La Gran Coalición Nacionalista
¡Vaya semanita! El debate de investidura de Pedro Sánchez acaba hoy con un sonoro fracaso del candidato socialista, quien sólo ha sido capaz de pactar con Ciudadanos y no ha podido evitar que votasen en su contra casi el doble de diputados que los 131 que le han apoyado.
Al inicio de la partida, Albert Rivera le exigió a Sánchez una escenificación tan exagerada de la firma de ese pacto que acabó haciendo imposible cualquier maniobra posterior a derecha o a izquierda.
Ciudadanos no cumplió sus expectativas el 20D y necesitaba coger el pan bajo el sobaco para aparentar que tenía dominado al PSOE y, en general, a la política española. La que algunos comentaristas denominan el Gran Centro, en realidad no lo es, porque ningún pacto que menosprecie el conflicto catalán y que dé como solución la misma que lleva dando el PP estos últimos cuatro años puede ser considerado centrista. Es otra cosa e incluso podría llegar a ser mucho peor que el PP.
El pacto firmado por el PSOE y Ciudadanos es un acto de supervivencia, una estrategia para sostener en pie a Sánchez y a Rivera a partir de la recíproca dependencia.
Es un pacto para intentar contener a sus directos competidores –Podemos y PP, respectivamente-, cuya fortaleza electoral amenaza de mandar al garete el decorado con el que Sánchez y Rivera se arroparon en la sala de la comisión constitucional del Congreso de los Diputados.
Si uno quiere convencer a alguien de que se alíe con él, lo primero que debería cuidar son las formas y también resguardar la buena comunicación.
¿Sabían ustedes que los gorilas de espalda plateada emplean el olor como herramienta de comunicación con otros miembros del grupo? Dicha emisión del olor es una reacción química que varía en función de la relación del individuo con los otros gorilas.
El olor que desprende el macho alfa indica ira, estrés o cualquier otro estado de ánimo y es una guía para orientarse en la espesura selvática. Se podría decir que eso mismo es lo que ocurre en la política española.
Entre los líderes parlamentarios se nota el exceso de testosterona, la hormona esteroide producida por los testículos y que desprende, aunque sea metafóricamente, ese aroma de riña barriobajera que aplauden a rabiar los correligionarios de quien escupe bilis desde el atril parlamentario.
Lo hemos visto esta semana en infinidad de ocasiones. El zenit lo alcanzó Pablo Iglesias en un par de ocasiones. La primera, cuando se besó a la soviética con Xavier Domènech, y la segunda, cuando lanzó el dardo mortífero contra Felipe González que sentó tan mal a los socialistas. No se lo van a perdonar. La cal viva huele a chamusquina y las señales odoríferas de Pablo Iglesias hacía el PSOE son de muerte.
Con el primer intento de investidura se acabó el protagonismo de Ciudadanos. Antes de tomar la decisión de repetir las elecciones, el rey tendrá que ofrecer al PP la oportunidad de intentar otra investidura.
A diferencia de cuando Rajoy declinó el primer ofrecimiento, ahora el panorama está más despejado. Lo que está claro es que el PSOE no está en condiciones de liderar la alternativa al PP.
Le falta coraje para serlo, especialmente porque al aliarse con Ciudadanos, el partido nacionalista español nacido en Cataluña para combatir el catalanismo, los socialistas se han convertido en una mala copia de los populares.
El balance de una semana seguida de debates es que en la Carrera de San Jerónimo se ha obviado lo que cualquier político con un mínimo de sentido común debería querer solucionar.
Ni PSOE ni Ciudadanos, constituidos en cuadrilla de combatientes anti-soberanistas, sabe dar solución a la gran crisis política catalana. Bueno, sí, la combaten con la Brigada Aranzadi, que es lo mismo que lleva haciendo el PP todos los viernes desde 2011.
Soy de los que piensan que ese Gran Centro idealizado por los del IBEX 35 y sus voceros, vive hoy los penúltimos días de gloria antes de que el PP se encargue de liderar la Gran Coalición Nacionalista, con o sin Rajoy al frente, doblegando definitivamente al PSOE y marginalizando a Ciudadanos.
Para llegar a ese estadio, el PP necesitaba que el PSOE acabase con Ciudadanos. Lo que los socialistas no han calculado bien es el olor a hiel que desprende a menudo Pablo Iglesias y que les deja sin margen de maniobra. El entente entre PP y PSOE pasa, precisamente, por Cataluña.