La juventud ya no es indepe
En la Enquesta a la Joventut de Barcelona 2020, encargada por el ayuntamiento, más de dos tercios de los barceloneses menores de 35 años rechazaban explícitamente la secesión
Se acercan las fechas sagradas del separatismo. Son aquellos días en los que los líderes del movimiento suelen prometer que la venidera será la última Diada bajo el régimen autonómico. Y es que en Cataluña hace una década que escuchamos la misma canción del verano: ho tenim a tocar. Sin embargo, antes de llegar al 11 de septiembre, estos políticos pasarán de puntillas por los días 6, 7 y 8, días en los que bien podríamos conmemorar el desenmascaramiento definitivo del nacionalismo. Entonces, hace cinco años, se aprobaron en el Parlament las bases jurídicas de la independencia unilateral, a saber, la Ley del Referéndum de Autodeterminación y la ley de Transitoriedad Jurídica y Fundacional de la República. Fue el inicio del golpe al Estado de derecho.
Vulneraron los derechos de todos los catalanes aprobando, en contra de los procedimientos reglamentarios, unas leyes que suponían la derogación de la democracia y de la separación de poderes. Sí, aquellos días se quitaron la máscara y vimos su auténtico rostro autoritario. Ya podían repetir cada minuto que ellos eran los más demócratas del mundo, pero la evidencia era precisamente toda la contraria. El entonces letrado mayor del Parlament, Antonio Bayona, ha dejado escrito en su libro No todo vale que aquella sesión parlamentaria fue “la menos democrática jamás celebrada”. Un lustro después, el nacionalismo no solo no ha pedido perdón, sino que promete volverlo a hacer, aunque su apoyo social haya menguado notablemente desde entonces.
No sabemos si Pere Aragonès se atreverá a participar en la próxima Diada. El club de fans de Laura Borràs no le tiene en alta estima. Pero lo que sí está claro es que en los próximos actos del separatismo veremos menos jóvenes que en el pasado. A medida que la gran estafa procesista ha ido quedando al descubierto la edad media de los participantes en sus performances se ha disparado hacia arriba. La juventud ya no es indepe. De hecho, se está independizando a marchas forzadas de la milonga amarilla. Son diferentes los estudios que en los últimos años han demostrado, primero, el desencanto y, después, el desenganche.
Mientras en 2017 los jóvenes catalanes se mostraban más favorables a la independencia (56 %) que contraria a ella (35 %), en 2021 los datos prácticamente se invertían
En la Enquesta a la Joventut de Barcelona 2020, encargada por el ayuntamiento, más de dos tercios (67 %) de los barceloneses menores de 35 años rechazaban explícitamente la secesión. El mismo estudio demostraba, por cierto, cómo a pesar de las políticas nacionalistas de las últimas décadas el uso del catalán por parte de los jóvenes barceloneses había caído hasta ser la lengua habitual de solo un 28,4 % de estos, 7,2 puntos menos que en 2015. Será que el nacionalismo convierte en poco atractivo o incluso en desagradable todo lo que toca.
Según el barómetro del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Barcelona, mientras en 2017 los jóvenes catalanes entre 18 y 24 años se mostraban más favorables a la independencia (56 %) que contraria a ella (35 %), en 2021 los datos prácticamente se invertían. Solo el 36 % apostaba por la secesión, frente al 52 % que prefería continuar en España. Será que el victimismo subvencionado no convence a una juventud que no quiere que, a la actual incertidumbre económica, se le añada inestabilidad política e inseguridad jurídica.
Y responde de la peor manera posible, aunque esta sea la única que parecen conocer: la hispanofobia
Los últimos meses tampoco han sido especialmente buenos para la elite separatista. El verano nos ha dejado imágenes de decadencia estética, como la piscina de Pilar Rahola, y de degradación moral, como los insultos de los seguidores de Borràs a las víctimas de los atentados yihadistas. Son solo dos ejemplos de la descomposición intelectual del régimen nacionalista. En general, el desprestigio de las instituciones que controlan es cada vez mayor. Quim Torra ya dejó maltrecha la autoridad de la presidencia del govern de la Generalitat al definirse como el presidente vicario de un fugitivo. Aragonès le dio la puntilla al presentarse como “un vicepresidente en funciones de presidente”. Fórmula parecida a la que usan ahora con la presidencia del legislativo. Borràs no quiere abandonar cargo y prebendas, y los de Esquerra aceptan, por cobardía, una situación de interinidad en el Parlament.
El nerviosismo de la elite nacionalista es evidente. Está perdiendo la batalla demográfica. Y responde de la peor manera posible, aunque esta sea la única que parecen conocer: la hispanofobia. Ayer mismo el consejero de Educación, Josep González Cambray, compareció ante los medios de comunicación para anunciar ufano que “ninguna aula aplicará el 25 % de castellano el curso que viene”. El motivo de fondo no es la defensa del catalán. Es una cuestión de control social. Quieren una juventud insegura con el uso del castellano. Quieren una juventud con menos recursos y oportunidades, menos capaz de competir en el mundo laboral privado y más proclive a sacrificar su libertad en aras de la falsa seguridad prometida por el poder independentista.
No obstante, la libertad se abre paso por los caminos menos esperados. Los jóvenes ya no se informan a través de TV3. Tienen medios a su alcance que ningún político en democracia logrará controlar. Ya no están dispuestos a sacrificar los mejores años de su vida apoyando a unos políticos tramposos y sin escrúpulos.