La Guerra Fría del rublo

El fantasma de la inflación planea sobre Rusia, que vive estos días su situación más delicada desde que, en 1999, tuvo que devaluar la moneda y proceder al impago de parte de la deuda pública para capear la quiebra de su economía. La caída del rublo se dispara en relación tanto a las divisas extranjeras como al oro; si el objetivo era llegar a noviembre con un 4% de inflación, las cifras dan un 9,4%, y el banco central prevé que en el último mes del año escale entre uno y dos puntos. Para intentar contenerla, el Banco de Rusia ha subido los tipos de interés del 10,5% al 17%. Una semana antes estaban al 8%. Hace un año, al 5,5%.

Combinado con las malas perspectivas de crecimiento y la previsión de que aumente el desempleo en 2015, se avecina estanflación y duros tiempos para la clase media y los pequeños ahorradores: pérdida de poder adquisitivo y nivel de vida. Vladimir Putin ha dicho en el discurso del Estado de la Nación a los ciudadanos: «Debéis aprender a ser autosuficientes». Y Medvedev ha pedido por televisión a los particulares que no compren euros y dólares.

Los datos tienen una doble lectura, según se quiera que en el análisis predomine la economía o la geopolítica. Desde el punto de vista económico, queda patente una vez más la enorme dependencia de Rusia del precio del petróleo: la caída del barril en 2009 se correspondió con un descenso del PIB del 7,9%, cuando el año anterior la economía había crecido un 5,6%. En cuanto el oro negro remonta, lo mismo hace Rusia. Leyendo la crisis rusa en clave estratégica, algunos han querido ver en Putin a un zar con los pies de barro, y ya pronostican una revolución interna en Rusia por causa de la caída de ingresos petrolíferos.

Pero la situación de Moscú dista de tan crítica como hace quince años. La deuda rusa es mucho más baja que la de los países occidentales (en gran medida porque la memoria del default de Moscú en la era Yeltsin aún está reciente), y el Estado puede echar mano de importantes reservas de oro y dólares, por valor de 420.000 millones de dólares. Cierto es que hace un año eran 511.000 millones, y ello teniendo en cuenta que el oro se ha revalorizado en 2014. Las reservas no durarán eternamente, pero tampoco es previsible que la crisis se prolongue un lustro. Mucho peor lo pasarán otras Gobiernos dependientes del petróleo y con economías mucho más débiles, como Venezuela.

Pero el barril barato afectará a Rusia, y, sobre todo, se comerá el superávit del Estado. Seguramente quede menos dinero para aumentar la proyección estratégica de Rusia, para el nuevo caza Sukhoi de quinta generación previsto para 2016, para las labores de agitación y propaganda en terceros países, para construir infraestructuras, para realizar actos propagandísticos, para renovar la flota rusa con ocho submarinos nucleares, para conectar Crimea con un puente y subvencionar Novorrusia… La ofensiva económica contra Rusia no se debe entender como una guerra total encaminada a apartar a Putin del poder y forzar un nuevo glásnost (al menos de momento), sino como un ataque controlado.

Por supuesto que Moscú podría cortar el suministro de hidrocarburos a Europa, o dejar de aceptar dólares a cambio de su petróleo, haciendo un daño inmenso a la economía de la Unión Europea… Y acto seguido, arruinarse y desencadenar, probablemente, una guerra. También Europa y Estados Unidos podrían dejar de aceptar hidrocarburos rusos, hundiendo a Moscú… Para inmediatamente lidiar con una crisis energética. Las élites políticas y económicas de Berlín, Washington, Londres y Moscú parecen sentirse cómodas viviendo en simbiosis, algo que queda de manifiesto en que ni un solo día, ni siquiera durante la crisis de los misiles, se han detenido las exportaciones rusas de hidrocarburos. Pero, de cuando en cuando, quieren marcar sus territorios, presionar un poco al rival, ganar una pequeña ventaja táctica. A veces el escenario se llama Ucrania, o Georgia. Otras veces se lucha en el índice Mícex, o en la cesta de la compra de los jubilados rusos.