mistificación de la razón
El mundo académico intelectual comienza a correr peligro debido a la entrada del pensamiento espiritual hebraico en varias teorías filosóficas que plantean una enmienda a la totalidad del arquetipo de la Ilustración
El mundo académico ha vivido una edad de oro desde los tiempos de Juan Luis Vives hasta nuestra época, gracias a la emergencia entonces de un nuevo paradigma intelectual, basado en el pensamiento crítico, el metodismo empírico y el positivismo cartesiano, cuyo surgimiento sumió a la Escolástica medieval en una irrelevancia de la que nunca se recuperó.
El universalismo tomista, al subordinar todo saber humano a la teología, acabó en un callejón sin salida una vez que los compartimentos estancos del razonamiento escolástico se vieron superados al quedar demostrado que los hechos son independientes de las creencias y de las emociones.
La solidez de este edificio intelectual resistió bien los embates del idealismo alemán del siglo XIX y sus frutos totalitarios del siglo XX, aunque en tiempos recientes han empezado a aparecer grietas en su estructura, cuya causa podemos trazar, irónicamente, en la influencia del pensamiento espiritual en un conjunto de ideales filosóficos que plantean una enmienda a la totalidad del arquetipo de la Ilustración, mediante la entrada de la desecularización por la puerta de atrás.
No estamos sin embargo frente a un revival del idealismo neoescolástico, que al fin y al cabo hundía sus raíces en el racionalismo aristotélico, sino que tenemos delante un sistema de pensamiento notablemente inspirado por el misticismo hebraico ancestral.
Marx, Freud y la Escuela de Frankfurt
Podemos establecer fácilmente una correlación entre las tradiciones culturales de la que proceden una serie de pensadores –imprescindibles para entender el mundo actual– y sus ideas filosóficas, que han pasado a formar parte de nuestro acerbo político, y, más recientemente, de proyectos de ley.
El primero de los pensadores en cuyas ideas podemos correlacionar con los antiguos mitos hebreos es Karl Marx, en quien encontramos una teoría profética de la redención secular, donde ‘el pueblo elegido’ ha sido reemplazado por ‘el proletariado’, con la que articula una teoría de la liberación de los oprimidos y esperanza mesiánica que sigue siendo hábilmente instrumentada por los líderes comunistas, quienes incluso después de la destrucción pública del culto a la personalidad de Stalin, son capaces de usar su propio retrato como logotipo en una papeleta electoral.
El siguiente pensador fundamental en el siglo XX es Sigmund Freud, quien trasladó el concepto rabínico de la sanación del ‘nefesh’, el alma, a su teoría psicoterapéutica, gracias a la cual el espirtitualismo volvía a la academia. Tanto Freud como Marx quisieron darle carácter científico a lo que no dejan de ser metafísicas de origen abrahámico, una pretensión que sirvió de asidero intelectual al grupo de intelectuales, asimismo judíos, que crearon la Escuela de Frankfurt, y que sintetizaron las teorías de Marx y de Freud en un cuerpo ideológico denominado ‘Teoría Critica’.
En ella, se destaca la denuncia a la familia como núcleo generador de sujetos políticos autoritarios y discursos de poder. Entre los miembros de esta escuela encontramos verdaderos gigantes del pensamiento contemporáneo, sin cuyo estudio es imposible entender el mundo en el que vivimos. Los principales pensadores de esta corriente fueron Max Horkheimer, Felix Weil, Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse y Erich Fromm, que nos dejaron conceptos como el de la ‘Dialéctica Negativa’, en la que hallamos también analogías con la ‘Teología Negativa’ del misticismo judaico de Maimónides.
Jacques Derrida
En la siguiente ola de pensadores en cuya obra encontramos la influencia judaica es el francés de origen sefardita Jacques Derrida, que se hacen patentes con la traslación de nociones cabalísticas de Isaac Luria como ‘tzimtzum’ y ‘ain-sof’ (el afloramiento de lo trascendente ocultado) en sus teorías sobre el ‘logocentrismo’ y la ‘deconstrucción’, conceptos cardinales en el pensamiento posestructuralista en el que se amparan la postverdad y el relativismo cultural posmoderno.
Con el que se legitima académicamente la validez del pensamiento mágico como herramienta de conocimiento, y que mutatis mutandis, ha terminado por llegar a los programas electorales.
Judith Butler
Como en Freud, para Derrida el lenguaje tiene un valor taumatúrgico que transciende su función comunicativa, una noción de la que parte Judith Butler para seguir el hilo conductor del misticismo judaico al concebir el acto de hablar como acto ritual; como reiteración performativa, que le lleva a sostener que la existencia de un género esencial es ilusoria y contingente, y que por el contrario, los roles de género son producto de la repetición ritualizada de construcciones sociales.
Es decir, que la existencia determina la esencia, y que por consiguiente, el alma es una prisión para el cuerpo. O lo que es lo mismo: los discursos normativos encarcelan al cuerpo en la psique. Butler recoge en este punto la teoría de Freud de la melancolía, como pérdida no interiorizada, trasponiéndola a las identidades sexuales perdidas debido a la heteronormatividad propia de los valores familiares tradicionales, y de las convenciones sociales que de ellos se derivan.
El pensamiento de Judith Butler, que incorpora un conjunto de ideas y conceptos influenciados desde los tiempos de Marx por el imaginario de mitos culturales y religiosos anteriores al helenismo, corre el riesgo de morir del éxito que ha alcanzado en las facultades occidentales –y por añadidura en el discurso político– tal y como sucedió con quienes se dedicaban a discurrir sobre el sexo de los ángeles, cuando se dieron cuenta de que se habían convertido ya en unos exquisitos cadáveres intelectuales.