La lucha por resignificar España

La cultura siempre ha formado parte de los conflictos sociales y económicos. La creación de marcos de discusión sobre consideraciones sociológicas y políticas ha permitido moldear la conciencia cultural de las generaciones venideras.

El sociólogo James Davison Hunter acuñó la expresión “guerra cultural” en su libro Guerras Culturales: la lucha por definir América en 1991. El autor explica cómo el conflicto entre valores conservadores y progresistas ha conseguido definir Estados Unidos. El uso recreativo de las drogas, la censura o los derechos de gays y lesbianas se encuentran entre los conflictos que Davison destacó.

La guerra cultural consiste en el cambio de las narrativas institucionales para ejercer una enorme influencia en la sociedad, capaz de desarrollar cambios políticos, sociales y económicos. Mediante la política de la conciliación y el consenso, distintos grupos sociales analizan, discuten y escogen los mejores fines.

Sin embargo y desde hace tiempo, la gestión de los asuntos públicos se ha convertido en la imposición incondicional de unas ideas sin ni siquiera buscar un consenso intermedio. Esto se traduce en la erosión de los espacios comunes de convivencia. Una sociedad polarizada.

El ascenso de Podemos

Vivimos en tiempos líquidos y convulsos donde, en muchas ocasiones, la política traspasa los derechos y valores fundamentales inherentes a la dignidad humana y los principios en los que se sustenta la convivencia democrática. Por eso es tan importante que no se socaven nuestros derechos y libertades, convirtiéndose en un tema de enorme calado en todos los parlamentos, incluido el español.

Los partidos se pelean por resignificar España según sus propios intereses. Con la crisis y el estallido del 15M se cuestionó el régimen establecido de significantes y significados. Con el ascenso de Podemos y el triunfo electoral del PSOE se creó el caldo de cultivo perfecto para alimentar la guerra cultural, exportada de Estados Unidos.

Polariza que algo queda

Las recientes elecciones estadounidenses son un buen ejemplo de guerra cultural. Por un lado, los demócratas convirtieron los comicios en una cuestión de justicia social, mientras que los republicanos se centraron en el marco de la seguridad y en defender la ley. A lo largo de toda la campaña, tanto Trump como Biden se han culpado mutuamente de las distintas revueltas sociales polarizando aún más al país.

Eso del ‘polariza que algo queda’ lo saben muy bien en el Gobierno de coalición. El vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, llegó a La Moncloa con las lecciones de Gramsci y la Escuela de Frankfurt bien aprendidas. Aquello de crear divisiones para ganar réditos políticos – “ganar la batalla cultural para ganar la batalla electoral”- no les fue mal en las elecciones.

La pregunta más sugerente es: ¿dónde están los conservadores? Sólo la exportavoz del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, ha hablado abiertamente sobre la importancia de la guerra cultural y de cómo, en este aspecto, la derecha ha perdido la batalla”

Ahora, dentro del Ejecutivo, Iglesias mantiene la misma actitud frentista, pero ya se ha dado cuenta de que para triunfar en esta guerra se deben de conquistar los cuatro pilares básicos en cualquier democracia: legislativo, ejecutivo, judicial y mediático. Algo de lo que mucho antes había sido consciente el ‘gurú’ del presidente, Iván Redondo.

Llama la atención que el asesor y ahora director del gabinete de Pedro Sánchez estableciera, en una entrevista el pasado 31 de julio, entre sus prioridades la de legislar asuntos pendientes como “la guerra cultural”. “Cada propuesta será abordada en su momento”, añadió Redondo.

Los dogmas culturales de la agenda progresista

La táctica de este Gobierno de coalición se centra en apelar a las identidades, afectos y pasiones, así como a los defectos de los rivales. Un buen ejemplo de ello lo dio este sábado el jefe del Ejecutivo en la presentación del acto ‘La España que nos merecemos 2021-2026’. En principio, hace creer a la ciudadanía que va a seguir hasta 2026 cuando los próximos comicios están fijados para 2023. Ante todo, libertad de voto.

El discurso de Sánchez, como viene siendo habitual dentro del Gobierno, se centra en la “ultraderecha y la derecha” como enemigos y culpables de todos los males, para ensalzar los méritos del Ejecutivo en esta legislatura como la ‘ley Celaá’.

La reforma educativa aprobada por el mínimo consenso (177 votos) que elimina el castellano como lengua vehicular del Estado, bien podría formar a unas nuevas generaciones que no puedan salir de Cataluña por no conocer más lenguas que el catalán.

Sánchez también citó los “grandes retos” que quedan pendientes por cumplir al frente del Gobierno y encajarían perfectamente con aquella lista que elaboró Davison, en este caso, en la lucha por resignificar España: la ley de Eutanasia, el pacto de estado contra la violencia de género y la ley de Memoria Democrática. En estos momentos, España se empapa de cada uno de los dogmas culturales que impone la agenda progresista.

La derecha no da la batalla

La pregunta más sugerente es ¿dónde están los conservadores? Sólo la exportavoz del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, ha hablado abiertamente sobre la importancia de la guerra cultural y de cómo, en este aspecto, la derecha ha perdido la batalla.

Sin embargo, la derecha da ese camino por perdido desde hace mucho tiempo. “Ahora nos conformamos con unificar bien la derecha. No se puede empezar la casa por el tejado”, contestan en el PP. Su estrategia sigue siendo la de contraponer la gran gestión económica ante la debacle social y la miseria impulsada desde Zapatero.

Tampoco Ciudadanos planta cara en estos momentos a esta batalla, con el consiguiente error de abrazar casi todos los dogmas culturales que marca la agenda progresista. Inconscientemente, contribuyen a dar un ‘sorpasso’ a las ideas por las que nacieron como partido cayendo en las próximas elecciones en la irrelevancia social.

En cambio, quienes lo han entendido de maravilla se llaman Vox. Si al PSOE le conviene dar alas a Santiago Abascal para situarse como la única alternativa de izquierdas que frene a la derecha más reaccionaria, para Vox es un regalo caído del cielo. El discurso de Sánchez pone a Vox bajo el constante foco para declararse principal partido de la oposición.

Los partidos más alejados del espectro de centro interpretan estos problemas que el país enfrenta como asuntos morales más que económicos o políticos.

La ventana de Overton

También las formaciones independentistas sacan ‘tajada’ de la guerra cultural gracias a la llamada ‘Ventana de Overton’, habilidad para convertir lo políticamente inaceptable en razonable, como un referéndum donde solo decidan los catalanes su independencia.

En definitiva, con la guerra cultural lo que está en juego en estos momentos es la libertad que desde muchas instituciones se pretende vulnerar. España no es un país en construcción ideológica mediante Real Decreto Ley.

Polarizar solo ayuda a la gente poco dispuesta a escuchar argumentos contrarios a sus dogmas, con la consiguiente degradación del debate público. Urge que los partidos, instituciones y la sociedad en su conjunto, vuelva al terreno común donde poder decidir las grandes cuestiones del presente. De las políticas de crispación a la política de la conciliación y del consenso.  


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