La mejor defensa es la acusación
Asistimos desde hace ya tiempo en nuestra arena política a un modelo de argumentación basado en la descalificación previa y la posterior calificación
Se ha vuelto ya oficial, seguimos en campaña electoral. Acaba de hacer acto de presencia en el Boletín Oficial del Estado la convocatoria de las elecciones del próximo mes de abril. A partir de ahora, toda la maquinaria de los partidos políticos se pondrá en marcha con el mismo objetivo: ganar las elecciones.
Hasta las formaciones más pequeñas, con menor representación actual y futura, vivirán con ese anhelo. Y si no pueden ganar, al menos pretenderán sacar más votos que sus contrincantes y adversarios, matización semántica que cada vez presenta menos diferencias.
Difama que algo queda
“Toda la vida ha de ser pensar para acercar el rumbo”, decía nuestro clásico del conceptismo Baltasar Gracián, allá por el siglo XVII. Parecería que, por ello, la fijación del rumbo propio sería lo más temprano y obligado. Los clásicos de la estrategia, desde los originales Tsun Tsu o Eneas el Táctico, pasando por los más tardíos como Clausewtiz o Bouthaul, así lo afirmaban. En resumen, lo primero sería concebir tu propia posición y después conocer la del otro.
Pero ahora las tornas han cambiado y muy sustancialmente. La estrategia política actual pasa por la estimación previa de la situación del contrincante o del adversario y, utilizando las tres clásicas (des) gracias de la defensa, es decir, la acusación, la provocación y la difamación, primero ataco y después argumento.
Prácticas papionas
El destacado primatólogo Richard Byrne registró una anécdota en 1983, mientras estudiaba los papiones de los montes Drakensberg, en Sudáfrica. Un macho joven, de nombre Paul, observó a una hembra adulta desenterrando unos bulbos muy sabrosos.
El astuto papión miró a su alrededor, pero no vio a otros congéneres, aunque dedujo que era probable que estuvieran cerca. Entonces se puso a gritar muy fuerte, tal como hacen los papiones cuando se sienten amenazados. Cosas de la especie.
Se considera la refutación uno de los elementos del discurso político más propios de la demostración argumentada
En cuestión de segundos apareció la madre del interfecto primate y obligó a la otra hembra a huir, mientras Paul se comía el bulbo. Si este caso se hubiera dado en una familia humana con dos vástagos, siendo la hembra adulta el hermano mayor y el bulbo el juguete preferido de ambos, los padres se habrían dado cuenta del engaño provocado por el instruido simio.
Sin embargo, un científico tan meticuloso como Byrne tenía motivos para seguir dudando. Compartiendo información con otros científicos y observando a Paul, nuestro experto en papiones se dio cuenta de que éste utilizaba dicha táctica para hacerse con alimentos que él todavía no podía desenterrar.
Al parecer no tenía miedo, aunque hacía creer a su madre que estaba amenazado para que ella hiciese el trabajo sucio. Pareciera que nuestra genética evolutiva tuviera todavía mucho que decir.
Refuta que algo queda
Recurriendo a los clásicos de la retórica, se considera la refutación uno de los elementos del discurso político más propios de la demostración argumentada. Y así, la refutación se fundamenta en dos elementos principales: en primer lugar, los enunciados de la argumentación propia y, en segundo lugar, el análisis de los argumentos contrarios.
Esto es, una buena refutación tiene que presentar una profunda y lógica relación con los principales argumentos para su demostración. La refutación de los argumentos contrarios es inimaginable sin la previa afirmación convincente de las razones que el orador esgrima. Importan más los argumentos propios que los de la parte contraria; de no ser así, las razones huyen de quien las propone.
Asistimos desde hace ya tiempo en nuestra arena política a un modelo de argumentación basado en la descalificación previa y la posterior calificación, siempre negativa, de los oponentes políticos, sin la presentación primera de la postura personal. Nos traiciona nuestro pasado ancestral. Acusar para acallar resulta así una práctica muy ‘mona’.
P.D. Postulamos, desde esta minúscula ventana, una ‘modesta proposición’ que bien puede adoptar el traje de un decreto ley, tan en boga en estos momentos, por el que se prohíba a los políticos criticar y refutar los argumentos de sus contrincantes o adversarios antes de haber expuesto y argumentado su propia posición. Aunque solo sea para no parecer muy ‘papiones’.