La incorregible tontería de la España plurinacional

Aunque se plantee como solución alternativa, la historia muestra los problemas que ha provocado la supuesta plurinacionalidad española

Hay algunas fuerzas políticas –hace unos pocos años los nacionalismos periféricos también planteaban dicha cuestión- que abogan por la España plurinacional como solución alternativa a la actual organización territorial del Estado.  

En general, suelen ser las izquierdas quienes plantean la idea de la plurinacionalidad española. El objetivo: convertir España en un proyecto compartido en que –previo reconocimiento explícito de lo propio- convivan cómodamente diversos pueblos, identidades o singularidades.

Durante la República Democrática Federal Española ciudades como la Seu d’Urgell o Algeciras se convirtieron en naciones soberanas

En buena medida, la idea de la plurinacionalidad surge de un Adolf Fischhof (Austria y las garantías de su existencia, 1869) que defiende el sistema autonómico de los Habsburgo con términos como: “igualdad de derechos de los pueblos”, “obra de marquetería en que cada pieza encaja con las otras”, “asociación de pueblos” y “Estado de nacionalidades”.

En España, la marquetería habsburguesa plurinacional tuvo una agitada y efímera existencia durante la Primera República (1873-1874).

A saber: Cartagena, Sevilla, Jaén, Algeciras, Granada, Cádiz, Málaga, Murcia, Jumilla, Alcoy, Valencia, Almansa, Torrevieja, Castellón. Barcelona, Olot, Seu d´Urgell, Béjar o Salamanca, entre otras ciudades, se convirtieron, durante días o meses, en naciones o cantones soberanas de la República Democrática Federal Española.  

Durante la Primera República algunas naciones estuvieron a punto de declarar la guerra a sus vecinas

Conviene añadir que poseían milicias, bandera y moneda y que al frente de cada una había un Cuerpo de Voluntarios y Movilizados, una Junta Revolucionaria y un Comité de Salvación Pública.

Más: las tensiones y conflictos entre naciones fueron frecuentes y algunas estuvieron a punto de declarar la guerra a sus vecinas por cuestiones de límites fronterizos.

Benito Pérez Galdós, en la novela La Primera República (1911), que forma parte de los Episodios Nacionales, brinda un friso de la España plurinacional: “el motín estalla, los trabajadores arrollan la escasa guarnición; pegan fuego al Ayuntamiento, asesinan a todas las personas que odian, matan a trabucazos al alcalde, y arrastran ferozmente su cadáver”;

Galdós añade: “llegó al Ayuntamiento, desde cuya balconada saludó al pueblo y al Cantón de Cartagena, con frases de noble y bárbara elocuencia…nosotras somos cantonalas hasta la pared de enfrente, y como usted hable mal de esto le arrastraremos por las calles” (Cartagena);

Benito Pérez Galdós, de Franzen

un error previsto

Benito Pérez Galdós relata las disputas de la España plurinacional en su obra La Primera República (1911)

Y cierra: “ya sabíamos que la tropa, dominada en absoluto por los Comités federales y convertida en instrumento de la Diputación provincial, aspiraba nada menos que a proclamar el Estado Catalán” (Barcelona).

Nuestro escritor acaba la novela hablando de las “desgarradoras contiendas civiles” y la “fatalidad histórica” producto de “nuestra incorregible tontería” y de una “sinrazón que ya ¡vive Dios! va durando más de la cuenta”.

Opinión que había compartido cuatro décadas antes Estanislao Figueras cuando, en una reunión del Consejo de Ministros sobre cómo superar la crisis institucional del Estado, pronunció la siguiente frase: “Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Acto seguido, se levantó, hizo las maletas y subió a un tren con destino a París.      

El encaje de naciones

P.S. Cuentan los libros de historia que las naciones vivían en “paz, armonía, tolerancia, convivencia y colaboración plurinacional” bajo el manto de los Habsburgo.

Más tarde reclamaron con tanta intensidad la “igualdad de derecho de los pueblos” que acabaron enfrentándose los unos a los otros en busca del “encaje de naciones” propiciado por la “asociación de pueblos” habsburguesa.

Si Francisco José I hubiera podido contemplar el desastre posterior, a buen seguro que añoraría aquel lejano año de 1848 cuando accedió al trono y consiguió restablecer el orden en Austria al detener el proceso de desintegración propiciado por los diversos grupos nacionalistas que existían en su seno.