La economía española, sigue en la depresión

El vértigo de los acontecimientos en la esfera política de los últimos días, en Cataluña y en el conjunto de España, ponen las cosas muy difíciles a quien quiera ocuparse de cualquier otro asunto en una tribuna pública. Sin embargo, hay temas que difícilmente pueden considerarse menos importantes y que, además, están en el centro de la propia política que no es otra cosa que el proceso de toma de decisiones para la resolución de los problemas colectivos.

El mayor de los problemas generales de este país es –sigue siendo- la gran depresión en que se ha sumido la economía. Estamos por cerrar el octavo año de la más grave de las situaciones de crisis que conoce la historia de España en tiempos de paz. Y no se perciben señales claras de que vayamos a salir de ella. Es cierto que hay algún indicio de mejora puntual. Pero eso, por el momento, no va a suponer la salida de la depresión ni que se puedan recuperar los niveles macroeconómicos perdidos.

Tiene sentido, en todo caso, dedicar alguna atención al estado de las principales actividades productivas y tratar de tomarles la temperatura. En esa tarea la prioridad le corresponde, obviamente, a la construcción. Para empezar, un recordatorio: el sector consiguió en España en el año 2007 el más elevado nivel de la historia, considerando el volumen del empleo, la generación de valor añadido o la contribución al crecimiento del PIB.

La construcción española también alcanzó, en términos relativos, el mayor tamaño de todas las economías del mundo en 2007. La diferencia del porcentaje español con la segunda economía de Europa en el ránking de 2007, que fue Irlanda, superó cuatro puntos porcentuales del PIB, mientras que todos los demás países europeos se hallaban a más de seis puntos. Una distancia, ciertamente, inmensa.

Desde aquella cima, el derrumbe. El consumo de cemento -un indicador muy transparente- apenas alcanzó en 2014 la cuarta parte del que había alcanzado en 2007. En el ejercicio de 2014, la inversión total en construcción en porcentaje del PIB era muy inferior al de cualquiera de los últimos cincuenta años. La destrucción de empleo ha sido gigantesca. Se trata, como es sabido, del sector más castigado en lo que llevamos de la gran depresión.

Lo que quizá se sabe menos es que el sector, pese a todo, sigue sobredimensionado si se compara con nuestros vecinos de la Unión Europea. Llama la atención, en efecto, el todavía muy alto nivel del Valor Añadido Bruto del sector en España, con relación al conjunto de la UE de 28 miembros, en los años 2008-2014. Pese a la tremenda purga sufrida desde 2008, todavía en 2014 la parte del PIB de España que procede de la construcción supera la media de la eurozona.

Si se cumplen las previsiones más optimistas, en este 2015 se pueden crear hasta 55.000 nuevos puestos de trabajo. Poco, muy poco, en comparación con los cerca de dos millones de puestos de trabajo perdidos. Pero no puede esperarse mucho más. Tampoco en los cuatro o cinco años siguientes. La edificación residencial difícilmente crecerá de forma significativa en muchos años. Sobran muchísimas viviendas y, encima, el país pierde población y seguirá perdiéndola. La inversión pública tampoco va a aumentar de forma importante cuando tenemos por delante bastantes años de consolidación fiscal.

Por este lado, a la economía española actual le viene como anillo al dedo la inscripción que puso Dante a las puertas del infierno: lasciate ogni speranza. En otras palabras, la construcción no nos va a sacar de la crisis. ¡Seguro!