La leyenda del catalán suicida

El historiador y miembro del consejo editorial de El Periódico, Joaquim Coll i Amargós, es hoy uno de los paladines del unionismo españolista en Catalunya. Antiguamente estuvo vinculado a ERC, pero de eso no se acuerda ni él mismo, porque hoy se ha convertido en la voz del socialismo rancio, verbalmente federalista y de izquierdas, que ya ni siquiera está dispuesto a permitir que los catalanes voten.

Lo dejó muy claro en el acto de constitución de la entidad españolista Sociedad Civil Catalana, que integra a miembros destacados de la derecha españolista catalana, y que tuvo lugar en el Teatro Victoria, en el Paralelo de Barcelona.

Joaquim Coll es un hombre de talante malhumorado y verbo incendiario, a quien se insiste en presentar como intelectual aunque en verdad sólo sea un funcionario de la Diputación de Barcelona que ha escalado posiciones con la ayuda de los “amigos políticos”.

Lo que dijo en el acto del Victoria es de juzgado de guardia e impropio de alguien que dice pensar. Que el principal objetivo de la nueva entidad sea proporcionar argumentos a los catalanes para que vean que el derecho a decidir y la independencia van en contra de sus intereses tiene un pase, pero afirmar que lo que se quiere es que la consulta “no sea necesaria, de la misma manera que sería estúpido tirarse por la ventana”, es a toda luces una majadería. Es decir, para este señor la propia consulta ya genera división y su trabajo consistirá en impedir esa fractura. Lo que nos faltaba: gente de izquierdas que junto a gente de derechas quiere ponerle una mordaza al pueblo.

En la platea del Teatro Victoria estaban sentados representantes de los partidos unionistas
catalanes, entre ellos Sergio Santamaría, Àngels Esteller, José Antonio Coto, Andrea Levy y Juan Arza del PPC; el diputado del PSC en el Congreso Albert Soler y el también diputado y ex delegado del Gobierno en Catalunya Joan Rangel; Matías Alonso, Carina Mejías y Carmen de Rivera de C’s; Ramon de Veciana de UPyD; y Santiago Abascal de Vox.

Se quiere repetir el esquema frentista vasco de antaño sin ningún disimulo. Pero si en el País Vasco la unidad nacionalista española fue un fracaso absoluto y propició el crecimiento de Bildu, ni les digo lo que creo que pasará en Catalunya, en especial porque el movimiento soberanista catalán es democrático y cívico por definición, sin ninguna relación con la violencia. La sociedad catalana vive un momento de tensión política y está dividida de la misma manera que lo están todas las sociedades pluralistas, pero eso no significa que sea hoy una sociedad fracturada.

“No queremos hacer política –proclamó solemnemente el presidente provisional de la entidad, Josep Rosiñol, un periodista tan desconocido como en su día lo fue Carme Forcadell–. Nunca les diremos ni a los partidos ni a los gobiernos lo que tienen que hacer. Pero estaremos muy atentos para que nadie intente instrumentalizar la democracia o nuestras instituciones. No estamos reaccionando ante la imposición identitaria o los que tratan de romper España, sino que el nuestro es un proyecto de futuro”.

No sé si puedo ser capaz de comprender cuál puede ser el proyecto de futuro compartido entre la gente de extrema derecha de Vox y los autoproclamados federalistas de izquierdas. Está claro que no lo soy. ¿Y ustedes, cómo lo ven? ¿No les parece, como a mi, que lo lógico es que sólo les una el nacionalismo español que confrontan con el soberanismo catalán, que es lo que también une a gentes de derechas y de izquierdas?

Que nadie se lleve a engaño: el nacimiento de Sociedad Civil Catalana es un puro acto reflejo del unionismo para intentar incidir en el debate político que no está en sus manos. Ellos forman parte del bloque de poder español y recibirán el apoyo del Estado en su cruzada en contra de lo que hoy es, se mire como se mire, la mayoría parlamentaria en Catalunya.

No sé si esta sociedad civil es mucha o poca. Lo que sé es que le tiene miedo a la posibilidad de que en las urnas se demostrase que, efectivamente, son lo bastante numerosos para llenar un teatro pero no los suficientes como para ganar limpiamente la batalla de las ideas. Ahí estaban para ayudarles algunos profesores de universidad, que de momento son los de siempre: Joaquim Molins López Rodó, Félix Ovejero; Maria Antònia Monés, Susana Beltrán, Javier Barraycoa, Ferran Brunet, Clemente Polo y Francesc de Carreras.

Debe ser esa alergia a la democracia lo que les lleva a recetar no se sabe que terapia de choque a los enfermos suicidas catalanes que desean poder decidir sin amenazas de ningún tipo. Que ayuden a poner urnas y papeletas sobre las mesas electorales el día 9 de Noviembre y así desencallaremos la cuestión como gente “civilizada”, que tiene su raíz, precisamente, en lo cívico o civil. Nadie tiene derecho a turbar la libertad de acción del hombre, dijo John Stuart Mill.

Que todo el mundo se aplique el cuento y así no se tendrá que justificar que se cree una entidad política unionista española para evitar el suicidio de los pobres secesionistas catalanes. Lo que se creó en el Teatro Victoria fue una auténtica solidaridad patriótica española. En la Catalunya contemporánea nunca ha faltado este sector político. Antaño tuvo su líder, Alejandro Lerroux, el denominado Emperador del Paralelo, ahora se disputan ese liderazgo Alicia Sánchez Camacho y Albert Rivera. A los socialistas sólo se les reserva en esta obra el papel de figurantes.