La misión imposible de fusionar municipios
Sobre el papel, muy bonito; en la realidad, un cristo. Así resumen los expertos la fallida iniciativa de fusionar ayuntamientos, ensayada por Franco en 1960, por la UCD en 1978, por el PP en 2010 y propuesta ahora por Ciudadanos. Siempre con el respaldo y el apoyo de la UE, simplemente para racionalizar el gasto administrativo, y la oposición numantina de los afectados.
La imagen de una casa consistorial con el letrero de «Ay untamiento» ha recorrido las redes sociales en la antesala de las elecciones. Algo puede haber tras la defensa a ultranza de los presupuestos y la preservación de empleos y cargos como los que ahora se renuevan. A ella se une la pertinaz rivalidad étnica e histórica entre pueblos vecinos que hacen imposible la fusión. Ha habido casos en los que no se logró ni rebautizar el nuevo municipio para evitar susceptibilidades. Ni suprimiendo el «de Arriba» y «de Abajo».
Como si nos persiguiera la definición de «inquietos, individualistas e indisciplinados» que atribuyó Estrabón a los iberos de antes de Cristo, España sigue a la cabeza de toda Europa con 8.122 municipios. Entre 1960 y 1981 se eliminaron 1.263 y se constituyeron 103 nuevos. Después, se ha seguido el camino contrario, de forma que entre 1996 y 2009 se han producido 32 segregaciones.
Si España siguiera los pasos de Alemania, Reino Unido, Francia y hasta Grecia, se suprimirían miles de concejalías. De los 48.733 concejales que hay en los 6.835 municipios de menos de 5.000 habitantes se pasaría a solo 13.000. Se ha calculado que la concentración supondría un ahorro global de 15.000 millones de euros.
Las fusiones, según los expertos, reducirían el esperpento del localismo municipal en las elecciones, se limitaría el clientelismo, se reforzaría la responsabilidad política, se rebajaría la burocracia, mejoraría la profesionalización de los empleados, se eliminarían duplicidades y redundancias y se establecería un modelo de financiación, con sinergías en la prestación de servicios, más homogéneo y menos dependiente del suelo y sus corruptelas.
Pero evocar la supresión de un municipio sulfura a los alcaldes y pone en pie de guerra a muchos vecinos. «Crea dificultades sociales. En España existe un sentimiento de identidad muy arraigado con respecto al pueblo o ciudad de cada uno», advertía en 2010 Pedro Castro, alcalde socialista de Getafe y presidente de la Federación Española de Municipios. O sea, que si continúa la resistencia, el aferramiento localista de miles de ayuntamientos a no se sabe qué motivos históricos y menos de funcionalidad económica, acabaremos siendo la aldea global, pero en el sentido más pedestre.
Caso paradigmático es el de Alcobendas y San Sebastián de los Reyes, de Madrid. Comparten calle pero no servicios de basura o bomberos. Y una enconada rivalidad que llevó a los Reyes Católicos a dar la independencia al segundo. En 1984, el intento de mancomunar servicios, interpretado como antesala a la fusión, derivó en dos coches policiales con cristales rotos e intento de agresión a los alcaldes, ambos del PSOE.
Por no citar el terremoto que se produjo en 2001 en Cataluña cuando un informe, encargado por la Generalitat, propuso como «imprescindible» eliminar unos 200 municipios con menos de 250 habitantes, respetando su identidad. La Asociación Catalana de Municipios (ACM), dominada por CiU, montó en cólera, el Parlament lo rechazó y todos los grupos renunciaron a imponer fusiones.
Los profesores Luis Caramés y María Cadaval creen que el tamaño reducido de los municipios es un problema, pero señalan que los costes de negociación y la oposición popular desaconsejan imponer las fusiones. Abogan como mejor solución fijar incentivos y fomentar la cooperación para que los ayuntamientos alcancen acuerdos.
Esta vieja y cándida fórmula tampoco funciona con Rajoy, adalid de la fusiones en la oposición. Incluso el partido de Rivera parece que ha perdido fuelle al matizar que el objetivo de fusionar todos los ayuntamientos con menos de 5.000 habitantes «no sería en todos los casos». Su propuesta supondría una revolución del mapa municipal sin precedentes, pero improbable. Sin contar con que Ciudadanos también aboga por suprimir las diputaciones. Casi nada.