Casado y la hora (del planeta) de todos

Los ataques a Casado por sus afirmaciones sobre la energía solar ponen de manifiesto las carencias de periodistas, 'prescriptores' y cargos públicos a la hora de abordar debates donde se pontifica sin ni siquiera saber sobre el contenido

El domingo pasado sucedió algo hermoso, uno de esos momentos inaugurales que las redes sociales aún nos regalan de tarde en tarde y que nos devuelven de manera mágica a los primeros años de la década pasada, cuando todavía íbamos a Twitter con el corazón abierto, a divertirnos como niños coreanos.

Por la mañana Pablo Casado había intervenido en un acto de partido, del que afloró un corte de unos segundos sobre el modelo energético de la izquierda: en concreto, un comentario sobre la imposibilidad de producir energía solar durante la noche -y, se deducía, almacenarla. Uno de tantos “totales” políticos que pasan cada día por nuestras pantallas, se diría. Pero no. Poco a poco se fue formando una ola de comentarios. A media tarde ya me llegó alguno por el whatsapp de algún amigo, sin yo saber bien de qué iba la cosa; y tras la siesta del cocido empezó el bombardeo de tuits. Por lo visto, Casado la había liado y había hecho el ridículo.

Lo que vino después fue un momento de iluminación -valga el juego-, pero también de terror. Como encender la lámpara nocturna y ver los bichos que corren por el suelo. Como la proverbial marea que deja los culos al aire cuando baja. O ese “momento helado en el que todos comprueban lo que hay en la punta del tenedor” del que escribió Burroughs. O, por decirlo con Quevedo, una “hora de todos” energética en la que aflora al fin el ser profundo de cada uno. La verdad, vaya.

Cada día, me dirán, hay alguna polémica más o menos absurda en Twitter que nos hace perder horas viendo pasar comentarios de uno y otro lado, generalmente sin más provecho que alguna sonrisa ocasional. Cada día hay insultos, mala baba, “zascas” y demás. Lo extraordinario de este caso es que la polémica sirvió para arrojar luz -permítanme el juego de nuevo- de manera inequívoca sobre un asunto. Efectivamente, Casado tenía razón en lo explícito: no se produce energía solar fotovoltaica por las noches; algo quizás evidente. Pero, además, tenía razón en el sentido general de su intervención: no es posible hoy en día almacenar esa energía de manera masiva, barata y sostenible para usarla en otro momento.

Casado tenía razón en el sentido general de su intervención: no es posible hoy en día almacenar esa energía de manera masiva, barata y sostenible para usarla en otro momento

No fue la única realidad que quedó al desnudo. Con ser preocupante lo de las baterías, más grave se antoja haber descubierto de un plumazo que buena parte de los periodistas, prescriptores y hasta cargos públicos -pudimos contar varios consejeros o directores generales- que llevan años pontificando sobre modelos energéticos, transición verde o cambio climático ignoran algo tan aparentemente sencillo como la capacidad relativa y las limitaciones de cada fuente energética del pool. Sería tanto como reconocer que nos hemos metido de hoz y coz en decisiones fundamentales sobre el futuro del país sin un debate que merezca tal nombre y sin que la conversación pública ni la deliberación política estén informadas de casi nada parecido a realidades.

La sospecha está justificada. Venimos de una pandemia en la que el papel de medios, “expertos” y decisores no ha sido particularmente brillante, y en la que los goznes del país han chirriado hasta la llegada masiva de las vacunas. La crisis del coronavirus puso de manifiesto cómo, por desgracia, no poco de ese renovado acceso de los expertos de una u otra índole a la esfera pública tenía más bien que ver con el credencialismo, con la representación de roles en fórmulas televisivas al uso, o con la pura y simple promoción por parte de partidos políticos y sus terminales mediáticas.

Venimos de una pandemia en la que el papel de medios, “expertos” y decisores no ha sido particularmente brillante, y en la que los goznes del país han chirriado hasta la llegada masiva de las vacunas

La salida de la crisis y la llegada -aún por concretarse- de los fondos europeos ha propiciado que, lejos de hacer una reflexión colectiva, vayamos a redoblar la apuesta y a embarcarnos en una supuesta transición del modelo económico sin cambiar los mimbres ni de la administración ni de la industria político-comunicativa.

La capacitación técnica de políticos y cargos públicos no es cuestión menor, que se pueda despachar con tópicos en un sentido u otro -ya sea para privilegiar la “tecnocracia” o una política socialmente más inclusiva. Es un debate que afecta al corazón mismo de los principios de un régimen representativo como el nuestro. Vale la pena también preguntarse si la conversación sobre industria y energía puede estar guiada de manera abrumadora por profesionales socioculturales o, de forma más general, personas sin relación directa con la producción material.

Va quedando claro en todo caso que, ante el protagonismo que tienen van a seguir teniendo asuntos como la transición energética, el modelo de crecimiento (o decrecimiento…) o el impacto social y económico de la información, el tipo de gestor público y, sobre todo, el tipo de debate y de prescriptores que han triunfado en los últimos años no parecen los más adecuados para salir del trance con algún éxito. Muy al contrario, casi garantizan que nos dejaremos pelos en la cacareada transición y saldremos más pobres. Más cabreados y desunidos ya lo estamos hace tiempo.

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