La democracia en España en entredicho

Los partidos políticos juegan con las palabras. Las tergiversan. Y hablan de democracia de forma constante. Lo hacen todos, los partidos constitucionalistas, y los independentistas, que apelan a la democracia para sostener sus proyectos rupturistas. A este cronista le sorprendía mucho que, ya avanzados los años ochenta, los políticos se definieran, antes de explicar nada, «como demócratas». «Primero, soy un demócrata», se decía. Pues claro. Es lo menos que podíamos exigir los ciudadanos, ¿no? Es cierto que en un país que ha sufrido varias dictaduras, la definición no era menor. Pero se abusaba de ello, cuando lo que se pedía era que proyecto político se defendía, a derecha o a izquierda, con qué políticas y con qué objetivos.

Ahora la democracia, de la que no queremos nunca reflexionar porque se da por conseguida, está en entredicho, curiosamente cuando se apela a ella para que los ciudadanos puedan decidir, por tercera vez, la formación de un Gobierno.

Que se dé la voz a los ciudadanos, que tomen la palabra, nunca es malo votar, se argumenta. Pero es todo lo contrario. ¿Cómo puede funcionar un país cuando los ciudadanos eligen un parlamento y éste es incapaz de poner en pie un Ejecutivo? Se puede producir una situación de bloqueo, una vez, ¿pero dos? ¿Y por qué en una tercera ocasión se encontraría la solución?

Las terceras elecciones en España en un año serían un fracaso. No supondrían un triunfo de la democracia. Mostrarían, en cambio, una incapacidad del sistema, que no tiene afinados los instrumentos para lograr un Ejecutivo.

Una de las piezas esenciales en España, aunque no se toma ya en serio, es la monarquía. El rey Felipe es el jefe del Estado, y tiene unas atribuciones y también unas limitaciones que marca la Constitución. Se podría cambiar, claro, pero es el régimen vigente en España, que tiene dos características: es una monarquía parlamentaria, y del parlamento surge el Ejecutivo. Si los partidos no se acogen a las reglas del Reino de España (el nombre oficial del país), lo que están haciendo es cargarse el propio régimen demócratico que se adoptó al salir de la dictadura.

El rey tiene un papel determinante justo ahora. Puede acelerar o dilatar las negociaciones entre los partidos, puede orientar a los dirigentes, con mano izquierda y dentro de su papel constitucional. No tiene la solución al bloqueo, pero tampoco los partidos pueden pasar olímpicamente de él.

El otro hecho importante es que en el Congreso están representados todos los ciudadanos. Todos. También los que desean un cambio en el régimen democrático, los que desean más autogobierno para sus comunidades, los que querrían un país distinto, separado o confederado del Reino de España. Y, hasta ahora, los candidatos a la presidencia del Gobierno han hecho como si no existieran. Por supuesto los independentistas tienen también su responsabilidad, al no entender que si no juegan en el ámbito parlamentario, si no buscan puntos en común, los acuerdos serán imposibles.

España se ha construido con la contribución de muchos partidos políticos distintos. También de los nacionalistas. Y el concepto de democracia abraza también al nacionalismo catalán y vasco. Por ello la democracia –un sistema con reglas, no una asamblea en la que se dice y se actúa como a cada uno le dé la gana– está en entredicho si se acaban convocando unas terceras elecciones. Aún están a tiempo. Todos.