La frivolidad del catalán con gafas de pasta
Democracia dijo. Democracia gritó el otro. Y Democracia, ha ganado la Democracia, sentenció Artur Mas tras conocer los resultados del 27 de septiembre.
Las elecciones catalanas han provocado una situación muy complicada, en la que nadie puede decir que ha ganado por goleada. La sociedad catalana se ha polarizado, y, guste o no, se ha entrado en un periodo del que costará salir, sin un horizonte claro, porque un proceso hacia la independencia es costoso, duro, irreal en estos momentos. Pero, de forma alegre, se considera que ha ganado la democracia, porque todo el mundo ha podido votar para que Cataluña pueda ser un estado dentro de la Unión Europea, sin atender que hay leyes que nos regulan a todos y permiten, precisamente, esa democracia.
Al magen del análisis electoral, de la negociación que se abre ahora entre Junts pel Si y la CUP para facilitar la investidura de Artur Mas, existe un problema de fondo en Cataluña. O una característica, si quieren. En los últimos años ha ido creciendo una generación de jóvenes, que unida a otras generaciones más mayores que vivieron encorsetadas en otros tiempos, ha decidido que tiene todo el derecho a decidir. A decidir cómo quiere vivir, algo, a priori, muy respetable. Y que ha equiparado la idea de comprar un objeto, porque hay libertad de mercado – con la de elegir un país, o edificar una sociedad distinta. Me compro unos tejanos, y pido un estado propio, todo en la misma tienda.
Pascal Bruckner describió y analizó ese fenómeno en La tentación de la inocencia, un libro en el que consideraba que se había renunciado a cargar «con el peso de la responsabilidad». La crítica era certera, hacia las sociedades occidentales, que viven con el mayor bienestar de la historia. E ironizaba con esa sensación adolescente de «me oprimen, van a por mí».
La cultura audiovisual en Cataluña ha ido por esos derroteros. Y en el imaginario de una parte de la sociedad catalana –muy numerosa– ha calado esa idea de que la culpa siempre es de los otros. Si Cataluña no va bien, es España la que no nos deja funcionar.
El comentario, lo sé, es injusto con algunos que se definen como independentistas desde hace muchos años. Que entienden que, haga lo que haga el conjunto de España, Cataluña debería constituirse algún día en un estado. Pero existe otra parte que se ha unido, que actúa como si asistiera a una fiesta permanente, con comentarios frívolos sobre España, a la que no se reconoce como nación, sino sólo como un contenedor extraño radicado en Madrid.
La caricatura, lo admitimos, es ese joven con gafas de pasta, risueño, de clase media, sin problemas, que quiere «un estat», sin ser consciente de todo lo que conlleva.
Esa frivolidad se ha instalado. Y será muy dificil recuperar la seriedad del catalán de siempre. Por el camino se pueden perder posiciones, y las energías se agotan.