La internacional ultranacionalista (valga el oxímoron)
La cumbre sobre inmigración revela cómo la alianza de gobiernos populistas se ha convertido en un contrapoder emergente en la UE
Durante la campaña presidencial norteamericana de 2016, Michelle Obama resumió en una frase lo que diferencia a los políticos que respetan las reglas de los que no: “Cuanto más bajo caen ellos, más alto volamos nosotros” (“when they go low, we go high”).
El problema es que ganaron los que más bajo cayeron. Y continúan ganando sin ninguna consideración por la decencia o el fair play.
El deterioro de las libertades a ambos lados del Atlántico es el corolario de un proceso para sustituir el orden demo-liberal por otro autoritario. Y va ganando velocidad porque el objetivo de sus actores, entre los que existen vínculos y alianzas, es crear un orden alternativo, como se ha evidenciado en la recién concluida cumbre europea.
Con la incorporación de Italia y de Austria, el frente nacional-populista que hasta ahora integraban Hungría y los demás miembros del Grupo de Visegrado (Eslovaquia, Chequia y Polonia) se ha consagrado como un auténtico contrapoder en la Unión, imponiendo su agenda y sus condiciones. E, incluso, su tosca manera de hacer las cosas.
Porque la rudeza –la “política sin complejos”, como les gusta decir– forma parte también de su estrategia alternativa. Victor Orban, el primer ministro húngaro, resumió en dos frases el ideario ultranacionalista a su llegada a las sesiones: “El objetivo es reconstruir la democracia europea”.
La manera de hacerlo es “que no entren más inmigrantes” y “que salgan los que ya están dentro”. ¿Por qué? “Porque es lo que exige la gente”.
Son “los deplorables”, como les llamó Hillary Clinton. Hablar “sin complejos” es parte de su estrategia
Hace unos días se cumplió el segundo aniversario del referéndum del «brexit». A medida que se acerca marzo de 2019 es mas verosímil una salida del Reino Unido sin acuerdo sobre su relación posterior con la UE.
En paralelo, el nacionalismo económico de Washington mantiene la amenaza de una guerra comercial con una Europa que aún tiene pendiente dotarse de instrumentos tan fundamentales como la unión bancaria y un presupuesto común.
Los ‘deplorables’
Todas esos asuntos, sin embargo, quedaron relegados en la cumbre porque la atención se centró en la “crisis” –así, con comillas– de la inmigración.
La llegada de extranjeros es una fracción de lo que fue 2015 porque, desde entonces, la UE ha pagado para que el flujo se detenga fuera de sus fronteras exteriores.
Los migrantes son un problema menos oneroso de lo que será un mal «brexit» y comporta menos riesgos para el empleo y para el PIB de la Unión que los que supondría una guerra comercial con EEUU.
El «brexit» fue el primer gran triunfo del arquetipo «deplorable»
Pero los ultranacionalistas han decidido que la única amenaza que merece atención son los desgraciados que vagan en patera por el Mediterráneo huyendo de la miseria… “porque lo exige la gente”.
El «brexit» británico de 2016 supuso el primer gran triunfo de un arquetipo que llevaba décadas en los márgenes de la política: el deplorable.
Entre sus perpetradores había una mezcla de las élites más rancias, como los conservadores Michael Gove, Boris Johnson y Jacob Rees-Mogg (a quien apodan el “honorable diputado del siglo XVIII”), con personajes sin pedigree pero con instintos callejeros, como el indescriptible Nigel Farage, líder del UKIP.
Desde entonces, otros deplorables no han hecho más que ganar: Donald Trump en EEUU, Sebastián Kurz en Austria, y Matteo Salvini, convertido en el hombre fuerte de Italia…
Mientras, los que ya ostentaban el poder, no han hecho más que consolidarlo, torciendo las reglas cada vez más para acrecentar su autoridad: Putin, Erdogan, Orban…
Trump no fue el primero de los deplorables, término que acuñó Hillary Clinton con poca elegancia pero absoluta precisión. Pero fue el que validó la estrategia electoral de la confrontación, el miedo y el “nosotros contra ellos”.
La gente quiere “que se les hable claro” y que gane el más fuerte
Su gran aportación al populismo internacional fue adaptar la experiencia de los reality shows televisivos a la política de masas. La gente quiere “que se les hable claro” y que gane el más fuerte. Trump les dio chulería y se convirtió en ‘su’ matón.
Salvini, líder de la Liga (ex Norte), es su alumno más aventajado en Europa. Antes era un faltón que calificaba a la población del sur de Italia de vagos y terroni que vivían del cuento.
Ahora es el campeón de todos los italianos (su popularidad se ha disparado tras las elecciones, tanto en el sur como en el norte) y controla las cuerdas del primer ministro Giuseppe Conte.
La xenofobia es la emoción unificadora del ultranacionalismo: a este paso, los inmigrantes van a ser los judíos del siglo XXI
Conte aplicó el método Salvini a la cumbre europea, amenazando con dinamitarla si no se satisfacían sus exigencias. “Son tóxicos”, decía de la delegación italiana un asistente citado por Reuters; “entran en la sala, provocan un enfrentamiento, se van airadamente, vuelven de nuevo… y así una y otra vez”.
Pieza a pieza
Aunque parezca un oxímoron, en los últimos años se construido una verdadera Internacional Ultranacionalista.
Sus miembros comparten mucho más que lenguaje y filosofía. La suma de sus objetivos nacionales confluye en uno común: arrebatar, pieza a pieza, el control de la UE a las élites políticas que lo han ejercido desde su fundación.
Para lograrlo, no necesitaban argumentos –que si el euro o los burócratas de Bruselas– sino una emoción que traspasara fronteras y reafirmara su identidad.
La encontraron en la inmigración y en la xenofobia que, si se sabe buscar, sigue yaciendo como hace 80 años bajo la superficie de las sociedades europeas. “Sin complejos”. A este paso, van a hacer de los inmigrantes los judíos del siglo XXI.
Ya no sirve contemplar los movimientos populistas como fenómenos nacionales
El acceso de los deplorables al poder en Italia ha sido el punto de inflexión para la Internacional Ultranacionalista: les proporciona el poder de coacción del tercer PIB de la UE (excluido el Reino Unido), una masa crítica de las que hasta ahora carecían.
Ya no sirve contemplar los movimientos populistas como fenómenos nacionales. Son un contrapoder emergente dentro de la Unión. De momento, Austria asume en julio su presidencia semestral y ya ha indicado que pretende dar un nuevo paso: vincular inmigración con seguridad, es decir, con terrorismo islámico.
Desde que llegó al poder, el primer ministro austriaco Sebastian Kurz ha estrechado relaciones con los países de Visegrado hasta el punto de especularse con que podría acabar integrándose en el organismo.
Este hecho, unido al entendimiento amable entre el gobierno italiano y el de Viena y la conexión con el sociacristiano bávaro Horst Seehofer prefiguran un nuevo eje (soy consciente de las resonancias históricas de la palabra) que pone en peligro la cada vez más frágil coalición gubernamental de Angela Merkel.
Europa se juega en sus fronteras. Si cae Schengen, cae la Unión
Los acuerdos de la cumbre –centros ‘controlados’, reparto de los llegados entre los países que los acepten voluntariamente, más dinero para África y restricciones sobre las ONG de rescate– son una concesión poco disimulada a las tesis de quienes quieren cerrar las fronteras de la Unión.
Y no detendrán sus demandas. El próximo paso, los controles interiores dentro de la UE, seguirá en la lista de Victor Orban, de sus socios del Grupo de Visegrado y de los nuevos socios del contrapoder ultranacionalista que ha dejado de ser marginal en la Unión.
El núcleo tradicional del poder europeo está a la defensiva por primera vez en décadas. El célebre eje franco-alemán carece de lo que más eficacia le daba: la intimidación, reducida a prácticamente cero desde que Merkel depende de su socio socialcristiano.
España, por mucho que Pedro Sánchez estreche lazos con Merkel (aceptando el retorno de extranjeros que entraron por España camino a de Alemania) y Macron, no está en condiciones de sustituir el peso de una Italia que ha cambiado de bando.
El futuro del proyecto europeo se juega en las fronteras. Si la suma de inmigración y seguridad hace tambalear el acuerdo de Schengen sobre eliminación de fronteras interiores, la Unión entrará en una crisis mortal y sin comillas.
Y no serán responsables los inmigrantes, sino la Internacional Ultranacionalista y su mensaje del miedo.