La Europa de los ‘pies mojados’
Bernard-Henri Lévy habla de la carcundia de Bruselas, burocracia «inmóvil y obesa», ante el drama de los refugiados. Pero cuidado con la crítica sardónica contra el viejo imperio europeo, auténtica catedral de la cultura, la tolerancia y el libre pensamiento.
Los intelectuales críticos que en los años treinta se dejaron llevar por el látigo del nihilismo acabaron fascinados ante el terror nazi, mientras que otros, los mejores, como Joseph Roth, Walter Benjamin o Stefan Zweig, fueron aniquilados por el autoritarismo. Criticar la blandenguería de la burocracia obesa de la UE o el conformismo retórico de Jean-Claude Juncker está bien, pero nunca a cambio de una praxis abrasiva que acabaría con todo.
Tenemos lo que tenemos. Y lo que tenemos es la UE, una maquinaria perfectible asaltada desde las trincheras del Este –la Polonia de Andrzej Duda o la Hungría de Viktor Orban – y asediada además por la displicencia de los amigos del oeste, el Brexit británico de David Cameron, el Arsenio Lupin de la política moderna.
La carcundia representa el inmovilismo de la Comisión Europea ante la barbarie consentida y transmitida en directo sobre la costa griega o frente a la llanura de Macedonia que contemplan las ruinas de Ilión, la antigua Troya. En la capital de Europa, se ha celebrado una nueva cumbre para dar el visto bueno a Turquía, el aliado que absorberá a miles y miles de refugiados en desbandada a cambio de fondos y de un tratado preferencial con la UE.
En el fondo, a los refugiados se les promete la vuelta a casa –un suelo laminado por la aviación de Putin-, el regreso a una Siria liberada del yugo de la guerra. Dudosa ventaja si sobrevive el régimen de El Assad, aunque sea a cambio de aniquilar al ISIS.
Allí donde van los refugiados, les siguen los jinetes del apocalipsis. Grecia no puede con ellos; pero Grecia, en plena decadencia económica, tiene que mantenerlos y tranquilizarlos, mientras en Bruselas los dados del destino juegan una partida dramática que acabará con el farol de Ankara: 6.000 millones de euros para miles de bocas hambrientas.
Por más que la ONU lo condene, la UE pagará con dinero las devoluciones de ciudadanos humillados por Bruselas y tirados en las playas griegas o en las cunetas de los Balcanes.
Grecia se quedará aislada, y los refugiados –Merkel les llama ahora emigrantes, ¡chapuza moral de la fürerding germánica!- que se encuentran concentrados, a cielo abierto bajo la intemperie y el frío, no se moverán de sitio a cambio de aligerar la deuda externa, que gestiona el autoritario Eurogrupo.
Su presidente, Jeroen Dijsselbloem, un auténtico sepulcro blanqueado vestido de socialdemócrata, afloja al fin el collarín griego, pero solo tras ver a los pies mojados asomando en las orillas del Egeo. La vergüenza pública crece. Se vulneran los tratados de la Unión y se viola la Declaración de Ginebra. Pero digámoslo claro: el sueño de Maastricht y la Europa social de Lisboa sobrevivirán.
No se acaba Robert Schuman ni se apaga el verso de Dante, por mucho que lo quieran los xenófobos alemanes, los padanos adinerados de la Italia tedesca, los fascistas húngaros y polacos y la purria británica del Ukip.
Además del derecho a una vida digna, a los refugiados se les arrebata la memoria compartida, como muestra a diario el uso de los idiomas francés e inglés que hacen miles de sirios y cientos de afganos tras haber dejado las calles de Damasco o las llanuras de Kandahar.