La llegada de Trump fuerza a Rajoy a subir la apuesta europea
He optado por no hablar con mis vecinos de la investidura de Trump ni de él mismo. El nuevo presidente de Estados Unidos se ha convertido en motivo recurrente para todas las diatribas. Está claro quién es y qué es. Hay que esperar a ver qué hace.
En Twitter pasa lo mismo. Se escribe y se da al botón de enviar como si fuera una bomba nuclear dirigida a la Casa Blanca.
En los últimos años del franquismo, había un periodista del régimen, que escribía sus columnas en el diario «Ya». Cada día, después de entregar su columna, pronunciaba solemne: «Hoy se van a enterar en el Kremlin». Parecía que estaba convencido de su colaboración inestimable y eficaz al final del comunismo.
Hoy ocurre en Twitter. Hay una caterva de exaltados que parece que creen que pueden acabar con Trump, recién llegado a la Casa Blanca.
Discreción y prudencia en las direcciones del PP y del PSOE. Estados Unidos es una potencia que aconseja bravatas sólo las imprescindibles.
Hay algunos mensajes, amenazas, claras en el discurso de Trump que hay que analizar con detenimiento en relación con las consecuencias que tendrán esas políticas si finalmente se llegan a aplicar. Trump es un bravucón; está por ver si se «apendeja»; así se refieren en México a los matones que se echan atrás cuando la realidad les supera.
Está claro que la correlación de fuerzas de Estados Unidos con España no da para la confrontación. La dimensión de toda respuesta a políticas hostiles tiene que ser necesariamente europea. Estos son los retos:
Guerra comercial.
«América primero»; trabajo y productos americanos, tiene un corolario inseparable. Cierre de fronteras, aranceles altos a las importaciones y represalias a las empresas norteamericanas que produzcan fuera.
Hemos llegado muy lejos en la globalización para que se pueda desandar el camino de repente. Hay grandes productores en el mundo que también son consumidores. La respuesta de China a medidas unilaterales sería inminente y radical. Y no solo China. Japón, Corea, India y otros países tienen una balanza comercial asentada con Estados Unidos de ida y vuelta.
¿Qué pasa con Europa?
Hay dos amenazas en las intenciones manifestadas por Trump. Una de naturaleza política, por los estímulos que puede producir su política en los nacionalismos en Europa. Con la Unión Europea en crisis, la existencia de amenazas interiores populistas, nacionalistas y xenófobas se van a incrementar. Munición para los nacionalistas y riesgo de extensión de la tentación del «brexit».
Este año se van a celebrar elecciones en Francia, Holanda y Alemania. En los tres países es previsible el crecimiento de la extrema derecha populista. Ahora es impensable que Marine Le Pen llegue al Elíseo. Pero también era impensable que Trump llegara a la Casa Blanca. Hay que estar atentos.
Angela Merkel está amenazada por el populismo en otra dimensión que no puede implementarse a medio plazo.
Y Holanda es demasiado pequeña en todos los sentidos como para una deriva populista pueda ser definitiva para la Unión. Pero ojo, porque otros países pequeños tienen inoculado el virus nacionalista y anti europeo.
La respuesta obliga a un liderazgo de Alemania, Francia, Italia y España para relanzar el proyecto europeo, ahora impelido por la necesidad de dar una respuesta a las prácticas económicas que ha formulado Donald Trump.
Una economía europea bien coordinada tiene peso para influir en el comercio global si finalmente el nuevo presidente norteamericano se atreve a una guerra comercial cerrando fronteras a la globalización.
Sigilosa, discretamente, habrá que fortalecer las alianzas europeas con China, Japón, Corea, Canadá (con quien ya hemos firmado el CETA). Y habrá que estar atentos a la evolución de las relaciones entre Donald Trump y Vladimir Putin.
España debe recuperar eficacia y notoriedad en las relaciones europeas. Una vez fuera el Reino Unido de la Unión, España sube en escalafón de los países más importantes. Es fundamental estrechar lazos con Alemania y buscar influencias en el camino hacia una Unión que supere las contradicciones económicas, fiscales y sociales entre sus socios, para presentar un bloque unido en las nuevas relaciones internacionales. Respuestas sociales que frenen populismos y nacionalismos en vez de contagios de esas tesis.
En ese aspecto, no cabe duda de que Mariano Rajoy y el PSOE se pueden entender. Claro, un PSOE ajeno al mantra de «no es no» de Pedro Sánchez. ¡Ojo con la tentación populista antieuropea de Podemos!
En defensa, la advertencia/amenaza de Trump no puede ser ignorada porque además es el aspecto más razonable de su discurso.
Estados Unidos entró obligado a la Primera Guerra Mundial por la torpeza alemana de hundir sus barcos mercantes en el Atlántico como medida desesperada para lograr la rendición de Inglaterra. Fue la coartada necesaria para el presidente Thomas Woodrow Wilson, que había prometido neutralidad, para mandar un millón de soldados norteamericanos a Europa.
Estados Unidos salvó por primera vez a Europa, pero su intervención en la Gran Guerra fue clave en su desarrollo industrial y militar. Fue el nacimiento de su hegemonía y el comienzo del declive del Imperio Británico.
La Segunda Guerra Mundial fue en cierto modo remedo de la primera.
Franklin Delano Roosevelt apoyó al Reino Unido con dinero y suministros, pero se resistió a intervenir directamente, consciente de que la opinión pública norteamericana, al igual que ocurrió al comienzo de la primera guerra mundial, veía la guerra como un problema de los europeos y muy distante de las costas norteamericanas.
Tuvo que ocurrir el ataque a Pearl Harbor y la posterior declaración de guerra de Hitler a Estados Unidos para que los norteamericanos volviera a acudir en ayuda de Europa.
Norteamérica volvió a salvar a Europa, pero tuvo la compensación de que un nuevo impulso militar e industrial consagró su hegemonía en el mundo, de la que sigue disfrutando, quizá en un final de ciclo.
Es importante la ecuación de ayuda a Europa y desarrollo político, económico e industrial, por lo que el ineludible agradecimiento de Europa está en parte compensado por el poderío que Norteamérica consiguió gracias a su ayuda.
Donald Trump ya no está interesado en ese equilibrio de contrapartidas y quiere que los europeos paguen su factura de seguridad. Es razonable. El precio debe ser una mayor independencia europea de Estados Unidos. Casi ningún país europeo gasta el 2% de su PIB en defensa, como es obligatorio para los miembros de la OTAN.
Saltará la alarma ante el temor de un incremento del gasto militar de los países de la Unión Europea. Los expertos creen que no es solo un problema de dinero, sino sobre todo de eficacia, sinergias y una planificación eficientemente coordenada de la defensa europea.
En el aspecto militar, España también tiene una oportunidad de fomentar estas transformaciones que además podrían ser una coartada para hacer frente al antimilitarismo visceral de una parte importante de la sociedad española.
Las amenazas, advertencias de Trump pueden convertirse en una oportunidad para relanzar el proyecto europeo. España no puede esquivar su puesto en primera línea de este envite.
PD: The American First fue un movimiento político enfrentado a Franklin Delano Roosevelt, opuesto a la intervención militar de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. De naturaleza fascista, a los promotores de una neutralidad que en realidad era un apoyo a la Alemania Nazi, les estalló el ataque a Pearl Harbor en mitad de un mitin antibelicista.
‘¡American First!’ no es un eslogan inventado por Donald Trump, y la seguridad europea es el precio de la hegemonía norteamericana. Esperemos que ese grito nacionalista no le pille a Trump como le ocurrió a Charles Augustus Lindbergh.