La espoleta
La historia, a veces, es cruel con sus protagonistas. Seguí parcialmente el debate sobre el pacto fiscal en el Parlament de Catalunya mientras en las redes sociales continuaba quemando la noticia del día anterior sobre la demanda de rescate. Cuando el Parlament aprobó reclamar el concierto económico cooperativo –una mejora de la autonomía actual, ya malograda después de la carnicería del Tribunal Constitucional– al poco de los decretos recentralizadores de Rajoy con la excusa de la intervención europea; lo hacía pidiendo, al mismo tiempo, el rescate con intervención de barra libre para el Estado. Dejaba a la Generalitat vacía, de hecho, de competencias reales. A esto se le llama ir con el paso cambiado, puesto que se pide mejorar una autonomía que ya no existe.
No cuesta mucho vaticinar el futuro de la propuesta, viendo las reacciones de la prensa orgánica del régimen. Fue incapaz de poner en la portada los incendios de l’Empordà (Catalonia is not Spain), pero el día siguiente de la petición de rescate titulaba: «Cataluña, en manos de Hacienda» (Catalonia is Spain). El cálculo económico y social hecho desde la oligarquía de Bernabeu es muy claro: no quiere renunciar a los beneficios del proceso de confiscación sobre el trabajo de los ciudadanos del Eje Mediterráneo y del Ebro, que detraen a una España subsidiada, mayoritariamente de matriz castellana, y especialmente los aparatos centrales del Estado y el poder económico cercano.
Está claro que el espejismo de una España modernizada sólo se aguanta sobre la recepción en términos relativos por parte de la España central y subsidiada de un cúmulo de recursos que significan el triple de lo que supuso el plan Marshall, en el caso de Europa; y de 21 planes Marshall en el caso de Catalunya. Denuncia que hace poco ha realizado un hombre tanto ponderado como Miquel Puig.
En época de vacas gordas, la suma de infradotación de servicios públicos sobre la media estatal, más la recepción de las limosnas de los sistemas de afianzamiento autonómico y la vía del endeudamiento, han mantenido una apariencia de mínima normalidad en Baleares, Catalunya, Valencia, Aragón y Murcia. Por este orden, maltratadas. Las dos ultimas comunidades autónomas, con superávit fiscal pero que pierden posiciones en el ránking a diferencia de todas las otras, que ganan.
La novedad –y quizá es triste de tenerse que alegrar–, es que el expolio ha estado de tales dimensiones que en épocas de vacas flacas la apariencia de normalidad se ha hundido. Los territorios más productivos del Estado que, no es casualidad, son los más expoliados, no llegan a fin de mes. Y la imbecilidad que prolifera en ciertos ambientes capitalinos hace que se cojan la circunstancia a carcajadas. Rajoy y la FAES han conseguido hacer creer que el problema de la deuda era de las autonomías, cuando aquí sabemos que no es así. Y ahora dicen: ¡ha llegado la nuestra! La Corona de Aragón, esta España asimilada de los mapas decimonònics, controlada por Hacienda. Y no se dan cuenta que sierran la rama que los aguanta.
Los vilipendiados mercados saben que el Estado central no hace ningún sacrificio serio para evitar el déficit. Además, las autonomías culpables son las más prósperas, las que ahora se hunden. ¿Alguien de ustedes cree sinceramente que España no será intervenida en cuestión de semanas o meses? Los que sonríen con la humillación de Valencia, Catalunya y Murcia –no sé si pasado mañana en Baleares y Aragón– se los quedará helado el rictus. Porque, finalmente, por su avaricia política estructural habrán activado la espoleta de su propia explosión. ¡Olé!
Y última reflexión: ustedes creen que, a pesar de esta situación de derrumbe del tinglado, la cúpula madrileña será sensible a la última –no habrá más– oferta del autonomismo moderado: ¿El pacto fiscal? No. Porque por la tradición hispánica siempre ha sido mejor honra sin barcos, que barcos sin honra. ¡Buen viento!