La Hispanidad y la soledad
Muchos españoles protestarán por las banderas italianas y americanas en el desfile del Columbus Day en Nueva York, sin saber por qué
No pocos españoles se asombran o se quejan de que, en Estados Unidos, el equivalente a la fiesta de la Hispanidad, conmemorativo del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, sea el Columbus Day, que se celebra cada segundo lunes de octubre y es festivo federal.
Colón pisó el continente una sola vez, se exclaman, y no fue precisamente en el actual territorio de Norteamérica.
Se asombrarían mucho más de haber presenciado el gran desfile anual en Nueva York y protestarían, por lo menos en su ánimo, ante el mar de banderas italianas y americanas que ondea sin descanso. ¡Usurpación! ¿Dónde está la rojigualda?
¿Dónde está? Si quieren descubrirlo, la próxima vez que viajen a la capital del mundo no olviden visitar el Museum of the City of New York. Allí, colgada en sus paredes, está la respuesta. Si se quieren ahorrar el viaje, lean los párrafos siguientes.
El museo, sito en la Quinta Avenida, frente a Central Park y unas cuantas calles más por encima del Guggenheim, exhibe una variada colección de cuadros ilustrativos de la vida de la ciudad en épocas pasadas, entre ellos algunos que retratan la conmemoración del descubrimiento.
Cuál no será su sorpresa al comprobar que, en el siglo XIX, en las calles por donde circulaba el desfile y en el propio desfile, emparejadas con las americanas, no asoman como en nuestros días las banderas italianas sino las españolas. Ahí estaban pero dejaron de estar. ¿Qué ocurrió?
Si indagan un poco más y se fijan en las fechas, trabajo que les ahorran estas líneas, observaran que hay un antes y un después de la Guerra de Cuba.
Aunque algunas autoridades parezcan ignorarlo, la venganza es un plato que sirve frío
España osó enfrentarse a la que ya se empezaba a considerar la nación más poderosa del planeta y lo pagó no sólo con una derrota que se hubiera evitado mediante una negociación de reparto de la influencia.
La guerra también abrió un hueco emocional que los emigrantes italianos se apresuran a cubrir, con el natural beneplácito y regocijo de las autoridades. Injusto pero no inexplicable.
No se quedarán sin venganza los indignados ante tan rastrero sabotaje a la historia. Aunque algunas autoridades, incluidos reputados jueces, parezcan ignorarlo, la venganza es un plato que sirve frío.
En esta ocasión se lo van a servir helado los que, en los propios Estados Unidos, cuestionan el Columbus Day por, agárrense, constituir una exaltación del supremacismo blanco.
Es probable que se salgan con la suya. Si lo consiguen, cesará la reiterada y más que secular ofensa italoyanqui a la mayor hazaña y aportación de España a la historia universal.
A fin de no herir sensibilidades, cambiemos con delicadeza de tercio, de continente y hasta incluso de océano. Situémonos en el Pacífico, más concretamente en las islas Molucas, hoy actual Indonesia, a principios del siglo XVII. Allí se cultivaban las especies más preciadas en Europa.
Quien no esté libre de la horrible culpa colonizadora que no hable de leyenda negra
Portugueses, españoles, ingleses u holandeses pujaban entre ellos por los precios y competían en cuanto a sistemas para atemorizar a los indígenas en Indonesia. Muchos a repartir, poco negocio. Hasta que los holandeses decidieron cortar por lo sano y monopolizar el comercio.
Primero, eliminaron a la competencia europea mediante la fuerza militar. Una vez conseguido el control del territorio, los holandeses actuaron de dos maneras.
Donde podían secuestrar y torturar hasta a la muerte a los jefes locales a fin de extorsionar a sus súbditos sembrando el terror, se echó mano una vez más del efectivo método ideado por Hernán Cortés con Moctezuma, de infalible aplicación universal a cargo del colonialismo europeo.
Sin embargo, en algunas islas singularmente productivas no había jefes ni tributos ni nada salvo reuniones de pacíficos pobladores que discutían de sus hasta entonces livianos asuntos.
Dado que sin autoridad establecida resultaba imposible obligar a tantos a firmar un tratado de monopolio y el tesoro se les escurría de las manos, los holandeses idearon, discutieron, aprobaron y aplicaron un método más drástico: el genocidio.
La población de las islas de Banda, más de quince mil habitantes, fue exterminada a excepción de unos pocos, para que transmitieran su saber en el cultivo de las especies.
Conclusiones. Una, quien no esté libre de la horrible culpa colonizadora que no hable de leyenda negra. Y dos, quien no considere con orgullo estas y semejantes atrocidades que imite a los holandeses y no las celebre.