La eurofobia, ¿es el lobo feroz?
Las formaciones nacional-populistas, eurófobicas o soberanistas –de Nación-Estado– no tienen en común más que la propuesta demagógica de acabar con el euro. La eurofobia será incordiante, pero no mortífera.
Es posible que tanto “Qué viene el lobo” quede en poco tras el veredicto de las urnas. Ciertamente, el Parlamento Europeo será más agitado, pero la gobernabilidad comunitaria no va a verse tan amenazada como se supone.
En primer lugar, el bloque centroderecha-centroizquierda muy probablemente seguirá siendo hegemónico y, en segundo lugar, es impracticable una estrategia concertada de todos los grupos extremistas que hoy parecen dispuestos a ser un ariete contra las puertas de la Unión Europea.
En España la eurofobia es escasa. El descontento se concentra en la figura de Angela Merkel, aunque su entendimiento de los problemas de la economía española no ha sido negativo. Contra las políticas de austeridad propiciadas por Merkel se formula el discurso electoral de Elena Valenciano, aparentemente ajena al hecho de que la canciller alemana esté gobernando en coalición con la socialdemocracia.
Jean Quatremer –corresponsal de Liberation y apasionado eurófilo– es uno de los mejores conocedores del microcosmos de Bruselas. Subraya que el espectro populista va desde el euroescepticismo a la equivalencia con el nazismo. En fin, la suma es prácticamente imposible.
Si para formar grupo parlamentario hacen falta 25 diputados de siete países distintos, habrá nuevos grupos en las euro-bancadas, pero su único vínculo real en no pocas ocasiones será tan solo obtener los beneficios económicos que corresponden a toda formación parlamentaria. En fin, importarán más las dietas que la disciplina de grupo.
En otra medida, un problema es la adscripción de los eurodiputados de candidaturas como Ciutadans o Convergència. En una confrontación televisiva, el candidato convergente Ramon Tremosa y el cabeza de lista de Ciutadans, Javier Nart, ya han disputado sobre su ubicación en la bancada liberal.
En cuanto a la extrema derecha, la hay en Dinamarca, Austria, Holanda, Grecia y Hungría, básicamente, pero de coordinación remota. Francia, la dulce Francia, es en estos momentos la pista de despegue de una derecha radical de segunda generación, reconvertida astutamente por Marine Le Pen. Francia tiene 71 escaños en Bruselas: Marine Le Pen tiene 20 al alcance de las encuestas. Para Quatremer incluso así, su peso sería muy limitado. ¿Es eso confundir los deseos con la realidad?
Más bien parece que el problema lo está teniendo la centro-derecha que en Francia representa la UMP y que, con Sarkozy, llegó al poder atrayendo a votantes tibios de Le Pen padre. Ahora Le Pen hija está recuperándolos.
Para la sociedad española la pregunta es si acabará articulándose una derecha dura, más allá de un PP que vive en un extraño proceso de indefinición, incluso de aturdimiento.