La inmersión lingüística es un proyecto fracasado en Cataluña
¿Qué significará para el sistema educativo español que el castellano deje de ser lengua vehicular? Pues todo y nada
La aprobación de la Ley Celaá ha vuelto a poner de moda el recurrente tema de la lengua que en España siempre funciona. Un debate que tratado con superficialidad remueve, pero no agita nada. Cuando pasa el calor declarativo, todo queda igual.
Vayamos a la cuestión. ¿Qué significará para el sistema educativo español que el castellano deje de ser lengua vehicular? Pues todo y nada. Para las zonas de España donde la lengua única es la de Cervantes es como si desde ahora me dicen que no debo describir mis canas. El que escribe tiene el pelo blanco y por mucho que no lo explicite, ahí están. Por lo tanto, mientras que las escuelas en España no decidan, de pronto, dar las clases en suajili, como en Tanzania o Kenia, la denominación “vehicular” importa lo mismo que auto reafirmarme en mis canas.
Otra cuestión es lo que pueda afectar a las comunidades que tengan otra lengua oficial. En este caso las cosas cambian, pero relativamente. Todos los gobiernos catalanes desde 1980 han pasado del castellano en las aulas y, por lo tanto, las cosas se van a quedar igual, dígase lengua “vehicular” u “oficial”. Cataluña es una comunidad que tiene como norma saltarse las sentencias sobre el castellano en la escuela de forma rutinaria. Así que la Ley Celaá será algo más a considerar en su paso por el arco del triunfo nacionalista.
Pero existen más puntos de vista a tener en cuenta sobre esta polémica que, como reitero, mientras no sea asumida desde posiciones únicamente pedagógicas, aisladas de la política, tendrá un desarrollo inútil.
Y es que, tras 40 años de utilización política de la lengua en Cataluña, el mundo educativo nacionalista va descubriendo día a día el fracaso de su inmersión lingüística. Y esta es una situación muy clara en las grandes ciudades, pero también en las poblaciones medias donde el nacionalismo ha trabajado muy a fondo. Me refiero a poblaciones como Manresa, Berga, Reus etc…, y los pueblos con menos población que rodean estas ciudades y que son condicionados por su atracción económica.
Los jóvenes catalanes viven la lengua que utilizan de forma mucho más normalizada y sin tantas rémoras del pasado. Sus medios de comunicación no tienen nada que ver con los de sus padres y profesores. YouTube, Twitch o Instagram han sustituido a la tele y la radio. En esos espacios digitales cada uno se expresa en el idioma que le da la real gana. Plataformas donde el castellano es vehicular y el catalán una excepción, aunque sea en Sant Julià de Ramis, el pueblo de Girona que esperaba a Carles Puigdemont votar un 1 de octubre.
Por ello, los pedagogos del independentismo, antes nacionalistas, han saltado también sobre la Ley Celaá. Ninguno de ellos la considera interesante para sumergir a los alumnos (en Cataluña se denominan “criaturas” para evitar la diferencia de género, pero es una palabra que traslada a la mitología o a la literatura de Tolkien) en la lengua que persigue sus propósitos.
La inmersión lingüística está presente en Cataluña desde el año 92, tras el decretazo lingüístico que preparó la Ley del 98 de Política Lingüística. Hasta el año olímpico la Ley llamada de Normalización dejaba a los centros una considerable libertad de cátedra.
Saber qué ocurre en las aulas catalanas no es una obsesión para la sociedad, hasta que tienes un hijo escolarizado
En aquellos años 80, la sociedad catalana tenía un alto índice de emigración que consideró positivo, y lo fue, que sus hijos, educados en castellano en casa, se abrieran a la lengua de moda y que olía a libertad como era el catalán. Esas familias aceptaron el bilingüismo con normalidad y se rechazó las dos líneas educativas que se proponían en el País Vasco.
Pero no todo el mundo lo entendió igual. Algunas escuelas nacionalistas comenzaron a exigir al profesorado un nivel de catalán por encima de lo habitual en aquel momento. Muchos maestros mayores de 50 años, y otros que consideraron este tipo de acciones como una imposición excluyente, y que toda su vida habían dado clases en escuelas catalanas, se vieron obligados a exiliarse. Podríamos cambiar la palabra “exilio” por “marcharse”. Juzguen ustedes. La cifra fue de 14.000 profesores solicitando traslado a otras autonomías. Corría 1983.
Pero la sociedad estaba en otras cuestiones. Poca gente fue consciente de esta situación. Los medios de comunicación lo aceptaron como algo novedoso. Y quien lo denunció fue considerado, ¡cómo no!, un facha.
Saber qué ocurre en las aulas catalanas no es una obsesión para la sociedad, hasta que tienes un hijo escolarizado. Entonces empiezan las preguntas. En este punto, no es lo mismo la realidad lingüística en Primaria que en Secundaria. Son dos mundos absolutamente diferentes.
Las preguntas en Primaria son sencillas: ¿Por qué mi hijo tiene dos horas de castellano y tres de inglés? ¿Por qué sólo tiene un libro en castellano?
Una reflexión que pocos padres se hacen es qué significa inmersión lingüística. En las escuelas francesas, inglesas o alemanas que existen en España la idea está muy clara: todo en una lengua. Eso es lo que ocurre en la Primaria catalana, a pesar de las últimas sentencias sobre el 25% de asignaturas en castellano. Como antes describía acaban en el arco del triunfo.
En los institutos, o sea, entre los adolescentes que ya consumen de forma masiva los medios de comunicación antes comentados, las cosas cambian. En este caso, a pesar de que los libros sean en catalán, la relación entre profesor y alumno es la que prima. Y aquí cada escuela es un mundo. No tanto en la concertada donde los alumnos no cambian de centro al pasar de ciclo educativo.
Y finalizo con algo que les sorprenderá. A pesar de todo, la lengua débil en Cataluña es el catalán, sin olvidar la discriminación del castellano en la Primaria y en las comunicaciones oficiales. Las causas: la fuerza del castellano y las nuevas formas de comunicarse entre los adolescentes. Y es que este artículo no va en contra del catalán. Por Dios, es una de mis lenguas. Va de colocar cada cosa en un sitio oportuno.