La ingobernabilidad creativa

Frente a la discordia, el odio y el retroprogresismo, los partidos constitucionalistas han de llegar a un acuerdo que permita una investidura

Si Joseph Schumpeter hablaba de la “destrucción creativa” para referirse a las decisiones y reformas que permiten salir de la crisis económica con nuevos bríos y proyectos estimulantes, ¿por qué no pensar que existe una ingobernabilidad creativa que permite salir de la crisis de gobernabilidad en la que puede instalarse España después de las elecciones del 10-N

La ingobernabilidad de España está ahí. En efecto, ¿cómo gobernar un Congreso con dieciséis fuerzas políticas teniendo en cuenta que un tercio de las mismas se mueve en el terreno del anticonstitucionalismo, el radicalismo, el populismo y el nacionalismo –valga la redundancia– disolvente?

A ello, añadan algún toque caciquil. Y, rizando el rizo, varias de dichas fuerzas políticas atesoran todos los vicios políticos señalados.

Dicho lo cual, conviene añadir una verdad de Perogrullo: el factor determinante de la crisis de gobernabilidad que padece España y sufren los españoles –dejando a un lado la economía: otra fuente de desacuerdos en cuestiones de política laboral, fiscalidad y estabilidad presupuestaria– no es otro que el así denominado “conflicto catalán”. Para entendernos, el independentismo catalán.

Ese nacionalismo que el filósofo catalán José Ferrater Mora diagnosticó como “enfermo de pasado” por reivindicar una nación milenaria que nunca existió y una democracia centenaria que tenía poco de democrática y mucho de estamental.

El filósofo: “No es, pues, conveniente olvidar que el pasado ha de ser efectivamente el pasado en lugar de convertirse en el reflejo de cualquier melancólico recuerdo. Si no lo hacemos, caeremos enfermos de pasado y nos será difícil curarnos de tan traidora enfermedad” (Reflexiones sobre Cataluña, 1955).

Sánchez es un paradigma de líder sin ideología o con ideología a la carta

Una enfermedad de pasado que, con el tiempo, sacando a colación al historiador John Elliott, se ha transformado en el “síndrome de la nación elegida” y la “víctima inocente”. Un síndrome –un nacionalismo– que frecuenta la deslealtad institucional y la sedición. Con vandalismo incluido. De la enfermedad de pasado a la enfermedad de presente.

Así las cosas, habida cuenta de un nacionalismo desestabilizador que de la ingobernabilidad hace bandera, habida cuenta de un Congreso en que emergen otros nacionalismos o regionalismos que no anuncian nada bueno, habida cuenta de la existencia de una izquierda y una derecha extremas que coquetean con el populismo, la demagogia, la desestabilización y la ingobernabilidad; habida cuenta de todo ello, ¿qué hacer?

El modelo lo brinda Joseph Schumpeter. Esto es, la ingobernabilidad –como la crisis– puede ser creativa. Para ello, se necesitan políticos innovadores, emprendedores, con nuevos métodos y nueva organización, que optimicen recursos, que sean –eficientes y competitivos– capaces de elaborar una práctica dotada de valor añadido que permita hacer frente al monopolio nacionalista y extremista que contamina y condiciona la gobernabilidad del Estado.

Tomo nota de lo que dijo Pedro Sánchez en su comparecencia durante la noche electoral: hay que apostar por la “convivencia” y hay que contar con “distintas formaciones políticas” con la excepción de quienes “siembran la discordia y el odio”. Ahí tienen ustedes el hilo conductor que lleva a la gobernabilidad.

Frente a la discordia y el odio de unos, así como frente al retroprogresismo de los otros, los partidos constitucionalistas –fundamentalmente, PSOE, PP y Ciudadanos– han de llegar a un acuerdo –que sean ellos los que le pongan nombre y sustancia– que permita una investidura en la cual no tengan ni arte ni parte los partidarios de la ruptura –en uno u otro sentido– democrática y constitucional.

Un pacto de Estado entre constitucionalistas que no debe supeditarse, ni subordinarse, al discurso e intereses de los nacionalistas ni de los antisistema. Un acuerdo de triple alcance: político, social y económico. Traduzco: Constitución, convivencia y mercado. ¿Me preguntan por qué? Por responsabilidad, por ética, por estética.  

“Hoy es siempre todavía”, dejó escrito Machado

Una tarea difícil a tenor de los intereses inmediatos del PSOE y el PP. Un PSOE quizá empeñado –todo depende del grado de camaleonismo político de Sánchez– en un gobierno soi disant progresista con Unidas Podemos que le permitiría conservar el marchamo de partido de izquierda. Un PP que siente el aliento de un Vox que se le aproxima por la espalda y puede mermar su espacio.

Siendo ello cierto, también lo es que el lento pero continuado declive de Unidas Podemos, así como el derrumbe de Ciudadanos, amplía la capacidad de movimientos de Sánchez por el centro que tanto ansía por cuestiones –el líder socialista es un paradigma de líder sin ideología o con ideología a la carta– puramente electoralistas. Un viaje al centro que justificaría el pacto de Estado constitucionalista con el PP y Cs.

Por su parte, el aliento de Vox que percibe el PP tiene su límite político. El PP corre el riesgo –cuando tengan la posibilidad de acceder al Gobierno del Estado– de verse excesivamente condicionados o comprometido por un Vox que puede ser una carga más que un alivio. Cosa que facilita el pacto de Estado con el PSOE.

Lo que también facilita el pacto de Estado entre PSOE, PP y Cs es la irritación de una parte de la ciudadanía que precisamente no entiende la razón por la cual dicho pacto no se concreta. Un último argumento de peso a favor del pacto de Estado: si Pedro Sánchez y Pablo Casado no lo firman hipotecan, a corto o medio plazo, su futuro político.

Vuelvo a Joseph Schumpeter. Hay que recapitalizar –capital: activos y bienes que producen riqueza– la democracia para fortalecer el Estado de derecho. Para combatir la antipolítica y contrademocracia nacionalista y populista. Para regenerar la vida política española.

Para desbaratar unos proyectos en marcha cuyo propósito no es otro que el de dinamitar la convivencia ciudadana y socavar el orden constitucional. “Hoy es siempre todavía”, dejó escrito Antonio Machado.

Ahora en portada