La insoportable levedad de Sánchez y el aire cansino de Rajoy
Ayer nos quedamos en un análisis de la tentación autoritaria de Podemos. No había alarma; solo constatación. He recibido protestas airadas pero todavía nadie me ha amenazado con la cárcel. No tienen poder para ello. Esto no es Irán.
Mientras tanto, Pedro Sánchez juega al Monopoly con los senadores socialistas. Presta para construir grupos parlamentarios como si sus señorías fueran peones de brega. Es sencillamente un fraude a quienes votaron a esos senadores.
La capacidad del líder socialista para destruir su propio partido es elástica; todos los materiales tienen un punto límite de resistencia. Incluso los más flexibles, sometidos a tensiones imposibles, terminan por fracturarse.
No hay nada más peligroso que un político apurado por la supervivencia. Detrás de él, otra vez el diluvio. Sigue habiendo espacio para la caída. Y las encuestas la vaticinan con vehemencia.
La guardia pretoriana de Sánchez ejerce un cierto matonismo. A Javier Fernández, secretario general del PSOE asturiano y presidente de la Comunidad le han amenazado desde Ferraz con desestabilizar el partido en Asturias. Es la escuela de las Juventudes Socialistas. De ellas no se conoce nada salvo que la capacidad de intriga y conspiración de quienes se criaron en ellas no tiene límites. De su acción política no se tiene noticia.
Pedro Sánchez ha perdido una oportunidad espléndida de cohesionar el partido. Todo empezó la misma noche electoral. No se cortó para proclamar que el PSOE había hecho historia. Naturalmente no se refería al peor resultado de su vida política. Para demostrar que solo le preocupa su futuro personal, proclamó su decisión de presentarse como candidato al próximo congreso socialista al día siguiente. Como si fuera la urgencia del orden del día en esta España desguabinada.
La política es el arte de acertar con discreción; de negociar en silencio. De no romper escaleras que se puedan llegar a necesitar. A Pedro Sánchez le falta el coraje para poner en su sitio a Podemos y los complejos con este partido le llevan a tramitar su desesperación sin rumbo fijo.
El PSOE es una olla a presión que no tiene válvula suficiente para aguantar sin explotar. Pero como en las películas de submarinos, sigue bajando hacia el fondo pensando que las cuadernas aguantarán aunque se sobrepase la profundidad máxima.
Habla pero no explica nada. No tenemos noticia de donde se ancla la esperanza de ese gobierno de concentración de materiales radiactivos.
Tiene una oportunidad de salvar a su partido y permitir una estabilidad en esta España que tiene muchas vías de agua que no admiten aplazar la reparación. No solo Cataluña y el desafío antidemocrático. Como todo aprovecha a su causa, ahora cede senadores a los independentistas pensando que los militantes tienen tragaderas para cualquier sapo. Somete a su partido a todas las tensiones imposibles. Pero no se atreve a formular la única que queda. Un gobierno en minoría del PP que esté amarrado por un programa de progreso económico y social y una solución legal, como no puede ser de otra manera, para Cataluña.
En estos asuntos, los líderes políticos carecen de coraje intelectual para adoptar decisiones responsables, que son complicadas y que necesitan pedagogía para ser comprendidas. En eso no hay capacidad de riesgo.
Dentro del PSOE hay militantes y dirigentes sensatos. Horrorizados con estos juegos. Su paciencia tiene límites en un partido centenario que no tiene certificado de supervivencia. Hasta el Imperio Romano se vino abajo.
Atentos al discurso de Pedro Sánchez en la investidura de Rajoy. Si prolonga o comienza la campaña electoral, el tinglado socialista se vendrá abajo. Ya no habrá espacio para las cabriolas o los balbuceos. Ese será el límite entre el postureo y la política. Me parece que no tiene capacidad para esa prueba. Ni siquiera como remedo del aire cansino de Mariano Rajoy.