La herencia populista de Miguel Primo de Rivera en la España de hoy
Pedro Sánchez, como afirma Alejandro Quiroga de Miguel Primo de Rivera, tiene “una relación compleja con la verdad”. Traducción: sus promesas valen únicamente para el momento en que fueron formulada
Del general Miguel Primo de Rivera –el cabecilla del pronunciamiento militar y consiguiente dictadura que se extendió de 1923 a 1930- existe ya una notable –aunque, escasa todavía- bibliografía. Unos estudios que, con el paso del tiempo, han ido archivando la interpretación complaciente y generosa de un militar, campechano y mujeriego, amigo del alcohol y del juego, aunque él mismo prohibiera los juegos de azar a los pocos meses de alcanzar el poder. Un dictador providencial y paternalista que habría tomado el poder con la intención de salvar la Patria en nombre del pueblo.
Pues, no. Poco o nada de eso es cierto. Como señala el historiador Alejandro Quiroga, en su indispensable libro Miguel Primo de Rivera. Dictadura, populismo y nación (2022), el dictador era un dictador. Es decir, “un político astuto, ambicioso y con muy pocos escrúpulos, que instauró en España un régimen nacionalista autoritario profundamente represivo y hondamente corrupto en la misma línea que otras dictaduras europeas de la década de los veinte”.
El primer político populista español
En cualquier caso, Miguel Primo de Rivera nos ha dejado una herencia que pervive entre algunos de nuestros políticos. No hablo del militar que creía en la intervención del Ejército en la política, ni del militar que bombardeaba con gas mostaza y bombas incendiarias los pueblos rifeños, ni del político mussoliniano a la española siempre dispuesto a la insubordinación golpista, ni del militar-político que liquidaba –miles de detenidos, cientos de desterrados y decenas ejecutados- a los opositores sindicalistas “orquestando asesinatos extrajudiciales” (Alejandro Quiroga), ni del político que diseñaba un régimen corrupto fundamentado en prácticas ilegales. No es eso. No es eso. Prosigo.
Señala Alejandro Quiroga que Miguel Primo de Rivera fue “el primer líder político en utilizar de modo sistemático un discurso populista desde el poder en España”. Ahí está la herencia que nos dejó el dictador y que todavía perdura. En la España de hoy, por ejemplo.
Las promesas incumplidas de Primo de Rivera y Pedro Sánchez
Alejandro Quiroga describe y ejemplifica perfectamente el quehacer y el talante del político populista –Miguel Primo de Rivera en este caso- que, sin escrúpulos, juega con la verdad y la mentira en beneficio propio.
Al respecto, nuestro historiador es rotundo. Los hechos son los hechos: el dictador tejió una red de apoyos, con grupos distintos, que le permitieron alcanzar el poder. Y lo hizo prometiendo lo que sus futuros socios querían que les prometiera. Ya en el poder, Miguel Primo de Rivera incumplía las promesas. Un ejemplo general: prometió una política regeneracionista mientras implementaba un aparato de propaganda –añadan una política de adoctrinamiento- cuyo objetivo era silenciar a los opositores. Un ejemplo particular: prometió al catalanismo conservador una profundización del regionalismo político al tiempo que prometía lo contrario a la guarnición de Barcelona.
El historiador concluye que Miguel Primo de Rivera “mentía de modo sistemático” y “negaba firmemente ante la prensa que hubiera hecho cosas que ya había llevado a cabo”. En definitiva, “mentiras estratégicas para obtener una ventaja política” que se sustentaban en unas mentiras que “de un modo sistemático” ponía en circulación “su prensa afín con la intención de crear unas verdades oficiales, que hoy en día conocemos como ´hechos alternativos´ y `posverdades´”. Resumiendo: Miguel Primo de Rivera fue el “inventor del populismo de derechas en España”.
Sin circunloquios: ¿puede catalogarse a Pedro Sánchez –en la sola cuestión de las promesas políticas- como una suerte de populista primorriverista o neoprimorriverista en función de los criterios ya citados de “mentiras estratégicas” o posverdades? Afirmativo.
Las palabras son las palabras y los hechos son los hechos: “Acatamiento [de las sentencias] significa su integro cumplimiento”; “indulto absolutamente ninguno y yo siento vergüenza de eso”; “la sentencia será cumplida”; “clarísimamente ha habido un delito de rebelión y sedición”, “lo digo cinco veces o veinte, con Bildu no vamos a pactar”; “no voy a permitir que la gobernabilidad de España descanse en partidos independentistas”; “incorporar en el Código Penal un nuevo delito para prohibir de una vez por todas la celebración de referéndums ilegales en Cataluña”; “hay que despolitizar el Consejo General del Poder Judicial. Que los partidos dejen de proponer candidatos… Mi compromiso es regenerar la vida democrática y hacer un CGPJ verdaderamente independiente del Gobierno”; “vamos a derogar la LOMCE y crear una ley de Educación consensuada con la comunidad educativa”.
Pedro Sánchez, como afirma Alejandro Quiroga de Miguel Primo de Rivera, tiene “una relación compleja con la verdad”. Traducción: sus promesas valen únicamente para el momento en que fueron formuladas.
La antipolítica y el gatopardismo primorriverista de Pablo Iglesias
Desde el Manifiesto al País y al Ejército, del 13 de septiembre de 1923 –el día del golpe de Estado-, Miguel Primo de Rivera, como señala Alejandro Quiroga, levantó la bandera de la “antipolítica”. ¿De qué se trata? Del rechazo de los políticos profesionales y de las ideologías tradicionales. También, de la oligarquía. Rechazo, ¿por qué? Por partidistas, por su caciquismo, por corruptos, por fragmentar la nación, por fomentar el desorden social, por ir contra el “pueblo sano”. Frente a ello, el dictador apuesta por una “liga” de ciudadanos o un “movimiento” de “españoles de bien”. Objetivo: la regeneración de España. Aires del 15-M y de Podemos y sus mareas y comunes. El elemento fundamental: un líder carismático que libere al pueblo y relegue a la casta. Pablo Iglesias, por ejemplo,
Si, como señala nuestro historiador, el primorriverismo es una suerte de “gatopardismo” –“si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”, escribió Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El gatopardo-, en el caso de Podemos y asociados se trata de implementar ciertos cambios con el objetivo de aupar al poder unas nuevas élites. Si Miguel Primo de Rivera buscaba el cambio o recambio de las élites políticas de la monarquía alfonsina en un marco autoritario, Pablo Iglesias buscaba/busca el cambio o recambio de las élites de la Transición en un nuevo marco preconstituyente y prerepublicano.
Al respecto, puede decirse que Podemos/Pablo Iglesias padecen el síndrome de gatopardismo. Un gatopardismo que en este caso reza así: que todo cambie, en un nuevo marco que nosotros definimos y acotamos, para que nosotros no cambiemos nuestro proyecto de ingeniería social deliberada. De ahí, que Podemos/Pablo Iglesias critique a la democracia formal “que no nos representa”.
Todo ello, en beneficio del pueblo. El discurso: “Qué bonito es ver a la gente haciendo historia. Es emocionante ver a un pueblo sonreír en la puerta del Sol. Un pueblo con voz de gigante que pide cambio, justicia social y democracia. Veo aquí gente digna. Veo aquí la esperanza de
construir entre todos un futuro mejor. Veo aquí soñadores”. Un populismo en toda regla que haría las delicias de Miguel Primo de Rivera. Pero, es de Pablo Iglesias. Otro político que también tiene “una relación compleja con la verdad”.
El abrazo de Madrid
Es verdad que el oficio de político exige algunas dosis de engaño y mentira. Pero, no es menos cierto que, también en política, hay que tener sentido del límite. ¿Cómo justificar el acuerdo entre el Pedro Sánchez que “no dormiría por la noche” si pactase con Unidas Podemos y el Pablo Iglesias que tilda el PSOE de partido del “enriquecimiento rápido”, del “tráfico de influencias”, del “pasado manchado de cal viva” y del “crimen de Estado”? En definitiva, ¿cómo justificar el abrazo de Madrid entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias que llevó al primero a presidir el Gobierno?
Probablemente, Miguel Primo de Rivera también lo hubiera hecho. En beneficio del pueblo, claro está. La herencia populista, decíamos antes.