La incapacidad de Mas deja una Cataluña rota
Para Artur Mas puede que haya sido una sorpresa. Creyó que lo había dejado todo bien atado, con un acuerdo que garantizaba que el proceso soberanista iba a cumplir los plazos marcados. Pero la CUP tiene su propio camino. Nadie en Convergència se ocupó de estudiar qué es la CUP, cuáles son sus principales dirigentes, aunque tenían una pista muy clara: en la CUP el principal partido –es una coalición de principales fuerzas—es Endavant-Osan, el referente de los independentistas de primera hora, marxista.
Eran muy pocos miembros, y nadie a su lado militaba, entonces, a finales de los años noventa, en Convergència. Se reían de ellos, de hecho. Pero no les mueve la independencia. Les mueve el cambio social. La decisión de no apoyar las cuentas de la Generalitat, además, no será gratuita. El partido se ha roto en dos mitades. Uno de los dirigentes más respetados por su militancia, uno de los duros, Quim Arrufat, denunciaba en su cuenta de twitter este miércoles la decisión de sus compañeros, culpándolos de arruinar la posibilidad de una nueva república.
El hecho es que esas dos cuestiones las conocía Convergència y Artur Mas. La CUP es independentista cuando nadie lo era en Cataluña, y defiende un modelo económico y social que enlaza con lo que se podría llamar «el socialismo real», aquel que imperó en los países del este, con unas dosis de anarquismo, que siempre pervive en la sociedad catalana.
Mas quiso pactar con la CUP porque no quería someter a Convergència a unas nuevas elecciones, y en el último segundo optó por retirarse –le echaron, en realidad—y dejar su puesto a Carles Puigdemont. Eso lo sabía la CUP, que era consciente de la erosión de CDC por los casos de corrupción, entre ellos el de la propia familia Pujol.
Mas aceptó el intercambio de cromos porque ya no podía bajarse del tren, porque el error se había cometido antes, en 2012, con la decisión de adelantar las elecciones. Algunos miembros de Convergència, como Antoni Fernández Teixidó y Felip Puig le advirtieron de un hecho: antes que la independencia es más importante el modelo de sociedad que se quiere. Eso es definitivo. Y Convergència –ya separada de Unió—no podía en ningún caso ir de la mano de la CUP. Era incomprensible. Y ahora se ha comprobado que no podía ir muy lejos.
El panorama es desolador. El mapa político catalán está roto. Y ha provocado –también debido a la crisis económica y a la impotencia de los dos grandes partidos de ámbito estatal, PP y PSOE—el nacimiento de un polo de izquierdas que lidera ahora la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que polarizará el debate y agitará los ánimos.
El máximo responsable es Artur Mas. Los dirigentes políticos no «acompañan», como él mismo dijo, –en el caso del proceso soberanista—sino que lideran, impulsan y construyen. Los más próximos a Mas explican que al ex president no le gusta la política, en el sentido de que no le agrada la lucha partidista, la brega del día a día. Le gustaba la gestión. Y la verdad es que no ha cumplido nada, ni la gestión, –la negociación necesaria—ni el proyecto político que trasladó a la sociedad catalana.
Cataluña se aboca a unas nuevas elecciones, en las que el proceso soberanista ya no podrá ser el centro de la oferta política. Carles Puigdemont ha sido una víctima más, colateral, de un diseño fuera de la realidad.
Esquerra Republicana puede ocupar un espacio que nunca pudo soñar. Pero puede quedar desbordada por esa izquierda que tiene una prueba de fuego en las elecciones del 26 de junio. En función del peso de En Comú Podem en Cataluña, se podrá dibujar la Cataluña de los próximos años, en la que ya no podrá estar –aunque se juegue con eso ahora—Artur Mas.
Su incapacidad ha quedado de manifiesto, aunque se pretenda culpar a la CUP de todos los males.