La extrema izquierda de Madrid y Barcelona
Las victorias de las dos coaliciones de la extrema izquierda en Madrid –aquí segundos en votos– y Barcelona beben de personajes antagónicos. No hubiera sido extraño verlos coincidir en un juzgado. Una de ellas impartiendo justicia –Manuela Carmena– y la otra siendo juzgada por desorden –Ada Colau–. Ambas forman parte de esa extrema izquierda, podríamos decir revolucionaria, del tipo clasista. Una viene del sistema y la otra del anti-sistema.
En política, cualquier extremo es negativo. A pesar de haber «disfrutado», es un decir claro, de elementos como Stalin o Fidel Castro, con cierto cariño social, la extrema izquierda es una ideología claramente nociva para cualquier sociedad.
Ese cariño citado ha llegado también incluso a la política actual. Aunque ningún partido político tendría a bien pactar con la extrema derecha si que, por el contrario, puede estar bien visto, y hasta jaleado por algunos sectores, hacerlo con la extrema izquierda. Un error estratégico claro.
Eso no esconde una realidad palpable. Aunque se vistan con la misma seda, ambas candidatas tienen un enfoque muy diferente de la realidad. Carmena viene de la justicia, de las normas, de saber que algunas cosas se han hecho mal y quiere cambiarlas desde el conocimiento, desde la experiencia. Como ex juez sabe que cualquier solución depende de un procedimiento y de una normativa. Y no dudamos de que no se apartará de ellas. Es una extrema izquierda clasista. Es decir, aquella que ha generado líderes como Fidel Castro o el propio Che Guevara provenientes de familias pudientes y con un status social medio.
Por otra parte, Ada Colau viene directamente del conflicto, de saltarse normas, de importarle bien poco nada. Se trata de vivir por sobrevivir sin otro afán que el de figurar. Es un personaje siniestro. Al mismo tiempo, es encandilador del último desgraciado, como déspota con aquel que no piensa como ella –sólo hay recordar sus desafortunadas declaraciones sobre el guardia urbano tetrapléjico de Barcelona–. Es una persona, sin cariño, que requiere llamar la atención continuamente, es decir, aquella extrema izquierda sin status, sin vida, sin pasado real y cuyo único objetivo es demostrar que existe. En cierta manera es una líder norcoreana en potencia.
Y la verdad, dentro de la desgracia de ser gobernados en ambas ciudades por la extrema izquierda, Madrid vuelve a ganar a Barcelona. Un perfil de una ex juez parece alguien más responsable para gestionar una ciudad que una ex actriz de segunda pandillera.
Tiemblo al pensar cómo responderá a una manifestación de ocupas en Barcelona –¿repartiendo canapés?–. En todo caso, los ciudadanos hemos votado y eso se debe respetar desde el minuto uno. Otra cosa es compartirlo. Respetar no es compartir. Y la crítica feroz debe instalarse, también, desde el primer minuto. El personaje da pocas garantías democráticas. Y sólo hay que leer algunos acólitos surgidos la misma noche electoral por Twitter, propios de algún lumpen de cloaca en plan matón.
Estamos en una época complicada. No hemos valorado o puesto en valor todos estos años de democracia. Todos somos culpables, aunque algunos son responsables. Y a estas alturas los verdaderos culpables de llegar a esta situación tienen nombre: Mariano Rajoy y Artur Mas.
Se acercan tiempos duros para las dos grandes capitales de España. Esperemos que algún día los grandes responsables de haber llegado a este extremo sean duramente castigados. Quizás, con un poco de suerte, ésta sea una de las pocas cosas que podamos agradecer a este cambio.