La esterilidad del independentismo catalán
El independentismo catalán se ha perdido en el Congreso. No sabe qué hacer. Siente la tentación de ayudar a la gobernabilidad de España. Por unos minutos piensa que el llamado problema catalán se podría solucionar con buena voluntad y con un buen Gobierno en España. Que los problemas que afectan a los catalanes son similares a los que sufren todos los ciudadanos españoles. Y que la crisis económica ha causado estragos en los últimos años. Pero, entonces, surge el duende. Recuerda que tiene una misión, la independencia de Cataluña, y un objetivo irrenunciable: el referéndum de autodeterminación.
Es lo que le pasó al portavoz de Democràcia i Llibertat, Francesc Homs, en el Congreso. El diputado de Convergència, –el cambio de nombre no es todavía definitivo, a la espera de la refundación del partido— mostró disposición para colaborar, pero se acordó que ahora es independentista y reiteró, ante Pedro Sánchez, que lo único que podría cambiar las cosas es la convocatoria de una consulta sobre la independencia en Cataluña.
El independentismo catalán consideró que seguirá la vía trazada, y que están en el Congreso para acabar de despedirse, para abrazar a los ‘progresistas’ españoles, y tomar unos vinos en Casa Manolo, al lado del Congreso, antes de subirse al AVE de retorno a Barcelona.
Este viernes se consumará la segunda votación de la investidura de Sánchez. No se espera nada nuevo. Podemos, o, mejor dicho, Pablo Iglesias, ha roto toda posibilidad de acuerdo. Y el independentismo catalán se verá a sí mismo impotente para poder influir en algún sentido. No quiere saber nada de Sánchez, Rajoy es el demonio, nadie les comprende, y todo seguirá igual. Se trata de una muestra clara de la esterilidad del soberanismo, que no sabe qué camino debe tomar.
Consciente de la imposibilidad de saltar un muro por las buenas –la Hacienda catalana es una quimera como está comprobando el voluntarioso Oriol Junqueras—Convergència y Esquerra tratan de ganar tiempo como sea, utilizando machaconamente los argumentos de siempre: Ciudadanos es anticatalanista, quiere cargarse la inmersión lingüística, porque las horas de inglés que defiende en la escuela irán en detrimento del catalán, y el PSOE se deja arrastrar prometiendo una reforma constitucional que acabará en nada, como ocurrió con el Estatut –nunca se formula la autocrítica de la subasta en la que se convirtió aquel proceso entre CiU y ERC–.
Los argumentos los reitera Gabriel Rufián, oficialmente el portavoz de ERC en el Congreso, aunque Tardà ha acabado asumiendo las riendas. Rufián dice, sin pestañear, que ni el PSOE ni Ciudadanos, ni, por supuesto el PP, cambiarán nada, y que lo mejor es irse.
Pero lo cierto es que no van a ningún lado. Ni ayudan a la gobernabilidad de España, ni impulsan la independencia. Los votantes de Convergència y de Esquerra deberán tomar, en algún momento, buena nota de esas estériles actuaciones.