La dignidad del PSC

Con su decisión de renunciar al escaño pocas horas antes de la última sesión de la investidura de Mariano Rajoy –una decisión, por cierto, anunciada en exclusiva por Economía Digital-, Pedro Sánchez llevó al límite su reto político no solo ante la comisión gestora que, como su propio nombre indica, en realidad debería limitarse a gestionar el PSOE hasta que este partido se dote democráticamente de una nueva dirección en un congreso.

Este reto también ha sido contra la extraña y complicada alianza de jarrones chinos, dinosaurios, sultanas, barones, ingenieros de minas, químicos reconvertidos en aprendices de brujo y todo tipo de dirigentes socialistas que participaron, desde mucho antes del pasado 1 de octubre todavía con alguna discreción y ya sin disimulo alguno a partir de aquel día, en la ‘operación de Estado’ montada con el único objetivo de obligar a dimitir al secretario general del PSOE para facilitar la continuidad de Rajoy al frente de un nuevo gobierno del PP.

Una vez Pedro Sánchez anunció que renunciaba a su escaño para no faltar a su compromiso con los votantes socialistas y al mismo tiempo para no desobedecer la instrucción dada por el comité federal del PSOE, quedó claro que el número de diputados socialistas que se atreverían a faltar a la disciplina iba a ser inferior al que hubiese podido producirse si Sánchez hubiera mantenido su escaño y hubiera votado ‘no’.

En ningún momento hubo ni una sola duda acerca del voto negativo de los siete diputados del PSC, que fueron casi la mitad de los quince parlamentarios socialistas que mantuvieron el «no es no» en la investidura de Rajoy. La unanimidad con que el consejo nacional del PSC había acordado esta posición había sido todo un aviso. De ahí que se diera por descontada.

De ahí también que la posición del PSC sirviera de base para que se sumasen a la desobediencia otros ocho diputados socialistas, mientras otros se resignaban a obedecer «por mandato imperativo», y hubo quienes optaron por tragarse el sapo de una abstención que no compartían en modo alguno y solo muy pocos miembros del Grupo Socialista se abstuvieron sin poner ningún reparo a ello.

El PSC supo mantener su dignidad. Lo hizo con unidad y sin fisuras. Se equivocarían los gestores provisionales del PSOE, y sobre todo quienes intentan utilizarles, si ahora decidieran actuar contra el PSC y contra la relación federal existente entre ambos partidos desde 1978. En primer lugar, porque una decisión de esta trascendencia solo puede ser adoptada de forma congresual. Pero sobre todo porque el PSOE no tendrá jamás ni tan solo la posibilidad de intentar recuperar su antigua fuerza sin el PSC, del mismo modo que el PSC perdería muchas posibilidades para volver a ser el elemento central de cualquier alternativa progresista en Cataluña.

El PSC, con toda su dignidad mantenida contra viento y marea, no solo ha defendido su identidad catalanista con una contundencia que debería ser tenida en cuenta por aquellos que se la han negado desde hace tantos años, puede y debe ser un elemento esencial para la reconstrucción de un PSOE realmente federal, sin unos gestores meramente coyunturales y que sea de nuevo dirigido según la voluntad libre y democráticamente expresada en las urnas por el conjunto de sus militantes, y fiel siempre a sus compromisos con los electores.