La Francia que se atasca

Hoy día resulta más excitante apostar a si un gobernante logrará aplicar sus reformas que jugárselo todo a que un pura sangre llegará el primero a la meta del hipódromo. En Francia, la resistencia a las reformas de fondo es algo proverbial.

Pero ahora mismo es difícil que un país sea competitivo con jubilaciones a los 50 años y una semana de 35 horas.

No cuesta recordar cómo Hollande llegó a la presidencia de la República queriendo darle lecciones a Angela Merkel. Ahora, la política económica de Francia tiene que moverse en un escaso margen entre el atasco y el desatasco.

Ahí está el nuevo primer ministro, Manuel Valls, buscando una palanca para mover el mundo. A pesar de la oposición de los socialistas franceses más arcaicos, tal vez esté manteniendo su drástica propuesta de austeridad para acabar cediendo en algunos detalles sin perder en el contenido.

Valls pretende no quedarse más atrás del tren europeo. La Unión Europea recupera confianza y –según el Credit Suisse– mejora en su producción industrial aunque sea mejor tener precaución en las predicciones.

A la hora de simplificar, podría decirse que la derecha francesa es poco liberal y que el socialismo no es del todo social-demócrata. Valls, a contracorriente, quiere recortar en 50.000 euros el gasto público, entre ahora y 2017.

 
El resto de Europa recela de una economía lastrada por el corporativismo y los vestigios de intervención pública

No parece que Francia esté en condiciones de aleccionar a nadie cuando su inercia económica contrasta visiblemente con lo que el Credit Suisse llama la capacidad de resistencia de Europa ante un mundo que afronta un decaimiento cíclico.

En España también avanza el PIB en un 0,4%, siendo los factores de crecimiento la inversión empresarial y el consumo. Lo ha dicho Luís María Linde, gobernador del Banco de España y muy buen conocedor de la obra de Josep Pla. En fin, una oportuna reducción de impuestos afianzaría ese crecimiento.

Para Francia, salirse del atasco es –económicamente hablando– una cuestión de ser o no ser. Extraña paradoja para un país tan rico, inmovilizado por un Estado sin mesura.

A finales de los años setenta se publica en España El mal latino de Alain Peyrefitte. En realidad, el libro tenía por título El mal francés y diagnosticaba una cierta parálisis del sistema político y económico. De modo más reciente, Nicolas Baverez ha hablado de declive.

Hace unos pocos días, François Hollande dijo que, si el paro no baja de aquí a 2017, él no tiene ninguna razón para ser candidato, ni posibilidad de ser elegido. Es el impacto de las elecciones municipales, tan desfavorables para el socialismo.

Ahora la cuestión es si la tentativa de desatasco por parte de Manuel Valls va a quedar o no atascada, como ocurrió en el pasado con reformas de envergadura –de derecha o de izquierda- que el malestar popular obligó a suspender.

Ese es un rasgo muy propio del mal francés. En consecuencia, el resto de Europa recela de una economía lastrada por el corporativismo y los vestigios de intervención pública. Cuesta creer en el rigor presupuestario francés. Tal vez porque no hay otro modo, Valls se está jugando mucho a una carta.

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