La fiesta nacional y la exaltación de los acomplejados
Los españoles estamos acomplejados por nuestra propia historia. No hemos sido capaces de superar un pasado en el que nosotros mismos hemos sido nuestro enemigo, ausentes de un enemigo exterior.
Las últimas guerras han sido civiles. Incluyo la guerra de Cuba: éramos y seguimos siendo hermanos. Después de los fracasos estrepitosos de las refriegas de África, la memoria abrumadora, dramática e insuperable, ha sido la guerra civil española y la dictadura cruel del general Franco. Consiguieron que nos creyéramos que España era solo suya. Que el Nodo era nuestro vergonzoso Nodo.
Cuando era niño pensaba que los rojos eran extranjeros, porque en mi casa, los españoles eran solo los nacionales. Llegó la transición y los españoles seguían siendo ellos, los hijos del régimen. La escapada utilitarista y cómoda de la izquierda fue conformarse a no tener España como patria y regalársela a los conservadores, hasta hace dos días nacionales. Y, en vez de arrebatársela para hacerla de todos, nos inventamos patrias locales, que luego se fortalecieron como finca y aposento de las élites autonómicas. Diecisiete banderas para no tener una. Y justificar muchos coches oficiales.
En el día de la Hispanidad se han escuchado muchos fuegos de artificio de líderes acomplejados. Hay pánico a que se piense que no son lo que dicen ser. Y, entonces posturean. En el ranking de barbaridades habría que situar a un payaso, que dice ser actor, que se va defecando por la vida para demostrar que es el más progre. La alcaldesa de Barcelona, que no se siente cómoda en su papel institucional, habla de la celebración de un genocidio. Me imagino que Manuela Carmena, que participó en la fiesta, es para Ada Colau una apologista del genocidio español.
Y los presidentes catalán y vasco no asisten a la invitación del jefe del Estado. Asientan sus cargos en la Constitución y en los estatutos de autonomía, pero se dan el lujo de posturear con un plantón al Rey de esa España en donde se establecen jurídicamente sus poltronas.
Sostengo que son acomplejados. Tienen pánico a que algunos de los suyos les recriminen su falta de firmeza en los gestos, ya que les toleran utilizar la Constitución que detestan para beneficiarse de coche oficial y parafernalia de estado.
El caso de Pablo Iglesias también es postureo. Le imagino delante del espejo diciendo «si voy al Palacio Real, ¿qué me pongo?». Muy fuerte, incluso para él, acudir con el pelo desaliñado y camisa de cuadros de leñador jubilado. «¿Quizá chaqueta sin corbata? ¿Y si los míos, algunos de los míos, creen que he cedido a la presión y me he hecho miembro de la casta?»
La normalidad democrática es solo un signo de madurez en la constatación de que se aceptan sin complejos las servidumbres del cargo. En España se coge lo que conviene y se permite que las formas se disuelvan para echar carnaza a los radicales más exigentes. Falta de personalidad y muchos complejos.
Los mismos que no soportan el menor desplante a sus creencias, a su patriotismo periférico y a sus tradiciones no tienen reparo en repudiar las ajenas. No hay una abstracción en la conceptualización del patriotismo. Solo es aceptable el patriotismo propio, aunque tenga connotaciones decimonónicas, rurales y de pandereta.
No sé si todo esto es una tragedia. Pero es parte del motor de desintegración de la idea de pertenencia.
No pasa nada por ponerse o quitarse la corbata. En el caso del muy honorable president de la Generalitat, al que saludan y presentan armas los Mossos d´Esquadra, ahora se ha desbocado el cuello de la camisa para no irritar a Romeva o Junqueras. La debe llevar en el bolsillo. Se la pone para entrar en el Majestic y se la quita para reunirse con sus compis de la CUP.
El drama de España no es que exista falta de patriotismo. Es algo mucho más elemental. Muchos líderes políticos creen que tienen que justificar sus creencias con gestos en vez de programas. La tragedia es que están acomplejados.