La independencia no basta, hay que decir para qué
Empezaré poniendo las cartas sobre la mesa para que nadie se llame a engaño, aunque a estas alturas no creo que eso ocurra. No soy independentista. Tampoco soy contra lo que, a buen seguro, algunos detractores estén dispuestos ya a blandir, autonomista o centralista. He llegado al convencimiento de que sólo vale la pena abrazar aquellos “ismos” que puedan mejorar la vida de la población, aquellos que nos hagan más ricos, justos y felices, apoyados a ser posible en proyectos sólidos a corto plazo y no en fáciles promesas de lejanos paraísos, y revisando frecuentemente la elección hecha.
Tras la festiva, ampliamente multitudinaria y reivindicativa manifestación de la Diada, el president Mas ha decidido emprender un camino que va más allá de cualquier propuesta formal que él o la formación política que le sustenta habían defendido hasta ahora. Aunque manteniendo un lenguaje ambiguo en algunos puntos, el contenido y la forma de sus últimos actos dan a entender que la independencia de Catalunya sí está ya definitivamente en el horizonte político. Para que ese sentimiento más o menos mayoritario se transforme en un plan viable, habrá que pasar de las palabras grandilocuentes a los contenidos concretos que puedan ilusionar a una mayoría de la población.
De entrada, habrá que explicar los posibles costes de ese proceso y demostrar que son inferiores a los de cualquier otra alternativa. Deberá hacerlo evidentemente en Catalunya, donde tiene que construir esa incontestable mayoría por la independencia y sería conveniente que también lo hiciera en el resto de España. Y deberá explicar, por supuesto, los beneficios. Tener un pasaporte catalán y no español seguramente no será suficiente incentivo para una buena parte de la población que querrá conquistas más palmarias. En este terreno, Mas y los líderes políticos que pueden encabezar ese proceso a la independencia tendrán que desplegar sus dotes más persuasivas.
Y es que si bien parece ser que casi todo el mundo tiene asumido que la independencia pondría fin al déficit fiscal que sufre Catalunya, no está claro que nuestros problemas acabasen ahí. Los casi dos años de gestión del actual gobierno han sembrado numerosas dudas sobre su propuesta política, enmascaradas en parte por un hábil manejo del enfrentamiento con el gobierno central. Sondeo tras sondeo, la población refleja en los resultados del CEO (Centre d’Estudis d’Opinió) un profundo cansancio respecto a sus dirigentes políticos; los de Madrid, por supuesto, pero también los de aquí.
¿Qué administración construiremos tras la independencia y qué gestión haremos de los recursos públicos? Una buena parte de los líderes que promueven el proceso soberanista en curso tienen un pasado a sus espaldas no muy brillante en este terreno, por ser suaves. Quizás fuera bueno recordar, como una anécdota, que este país, Catalunya, tuvo en algún momento una “Comisión para la desburocratización”, de resultados inenarrables, en sentido literal. Por no hablar de la tendencia al despilfarro mostrada por diferentes ejecutivos, de los casos de corrupción por explicar, del fracaso en el sistema educativo tan pronunciado en Catalunya o de la incapacidad para desarrollar un modelo económico autónomo diferente del espejismo inmobiliario que ha campado por sus respecto en todo el territorio español.
Este país se puede permitir en las actuales circunstancias muy pocos lujos. Uno de los que seguro no nos podemos regalar es meternos en un proceso muy costoso sin tener claros los beneficios de esa arriesgada apuesta. Que no acabemos diciendo que para este viaje…