La estampida del viernes

Además de abrir a los españoles todas las barreras previamente levantadas a los alemanes, las autoridades deben animar a la población a salir y desplazarse

Ya pueden ir espabilando en los despachos del Ministerio de Sanidad a fin de aprobar el desconfinamiento total y poner fin a todas las restricciones de la movilidad, esas que ya llevan algunas semanas imponiendo de manera arbitraria.

No se trata de nueva o vieja política sino de simple precaución, o mejor de autodefensa gubernamental ante la muy sana avalancha de desobedientes a la que se deberá enfrentar en caso de seguir con un autoritarismo que se ha quedado sin sentido alguno ni la menor justificación.

Tal como es ya lugar común entre los especialistas, a partir de la bajada drástica de las hospitalizaciones por Covid-19, las mejores medidas a tomar, de carácter higiénico, dependen de cada ciudadano, no ya de las autoridades sanitarias. Mascarilla en proximidad de personas ajenas al núcleo familiar y desinfección compulsiva de manos y objetos que entren en cada domicilio.

Aunque al mayor partidario del mando único del último medio siglo hispano le duela tanto soltar las riendas que frenan el libre albedrío, principal sino única razón de las quisquillosas distinciones entre la fase dos y la fase tres, deberá conformarse con lo poco que le queda, que es regular la distancia en los espacios públicos y restringir las aglomeraciones.

Son las últimas gotitas de poder extra disponibles para los adictos al vampirismo de las libertades. Si bien bastaría con el sentido común o con normativas municipales o autonómicas, la querencia antiliberal tiembla ante la posibilidad de perder prerrogativas.

Que las diferencias entre la segunda fase y la tercera son improcedentes se evidencia al comparar los brotes de Lleida y Girona. El de Lleida se produjo en fase 2 y supuso la condena a permanecer en ella sin pasar a la 3 como ya estaba cantado. El de Girona, ya en plena fase 3, debería suponer, según la misma lógica, el retorno a la fase 2. Pues no.

El nuevo mantra de las administraciones debe consistir en la celeridad

Lógica obtusa de hipotenusa, por no llamarla de cateto, en las premisas de la cual no cuenta para nada que no haya habido noticia de brotes comparables en Madrid o en Barcelona. Ay de quienes se maravillan ante su imprevisto poder de conculcar algo tan sagrado (véase Suecia) como la libertad de desplazamiento.

Habrá brotes, claro, como en Pekín, Singapur o Japón, pero la respuesta consiste en aislarlos lo más pronto posible, no en confinar de nuevo a todo el vecindario. El nuevo mantra de las administraciones debe consistir en la celeridad, en la prontitud de la detección y seguimiento de los nuevos infectados. Rol que no luce tanto como el de sheriff pero que resulta mucho más efectivo para la salud pública.

Principalmente en Madrid y Barcelona la gente lleva ya dos semanas soportando el alargamiento sin sentido del confinamiento, algo que unos barruntaban, otros sospechaban e incluso ha acabado por indignar y previsiblemente, ante la afrenta de los vuelos de turistas alemanes a Mallorca, rebelar incluso a los más proclives a la sumisa mansedumbre del gregarismo lanar.

Resulta pues que, según el Gobierno de España hay europeos de primera, los ricos del norte, y españoles de segunda. A los naturales no se les permite circular por su país mientras van aterrizando alemanes, que encima son recibidos como si emisarios de Mister Marshall se tratara.

Esto no hay quien lo aguante. ¿Por qué, señores del Gobierno, no se puede ir a Mallorca ni a ver a la familia y los alemanes sí a tomar el sol? Como no hay explicación, no la habría ni el reino de lo rocambolesco, nos quedamos sin explicación. Tampoco, claro está, sin excusas y mil perdones humildemente solicitadas desde lo alto y con el mayor de los sonrojos.

El próximo martes por la noche en muy numerosas poblaciones se celebra la mágica noche de San Juan. Que estén prohibidas la aglomeraciones es algo que no admite discusión. Como no admitiría justificación que siguieran prohibidos los desplazamientos, no ya en el interior de cada comunidad sino entre comunidades.

Es por ello que, siguiendo como mínimo el manual del reyezuelo de El Pequeño Príncipe, las autoridades no se han de empecinar en decretar lo que ni puede ni debe cumplirse.

 Deberían empezar por animar a la población a salir y desplazarse donde se les antoje

Al contrario, además de abrir a los españoles todas las barreras previamente levantadas a los alemanes, deberían empezar por animar a la población a salir y desplazarse donde se les antoje.

Y preparar al tiempo un magno dispositivo de tráfico a fin de facilitar el final de un confinamiento que, si costó muchas vidas al retrasar su inicio, puede conllevar severos quebraderos de cabeza a quienes pretendan alargarlo afrentando de manera tan gratuita como temeraria a la ciudadanía.

El viernes, estampida.