La economía de la felicidad: nos manifestamos, hacemos un MBA o somos directivos del Barça
Fue a principios de los años 70 cuando el Rey de Bhutan –sí, aquel pequeño país al sur de la cordillera del Himalaya– se convirtió en uno de los primeros en contraponer crecimiento económico a felicidad, creando incluso un índice, la felicidad interior bruta (FIB). Algo así como el PIB de la felicidad. Cerca de 40 años más tarde cada vez más gobiernos empiezan a colocar la felicidad en sus agendas –eso sí con la insoportable levedad del ser que diría Milan Kundera–.
Pero, seamos claros, la felicidad por defecto es un intangible, y como tal muy difícil de valorar. Para unos tendrá un valor inmenso, mientras que para otros –aunque lo tengan al alcance de la mano– será simplemente algo imposible de entender. Para quién lo dude, esa es la gracia o el milagro de los intangibles, no todo el mundo los entiende, y aún menos no todo el mundo los sabe gestionar.
Estos días que las calles empiezan a “calentarse” –sólo hace falta ver las imágenes de Barcelona– uno debería preguntarse si el fin de la mayoría de los manifestantes jóvenes, y no tan jóvenes, es buscar la felicidad, o simplemente confirmar a grito pelado que son unos infelices. Me resulta muy curioso que esa generación que dicen tan preparada, sea más uniformada que formada. Con pasmosa incoherencia quieren lo que tenían sus padres, en vez de trabajar o emprender en un sistema nuevo. Piensan en conservar el pasado antes que en inventar el futuro. Se conforman con un horario, una estabilidad, en definitiva un tangible que les haga pasar por la vida, que no ser felices.
Pero no son los únicos incoherentes y uniformados en sus ideas tangibles. El otro día surgió una interesante cuestión en una de esas conversaciones informales a raíz del destino actual del MBA de las prestigiosas escuelas de Barcelona, supuesto líder de la Catalunya empresarial, señor Soriano –vamos algo así como un sociedad civil cualquiera–. La pregunta giraba entorno a la utilidad de las escuelas de negocio en los momentos de crisis. La respuesta sencilla, cuando hay una crisis –en general– los directivos –altamente formados en MBA– se van de las empresas o cambian por lo que nunca las trabajan o experimentan.
Es decir, tenemos unas escuelas de negocios que forman profesionales exclusivamente para el crecimiento económico. Saben dar herramientas para las situaciones “buenas”, pero rehuyen de las “complicadas”. Como los estudiantes quieren un horario, una estabilidad, en definitiva otro tangible que añadir a su curriculum. Llega la crisis y huyen –algunos a Inglaterra–, cambian de empresa, pero nunca se enfrentan a un problema. Creen que enfrentarse a un problema es ser infeliz.
Tenemos pues a unos estudiantes infelices por no ser como sus padres, a unos directivos MBA infelices por no enfrentarse a los problemas. Unos se manifiestan y otros huyen. Aunque les cueste admitirlo ambos en definitiva se esconden de la felicidad. Creo que no tendrían cabida en la corte del Rey de Bhutan.
Curiosamente en nuestra corte local todos tienen cabida –hablamos conceptualmente claro que aquí no estamos para expulsar a nadie–. Somos un país curioso. Hasta en un lugar donde todos deberían ser felices, directivo de un club como el FC Barcelona, la infelicidad empieza a anidar. Sorprendente en un lugar donde muchos irían voluntariamente –obviamente en ese grupo todos los culés, que los de otros equipos nos preocupamos por cosas más mundanas, en mi caso siendo del Athletic de Bilbao en disfrutar de la próxima Copa–.
Mientras la economía de la felicidad empieza a aparecer en las agendas de los gobiernos desaparece con fuerza de las agendas de los ciudadanos. Podemos culpar a los políticos –¡por que no!–, pero es obvio que el problema es más propio de la cobardía de afrontar los problemas que de las interferencias de terceros. Leía hace no mucho, un directivo del Barça de verbo fácil que “largaba” algo así que no se rodeaba de gente que tuviera problemas. Pues el pobre debe vivir como en un ghetto asiático. Ya no sólo no sabe enfrentarse a un problema, sino que ni quiere hacerlo y rehuye.
Ese concepto choca con la felicidad. Hemos creado una sociedad donde los temores nos atenazan hasta el punto de esconderlos, negarlos o evitarlos. Tuvimos un gobierno que no tomó decisiones por miedo al que dirán, o manifestarán, y otro que va con medias tintas para que no se le incendie la calle. La verdad señores manifestantes, señores MBA y señores directivos del Barça sólo deberían preocuparse de ser felices.
Olvídense de huir de los problemas y enfréntense a ellos. Chavales, y no tan chavales, en vez de manifestaros y quemar algún coche emprended o trabajad en una sociedad mejor. ¿Quieren tener un horario de 8 a 3 como sus padres?, ¿O quieren aspirar a más como hicieron ellos?. Nos esforzamos -otro día hablaremos de esta palabra – para crear un futuro mejor o queremos estancarnos en el pasado. Señores y señoras, directivos y directivas con su MBA en su Curriculum de verdad crean que pasar una crisis, sufrir o llorar es más experiencia que sus títulos. Practíquenlo y ofrézcanse a esa aventura a la gente que de verdad lo pasa mal. No hace falta que lo pongan en el CV, pero seguro que les hará ser más felices.
Finalmente directivos del Barça sean felices de verdad. No se escondan de los problemas, no rehuyan un diálogo o una conversación. Ahora vuelan en aviones privados, cosa que en su actividad privada nunca han tenido. Disfrútenlo pero háganlo con humildad. Trasmitan felicidad no beligerancia, verán que sonreir es mejor que vetar. Creo que hasta Guardiola estaría más feliz.
Pero en definitiva todo esto nos lleva a marcar un camino. La economía de la felicidad no debe estar sólo en la agenda de los Gobiernos, sino en la agenda de cada uno de los lectores de esta columna. Como cualquier intangible, sólo nosotros mismos somos capaces de darle más valor. Y eso no tiene precio. Todos están a tiempo de ser unos infelices, pero el tiempo para ser felices, y más en medio de una crisis, está limitado simplemente a su decisión. Yo por mi parte simplemente seguiré pensando más en futuro que en pasado, haciendo el MBA de la vida, y disfrutando, como no, cuando gane el Athletic de Bilbao.