La gran división
Desde hace unos días estoy instalado en el centro de Barcelona, en la plaza de la Catedral. Allí paso cerca de 12 horas diarias. Esto me ha permitido vivir la Diada desde una perspectiva diferente, muy diferente.
Hoy no hablaré de cifras. Obviamente, no me creo el 1,8 millones de personas de la V catalana, ya no sólo por una simple cuestión geométrica (metros por manifestante), sino incluso por un tema lógico.
Si se habían apuntado –supuestamente– cerca de 600.000 personas, que en principio estaban dentro de la V, para alcanzar esos 1,8 millones, debería haber sido el triple en todos los tramos.
La verdad, las vistas aéreas dejan bien claro que más allá del recorrido marcado, poca gente había y mucho menos tres veces la gente de hace un año.
De un país que tiene por héroe a un traidor como Rafael Casanovas –recuerden que se largó pactando un futuro tranquilo en Sant Boi mientras fusilaban a los suyos, pero a él le ponemos flores– no podemos esperar menos que cifras falsas.
Dicho lo cual, volvemos a una pasión tan catalana como la de montar excursiones dominicales masivas. La excusa puede ser recoger setas, caminar o, por lo visto, decir que somos un pueblo sin libertades. Una versión moderna de lo que toda la vida se ha llamado pixapins.
En esa tradición sorprende aún más la capacidad de Artur Mas para reforzar su caída con manifestaciones supuestamente masivas.
Recordemos que, aún creyendo el 1,8 millones de personas, hablamos de un 24% de la población de Cataluña. Es decir, lejos muy lejos de esas grandes mayorías de los movimientos cercanos al 90% congregados en las últimas independencias en Europa. Las de Cataluña, precisamente, no son cifras abrumadoras.
Podemos afirmar entonces que lo único claro en las diadas, y más en ésta, es que se confirma una división cada vez más clara de la sociedad.
Les confieso que estos días en la catedral casi ningún turista me ha preguntado por la Diada o por la independencia. A lo sumo, alguno inquiría por las camisetas amarillas o por el porqué de tanta policía.
Entre nosotros, aquí habrá división –y muy grande–, pero a la gente de fuera que viene a Barcelona le importa bien poco Cataluña. Es triste, como el proceso.
La Diada tan interna que apenas interesa fuera y aquí encima simplemente divide. Opinable, cierto, pero si después de tres años eso es lo conseguido –desinterés fuera y división dentro–, apaga y vámonos.