La insoportable levedad de Mas

En 1984 el escritor checo Milan Kundera publicaba la que ha sido su obra literaria más reconocida, La insoportable levedad del ser, cuyo protagonista, Tomáš, busca sobreponerse a su ligereza -devenida de sus dudas existenciales sobre la vida en pareja- a través de un viaje iniciático hedonista pero en el fondo vacío, tratando de encontrar en el resto de mujeres aquello que su compañera, Tereza, no puede llenar ella sola.

El Astuto Mas, al igual que Tomáš, ha andado a la caza de muchas compañeras en este viaje iniciático, en esta búsqueda existencial de una mitificada Ítaca separatista; sin embargo, ha querido andar ese camino tratando de seducir compañeras que hace 5 años nadie se hubiera podido imaginar, como son ERC o la CUP, haciendo así gala de esa insoportable levedad que parece atesorar nuestro ínclito Presidente.

Esa insoportable levedad de Mas ha acabado por hartar a esas «compañeras», por un lado al antiguo socio, Unió, rompiendo la electoralmente provechosa coalición que ha gobernado Cataluña a lo largo de muchos años, y por otro lado el nuevo -pero también finiquitado- socio de Junts pel Sí, ERC, que ante la negativa de la CUP a investir a Mas, pretende ahora gobernar con el apoyo de los cupaires.

Junqueras sabe que unas nuevas elecciones pueden dejarlos fuera del ejecutivo o en manos de Podemos, Guanyem, Catalunya Sí Que Es Pot, En Comú Podem o el nuevo nombre que se inventen de cara a las futuras elecciones autonómicas que se vislumbran cercanas en el horizonte. Y es que todo parece indicar que habrá un gobierno radical de bloque nacionalista de izquierda cuando haya nuevas elecciones.  

Algunos de los partidos emergentes o nuevos, que catalogaríamos ideológicamente dentro de la izquierda de tipo dogmático y extremista, se enorgullecen de tener sistemas asamblearios de decisión que nos venden como una nueva manera de concebir y ejecutar la democracia, por considerarlos como un mandato emanado directamente de las bases y no de los cuadros, es decir, un mandato directo de todos y cada uno de los integrantes de la asamblea la cual identifican casi ontológicamente con la representación de la voluntad de todo el Pueblo.

Un buen ejemplo de este modelo son las diversas asambleas cuperas que tenían que votar si apoyar o no un nuevo gobierno del Astuto. Pero el resultado no ha sido el que Mas pretendía: al votar no estas asambleas a su investidura le han condenado al ostracismo.

Este modelo asambleario no es tan nuevo como nos quieren hacer creer estos partidos. Si retomamos el concepto de ostracismo, según lo recoge Aristóteles en el Libro III de su Política, sabemos que fue una institución jurídica ateniense que castigaba con un exilio temporal a aquellos ciudadanos que podían representar un cierto peligro para la polis: «Tan pronto como un ciudadano parecía elevarse por encima de todos los demás a causa de su riqueza, por lo numeroso de sus partidarios o por cualquier otra condición política, el ostracismo le condenaba a un destierro más o menos largo«.

Aristóteles afirma que el origen del ostracismo no es otro que la necesidad de garantizar que se mantenga siempre la igualdad entre todos los ciudadanos. Aristóteles también nos advierte que en el caso de gobiernos corruptos el ostracismo no era algo que se encontrara al servicio verdadero de la república, del bien común, sino que se utilizaba simplemente como un arma de partido.

Los ciudadanos atenienses, venidos de todas partes, se reunían en una asamblea, llamada ekklesia, y votaban escribiendo en un ostracon, un trozo de terracota en forma de concha, el nombre de la persona que querían desterrar mediante el ostracismo.

Hay que reconocer que la democracia ateniense fue un gran logro, sí, pero también hay que recordar que sólo la disfrutaba una élite, que la sociedad ateniense era esclavista y en ella la mujer no gozaba de muchos derechos. Y que muchos de los ciudadanos no sabían leer ni escribir.

Esta realidad del analfabetismo es muy importante y queda recogida por Plutarco en su conocida obra Vidas Paralelas, en el capítulo que dedica a Arístides, que fue condenado al ostracismo en el 482 a.C. Plutarco explica que para desterrar alguien se tenía que llegar a 6.000 votos emitidos y que el nombre más votado era a quien desterraban. Narra Plutarco que los ciudadanos, en la ekklesia, se encontraban escribiendo los nombres en los ostracones, cuando un campesino, que no sabía escribir, dio casualmente su ostracon a Arístides, a quien no reconoció, y le pidió que escribiera el nombre «Arístides»; éste, asombrado, le preguntó si le había agraviado de alguna manera. El campesino respondió que de ninguna, que ni siquiera lo conocía, que simplemente estaba hastiado de oír continuamente que le llamaban «el justo». Arístides, habiendo escuchado esto, no le respondió nada, y escribió su propio nombre en el ostracon y se lo devolvió. ¡Fue desterrado, por supuesto!

Plutarco recoge en el mismo pasaje un ejemplo más de esta institución jurídica, exactamente lo que -según el autor- hizo reflexionar a los atenienses y abolir para siempre el ostracismo por el descrédito del sistema. El 417 a.C. eran Alcibíades y Nicias, los ciudadanos de mayor influencia en la polis, jefes de las dos heterías o facciones políticas que se disputaban desde la muerte de Cleón la dirección de la polis, quienes habían sido propuestos a la ekklesia para ser desterrados.

Ante esta situación, ambos movilizaron a sus partidarios y consiguieron que los ciudadanos votaran mayoritariamente al orador demagogo Hipérbolo, que fue el último ateniense en sufrir el ostracismo. Es necesario añadir que los análisis grafológicos de los muchos ostracones recuperados arqueológicamente en el Ágora ateniense indican que estos estaban casi siempre escritos por las mismas personas, muy pocas, lo que demuestra que los ostracones se preparaban de antemano y se distribuían, a través de los partidarios de unos y de otros, entre los ciudadanos dirigiendo de este modo su voto. Todo muy democrático y participativo, ¡caramba!  

Parece ser, pues, que 25 siglos atrás el sistema asambleario era ya una manifestación tan poco democrática y de tantas pocas garantías como lo es hoy en día, y que con este sistema sólo ganan aquellos que mueven los hilos buscando su beneficio personal y jamás el del grupo. ¡Vaya por Dios! Resulta que el Astuto estaba esperando que Godot saliera de las tenebrosas salas del asamblearismo separatista pero éste no apareció nunca porque resultó ser un antisistema. El suyo ha sido un naufragio de una magnitud homérica o shakespeariana, digno de La Odisea o de La Tempestad.

Y al igual que el rey Edipo, el Astuto, luchando contra la inevitable fuerza del destino, no haciendo caso a los malos augurios y obrando inútilmente con el único objetivo de evitar su propia desgracia, no ha hecho más que cumplir las profecías que lo condenaban al fracaso, al ostracismo, a la vergüenza y al exilio.  

¡Ay, Artur!, a ti que tanto te gustan las metáforas de mar te creíste que con buen viento, todo el mundo es marinero. Ya te has dado cuenta de que no es así. A los catalanes, pueblo de mar la mayoría, también nos gustan los refranes marineros, Artur, por lo que te deseamos de todo corazón –como decimos en catalán- ¡buen viento y barca nueva!, barca que no arribará a esa Ítaca que tanto anhelabas sino al ostracismo de la isla del olvido, donde reposan por (de-) méritos propios -fruto de su insoportable levedad- todo tipo de políticos amortizados como tú.  

¡Ay, Artur!, ahora, en esta larga travesía hacia la nada, hacia el abismal olvido, podrás rememorar El corazón en calma, del príncipe de los poetas catalanes Josep Carner, especialmente aquellos magistrales versos que parecen escritos para la ocasión:  

Junto a la mar se halla el castillo del Olvido:
yo voy bogando en una noche serena y cae el haz de esta luna llena
sobre sus dragones y leones de granito.  

No hay un nombre en el portal, ni un can contrito
que retorne de sus ojos la húmeda ofrenda.
El gran portal hacia una noche nos lleva:
sorda, abismal, petrificada noche.