La fractura generacional: los jóvenes de la doble crisis
Los jóvenes nacidos entre 1985 y 1994 cuentan con niveles de ingresos y empleo marcadamente menores que los correspondientes a la generación anterior a la misma edad
Mientras determinadas voces del espacio mediático achacan los problemas de acceso a la vivienda a un supuesto hedonismo juvenil, entre los millennials se ha acabado de generalizar la idea que la suya será la primera generación que vivirá peor que sus predecesores. El equilibrio intergeneracional parece empezar a resquebrajarse.
La generación nacida entre 1985 y 1994 entró el mercado laboral durante la Gran Recesión de 2008 y ahora presencian cómo una segunda crisis, la del Covid-19, golpea con fuerza a sus proyectos vitales. Algunos hablan ya de la ‘generación de la doble crisis’.
La cercanía y la intensidad de las dos últimas recesiones han quebrantado las principales oportunidades de vida de las cohortes que han transitado a la vida activa en la última década, aumentando la brecha generacional en la sociedad española.
Para analizar este fenómeno, un estudio reciente de EsadeEcPol y la Fundación Friedrich Naumann compara la trayectoria socioeconómica de la generación nacida entre 1985 y 1994 con la anterior, los que vinieron al mundo entre 1975 y 1984.
El estudio encuentra que los jóvenes nacidos entre 1985 y 1994 cuentan con niveles de ingresos y empleo marcadamente menores que los correspondientes a la generación anterior a la misma edad. Tomando la suma acumulada de los ingresos medios anuales de cada una de estas generaciones entre los 23 y los 33 años, los millennials alcanzarían esta edad con 12.000 euros menos con respecto a los nacidos durante la década anterior.
Asimismo, los jóvenes de hoy se emancipan de media a los 29,5 años, cuatro años más tarde que la media de la Unión Europea. Estos años perdidos pueden suponer, además, un retraso significativo en los proyectos vitales de esta generación, como el de formar una familia.
La brecha generacional en ingresos se puede atribuir a las debilidades del mercado laboral por un lado y al complicado acceso al mercado de la vivienda por el otro. España ha experimentado incrementos muy sustanciales en los indicadores de desempleo juvenil durante las últimas crisis económicas. Según datos de la OCDE, la tasa de empleo de los jóvenes de entre 15 y 24 años en España ha pasado del 39,2% en 2007 al 18,5% en 2020. En casi década y media se ha desplomado a la mitad. Sin embargo, en ese mismo intervalo de tiempo, la tasa de empleo de los trabajadores de más edad (de entre 55 y 64 años) ha aumentado más de diez puntos, pasando del 44,5% en 2007 al 54,7% de 2020. Así, la brecha de empleo entre ambos grupos de edad se ha multiplicado por siete en 13 años.
En el caso de la pandemia, el mecanismo que permitió amortiguar el golpe de la crisis, los ERTE, iba dirigido a los colectivos que ya tenían empleo. En consecuencia, durante la pandemia el empleo ha seguido subiendo para los más mayores mientras caía para los jóvenes.
Caída del empleo juvenil
Además, los jóvenes son los que más sufren las consecuencias de la elevada dualidad del mercado de trabajo. La sensibilidad del empleo joven a caídas de la actividad durante las crisis es mucho mayor que para los trabajadores adultos, debido a la mayor proporción de contratos temporales de corta duración.
La temporalidad conlleva mayor inseguridad, menor acumulación de experiencia y menos oportunidades de formación continua, decisivas en el ritmo de consolidación laboral posterior. Conseguir el primer contrato indefinido cuesta de media a los jóvenes nueve contratos previos y esperar casi ocho años. Al incorporarse más tarde al mercado laboral, su expectativa de vida profesional es también menor.
Otro elemento importante a considerar cuando hablamos de la brecha generacional es el mercado de la vivienda. La emancipación más tardía ya mencionada se está haciendo cada vez menos mediante hipotecas y cada vez más en régimen de alquiler. La tasa de propietarios se ha desplomado en los últimos quince años. Hoy tan solo uno de cada tres jóvenes emancipados entre 30 y 35 en España cuentan con una vivienda en propiedad.
Si irse de alquiler les permitiera a los jóvenes invertir en otros vehículos (acciones, bonos, fondos de inversión) dicho problema no sería tal, pero los datos indican que el patrimonio de los jóvenes cada día es menor por la menor tasa de propiedad inmobiliaria.
De este modo España sigue embarcándose en una lenta pero inexorable transición desde una sociedad de propietarios a un escenario más mixto y por lo tanto, más desigual. De mantenerse esta tendencia, los jóvenes llegarán a su edad madura en unas condiciones de ahorro, estabilidad y tenencia de capital peores a las anteriores. Si un porcentaje elevado de los adultos de mañana no cuentan con una vivienda en propiedad, tendremos a muchos hijos con un patrimonio casi nulo, cuyos padres requerirán cuidados con costes disparados.
Considerando lo anterior, la forma más evidente para facilitar la emancipación de los más jóvenes pasa por reformar el mercado laboral (combatiendo la dualidad y facilitando su contratación) y el mercado inmobiliario (permitiendo incrementar la producción de nuevas unidades de vivienda y abaratando así su coste).
Estas políticas públicas, sin embargo enfrentan claras restricciones de economía política. Parte de los afectados, por su edad, no tienen todavía derecho a votar; las generaciones futuras, obviamente tampoco. Por último, las reformas como las del mercado de trabajo o las pensiones exigen contrapesar beneficios sociales de hoy con beneficios sociales de dentro de varias décadas, lo que tiende a favorecer las soluciones cortoplacistas.
La desaparición de la capacidad de ahorro de los hogares más jóvenes es el gran elefante en la sala. Vamos hacia un futuro en el que las generaciones de jóvenes actuales tendrán un sistema de pensiones mucho menos generoso y mucho menos ahorro acumulado, básicamente porque muchos no tendrán vivienda en propiedad. Esto nos lleva a una pregunta incómoda: ¿realmente nos importan los jóvenes?