La «estrema destra» independentista en Cataluña
Convencidos de que los socialistas españoles y catalanes, conchabados con los comunes y el PP, les han quitado la Alcaldía de Barcelona, los independentistas se preparan para recuperar lo que es suyo
La proclamación de Jaume Collboni como Alcalde de Barcelona, en detrimento de Xavier Trias, ha desatado en Cataluña –la excusa perfecta- una ofensiva independentista.
Cataluña es nuestra
Convencidos de que los socialistas españoles y catalanes, conchabados con los comunes y el PP, les han quitado la Alcaldía de Barcelona, los independentistas se preparan para recuperar lo que es suyo. Ese patrimonialismo de un independentismo que cree que Cataluña es de ellos –de los catalanes de pura cepa o nacionalizados- y de nadie más. Hay que recuperar lo que es nuestro. Hay que recuperar –dicen- lo que el Estado se ha agenciado por la vía de un 155 de facto.
El independentismo quiere confrontar con el Estado. Cataluña contra el Reino de España. Frentismo nacional. De nuevo –vuelta a empezar-, la estrategia de la concienciación/manipulación, de la victimización –Madrid es culpable-, de la movilización, de la tensión y del conflicto. Y a esperar que el PP gobierne España –ese es el sueño húmedo del independentismo- para así justificar el conflicto en nombre de la libertad de Cataluña.
La peculiaridad del independentismo catalán
El independentismo catalán es una suerte de variante de “l´estrema destra” que caracteriza Piero Ignazi en su ensayo L´estrema destra in Europa (1994).
No se trata del Frente Nacional francés, ni del FPÖ austriaco, ni del Partido del Pueblo danés, ni del Partido de la Justicia húngaro, ni del Vlaams Block flamenco. No se trata –de momento- de homologar el proyecto independentista catalán con el de unos partidos o movimientos definidos por el rechazo a la inmigración extracomunitaria.
Se trata de un populismo nacionalista de estrema destra marcado por el narcisismo primario, el síndrome de la nación elegida, la afirmación heráldica de la identidad nacional, la revuelta frente al Estado o el chovinismo patriotero que no admite la libre competencia por los recursos –identitarios, económicos, psicológicos o simbólicos- “nacionales”. Recursos que serían de disfrute exclusivo –xenofobia del bienestar- del Nosotros. Un populismo que identifica “nación” y “pueblo” y celebra las virtudes y la épica del pueblo -¿opuesto al no pueblo o antipueblo español?- que votó en el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017. La Cataluña Una. La Cataluña Nuestra. La Cataluña Grande. La Cataluña Libre.
Lo propio catalán frente a lo impropio español
La preferencia y exaltación de lo propio frente a la amenaza de lo impropio o foráneo. Nacionalismo y etnicidad. Nada nuevo, por cierto, en la historia del nacionalismo catalán. Un populismo nacionalista con aires del decimonónico principio de las nacionalidades que sostenía que las naciones –especialmente las denominadas naciones culturales teorizadas por el historiador alemán Friedrich Meinecke– tienen derecho a un Estado propio. La autodeterminación, dice hoy el independentismo catalán.
Estamos ante la decadencia del independentismo catalán
Un populismo nacionalista catalán que, en pleno siglo XXI, sentiría nostalgia de aquella Monarquía de los Habsburgo que acabó desintegrándose. Aquella monarquía en que unas naciones que vivían en paz, armonía, tolerancia, convivencia y colaboración, reclamaron con tanta intensidad la autonomía que acabaron enfrentándose los unos a los otros hasta la disgregación final. Nostalgia, decía. Como si el independentismo catalán esperara una asimetría política, o una comunidad de naciones, o una la libre asociación de pueblos, o una independencia por ser –tomen nota del él último bautizó independentista- “una minoría nacional”, que condujera a un nuevo Tratado de Saint-Germain-en-Laye (1919) en virtud del cual Austria vio reducida soberanía y territorio. Traducción: adiós España y bienvenida Cataluña.
Volvamos a la Alcaldía de Barcelona
El nombramiento como Alcalde de la ciudad de Barcelona de Jaume Collboni, en detrimento de Xavier Trias; es decir, la derrota sin paliativos del Frente Nacional auspiciado por Junts y ERC –en una democracia parlamentaria gobierna quien consigue articular una mayoría-, es más de lo que parece. En primer lugar, estamos ante el triunfo del constitucionalismo que incorpora al PSC, los comunes y el PP. Probablemente, también un Vox que, a diferencia de otros partidos que se consideran democráticos sin tacha ninguna, respeta el orden constitucional. En segundo lugar, estamos ante la decadencia del independentismo catalán.
De ahí, la ofensiva/pataleta –una operación propagandística de trazo grueso que se agota en sí misma por falta de hoja de ruta, credibilidad y apoyo, que anda sobrada de electoralismo de bajo vuelo- de un independentismo catalán que tozudamente está construyendo un cordón sanitario en el cual –el cazador cazado- está instalado ya el propio independentismo.
El porqué del cordón sanitario: el independentismo se ha mostrado tal como es desde las pésimas relaciones que mantiene con la legalidad democrática y el orden constitucional hasta las malas compañías de Carles Puigdemont en Bruselas y Rusia, pasando por el pacto para el Senado entre ERC y Bildu, el supremacismo benefactor, la colonización interior, la coerción lingüística, el oportunismo de manual o el engaño y la mentira al servicio de la política. Y ese Catalonia First a la manera trumpista que ahora levanta la cabeza y que todo lo contagia. Y los comunes –sumergidos en Sumar y al borde del abismo- que marcan perfil arguyendo que los “catalanes tienen que votar su futuro”.
El separatismo es una enfermedad
Josep Ferrater Mora (Reflexions sobre Catalunya, 1954): “No es, pues, conveniente olvidar que el pasado ha de ser efectivamente el pasado en lugar de convertirse en el reflejo de cualquier melancólico recuerdo. Si no lo hacemos así, caeremos enfermos de pasado, y nos será difícil curarnos de tan traidora enfermedad”. Al independentismo catalán le convendría leer detenidamente a Josep Ferrater Mora.
El filósofo catalán, además de sus reflexiones sobre el mundo natural y el mundo social –el integracionismo dialéctico-, se caracterizó por la defensa de la modernización, el progresismo y la democracia. Un excelente filósofo que deberían leer los independentistas.
Otra cita del filósofo catalán que tampoco tiene desperdicio: “el separatismo es una enfermedad tan ochocentista como el nacionalismo y el centralismo. Es una plaga de la que ni siquiera es menester curarse; se extingue por sí misma, como un microbio que ha perdido su virulencia. En los catalanes muestra todavía vigor… un par de veces por año, en vagos discursos patrióticos y en banquetes monumentales… no; nada de separatismo. Hemos vivido demasiados siglos juntos; hemos participado en demasiadas empresas comunes –también en demasiados desastres comunes– para que sea legítimo barajar y recomenzar el juego… catalanizar a Cataluña no quiere decir, por lo tanto, sustraer algo de España. Quiere decir, por el contrario, sumarle algo” (Sobre una cuestión disputada: Cataluña y España, 1960).
Una verdad de perogrullo que el independentismo catalán –presbicia política, social, cultural e ideológica- está incapacitado para ver.