La España de dos bloques

Los indultos son la última muestra por parte de la clase política española de que las cuestiones de estado se resuelven con una mirada oportunista que profundiza en la división en dos bloques de la sociedad española

El Congreso de los diputados. EFE/Chema Moya

Todo el mundo da por hechos los indultos. Al parecer serán parciales y reversibles, de modo que los líderes independentistas saldrán de la cárcel bajo amenaza de volver a ella sin previo aviso. En cualquier caso, seguirán inhabilitados para cargo público, lo que no impedirá el ejercicio de su liderazgo.

Las restricciones no tienen otra finalidad que aminorar en lo posible la magnitud de la marea antindultos. Los indultos no se van a conceder por ninguno de los motivos aducidos. Ni concordia ni utilidad pública. Se trata simplemente de no poner en severo riesgo la mayoría parlamentaria que proporciona estabilidad gubernamental.

Los indultos no son pues ni se plantean como una cuestión de estado sino de gobierno, o mejor dicho de partido. Del mismo modo, y al otro lado de un espectro político que no es más que un espejo, ora cóncavo ora convexo, no se plantean sus hipotéticas ventajas. Y es que no se trata tanto de principios como de oportunidades, en este caso la de hundir a Pedro Sánchez o por lo menos abrir un enorme boquete en lo que quede de su credibilidad como líder político.

Y hay que hacerlo severamente, a fondo, sin cuartel, a sabiendas de que difícilmente el PSOE va a poner a disposición de Casado un torpedo de tanto calibre enfocado a la propia línea de flotación.

El resultado está cantado y presenta forma de divorcio entre la disminución de las perspectivas electorales de la izquierda en los sondeos y la mayoría parlamentaria poco menos que asegurada hasta diciembre del 2023. Tiempo sobrado habrá para recuperarse, piensa Sánchez. Y en caso contrario para pasar al ataque.

Más que la abultada victoria del PP en Madrid, las dos noticias más relevantes de la temporada política son el hundimiento de C’s, que se puede dar por irreversible, y la consagración de los dos bloques bajo el signo de los indultos. A un lado el llamado Frankenstein, formado por el PSOE y Podemos con el concurso de los nacionalistas que pretenden fragmentar España.

Al otro, el PP, atrapado en una lógica perversa: las circunstancias obligan a Casado a convertirse en el aliado de Vox, o sea la extrema derecha. Ambos están condenados a ir a por todas y contra todos confiando en que la España uniforme cuente con más escaños que la España plural.

Como tal circunstancia todavía está lejos de producirse, puesto que ni sumando a las derechas todo el espacio de C’s, ni contando con que el efecto indultos vaya a durar más de dos años, PP y Vox alcanzan los preceptivos 176 escaños, Sánchez sabe que, aún hoy en aprietos, dispone de margen para seguir gobernando con todo lo que no sea PP y Vox.

El lugar del centro político en España

Tal vez el centro no existiera, quizás no haya existido jamás en España por mucho que las apariencias así lo dejaran vislumbrar en según qué ocasiones. Tanto es así que ya nadie se acuerda de la posibilidad de un gobierno del PSOE, que el PP estaba dispuesta a apoyar con la única condición de que Pedro Sánchez se fuera a su casa.

En cualquier caso, en los próximos tiempos, dichas apariencias van a desaparecer. Y con ellas los matices, la moderación, el sosiego. O con un bloque o con el otro. O con los perversos independentistas o con la amenazante extrema derecha. Eso, que tan sólo era una posibilidad, es hoy un hecho irreversible llamado a perdurar.

No hay puentes, no habrá más acuerdos entre PP y PSOE, si es que alguno hay, que los que dicte la mutua conveniencia de partido. Si de vez en uno o ambos sienten la necesidad de dirigir un guiño al electorado de centro, el que se sabe condenado a votar extremos, lo más probable es que lo hagan cada cual por su cuenta, cuidando de dejar claro que el extremista es el otro por ser amigo de extremistas.

¿Entonces, qué hay de las cuestiones de estado? Por increíble que parezca, no existen cuestiones de estado a las que España deba enfrentarse. O están resueltas, o bien se dan por resueltas, o no van a resolverse en esta legislatura. Tal vez ni en la próxima.

Desde luego, el panorama no está como para echar cohetes. España, como todos los países, necesita incrementar, y mucho, sus niveles de innovación y competitividad, lo cual es imposible lograr sin el impulso de grandes consensos.

Es lo que hay. Lo que habrá sin gran margen de error en la predicción. Y si alguien no está de acuerdo, siempre cabe la posibilidad de generar nuevas expectativas mediante la creación de un nuevo partido sin tantos anclajes conflictivos encarado al futuro y el bienestar de toda la península. Pero claro, tras el fracaso de C’s, cualquiera lo intenta.

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