La doble cara de Aznar

El oficio de informador tiene, a veces, enormes satisfacciones. Una de ellas fue la de asistir a una conversación, con otros asistentes, entre los dos jefes de gabinete de los dos presidentes del Gobierno en España que han dejado huella y que tenían, de verdad, proyectos de estado. Se trata de José Enrique Serrano, ex jefe de gabinete de Felipe Gónzalez y de Carlos Aragonés, ex jefe de gabinete de José María Aznar.

Los dos atesoran un gran bagaje y comunican más con los ojos y con sus manos que con sus propias palabras cuando dan a entender que es mejor guardar silencio. Sus vivencias fueron gratas, pero también muy duras. En cualquier caso, los dos constataron, en un debate que organizó Foment del Treball, que desde la recuperación de la democracia sólo González y Aznar han tenido un proyecto de futuro para España, con errores y aciertos, pero con un horizonte claro. González llevó a España al corazón de Europa, mientras que Aznar quiso probar el eje atlántico con Estados Unidos.

La contribución más importante de Aznar –se puede discutir, claro– es el impulso de Faes, un think tank liberal-conservador que fue el resultado de la fusión de otros organismos e instituciones. Aznar se planteó agitar el debate político y económico, –algo muy necesario en España– y fiel a ello ahora ha renunciado a la presidencia de honor del PP para centrarse en Faes sin que le puedan reprochar cualquier incompatibilidad ideológica.

Esta bien, es de aplaudir. Otra cosa es saber si Aznar puede o no seguir dando lecciones a su propio partido, el que él puso en pie en el Congreso de Sevilla, de 1990, señalado por Manuel Fraga, que había fracasado una y otra vez para llevar al gobierno a la nueva derecha que surgió de la transición, y que arrastraba el legado del franquismo.

Aznar se va porque discrepa de todo lo que hace ahora Mariano Rajoy. Sigue pensando, sin embargo, que España no le ha reconocido todos sus méritos, y mantiene ese rostro pétreo, de cabreo permanente. El ex presidente tiene un mérito que se echa de menos en la política, y es que defiende un proyecto ideológico claro, al margen de las encuestas y los vaivenes de la opinión pública y de la publicada. Son valores fuertes, necesarios, sean de izquierdas o de derechas, muy lejos de lo «gaseoso», como critica Miquel Porta Perales, en su obra Totalismo.

En el último análisis de Faes la carga de profundidad contra la política económica de Rajoy es de dimensiones colosales. Lo que reivindica Aznar es el orgullo del centro-derecha, de un modelo socio-económico que apuesta por la responsabilidad individual.

Es bueno recordar esas palabras del comunicado de Faes, publicado la pasada semana: «Ya en el poder, el Gobierno del PP asumió su etiqueta de desalmado recortador, con gesto de resignación, entre apelaciones a la ética de la responsabilidad y a los dictados de Bruselas. El Gobierno que había elevado los impuestos como nunca antes en España, haciéndolos recaer especialmente sobre su base electoral, pasaba por reaccionario a ojos de los progresistas cuyo gran referente, Rodríguez Zapatero, había llegado a afirmar que bajar los impuestos era de izquierdas. Aún hoy hay quien se sorprende de la simple cuenta que pone de manifiesto con toda evidencia que han sido los impuestos y no el recorte de gasto lo que se ha llevado el grueso del ajuste fiscal de los últimos años». Pas mal.

Lo que ocurre es que Aznar tiene un pasado. Y cuenta con una mácula que le deja fuera de juego, le guste o no. Es difícil vivir con esa experiencia. Lo es para todos los que sufrieron los atentados del 11M en Madrid, y para el conjunto de la sociedad española. Pero sigue siendo muy difícil de comprender que Aznar gestionara tan mal las horas posteriores a aquellos terribles atentados. Lo es porque pudo quebrar uno de los pilares de la democracia: la confianza en los gobernantes. Si un presidente del Gobierno llama a un director de un periódico, o lo hace un ministro, los dos deben tener un plus de confianza respecto a otras fuentes de información. Y lo tuvieron. Son nuestros presidentes del Gobierno o nuestros ministros, y debemos creer en ellos. Y lo que ocurrió es que la realidad iba en otra dirección a la apuntada por ellos.

Desde aquel momento, Aznar supo que todo lo que pudiera haber hecho antes por España podía quedar en un segundo plano.

Y, en todo caso, al ahora denostado Rajoy, por la Faes, lo eligió el propio Aznar, a dedo.