La delicada situación de Unió Democràtica

Cualquier tiempo pasado fue mejor seguramente para los democristianos agrupados bajo las siglas que dirige desde hace ya tantos años con mano de hierro Josep Antoni Duran i Lleida. Muy atrás quedan hoy los tiempos en que Duran aspiró a la sucesión de Pujol al frente de la coalición nacionalista que hoy gobierna Catalunya y que lidera el soberanista Artur Mas.

UDC ha sido en España siempre el perfecto partido bisagra, con un poder muy por encima de sus teóricas posibilidades reales, pero logrado y mantenido gracias a las habilidades negociadoras de sus dirigentes. Los pactos firmados en su momento entre CDC y UDC han privilegiado desde entonces a estos últimos, lo que para muchos militantes de base del partido mayoritario constituía un insoportable agravio comparativo respecto a una Unió que ha librado muy pocas batallas electorales en solitario.

Para el empresariado, Unió y, especialmente, sus dos líderes más destacados, el propio Duran y su fiel y astuto número dos, Josep Sánchez Llibre, han constituido desde los inicios de la transición española un seguro a la hora de hacer entender ante las diferentes administraciones los argumentos que sustentaban sus reivindicaciones.

Y, en definitiva, para la opinión pública española, Duran i Lleida ha sido siempre la cara amable, pragmática y positiva del nacionalismo catalán, lo que han corroborado multitud de encuestas que daban con frecuencia al político catalán las mejores puntuaciones cuando se preguntaba por la opinión que merecen a los ciudadanos sus representantes.

Pero alguien ha dado la vuelta a la tortilla, y de qué manera. El volantazo del presidente Mas ha dejado en muy mala posición a sus compañeros de viaje ante el electorado de la coalición, especialmente ante los más radicales, Duran está bajo sospecha en Catalunya por sus posiciones moderadas; en Madrid, su estrella pierde valor conforme los gestos y las políticas del govern de CiU con ERC en la sombra se radicalizan.

Les queda la baza de ser los únicos capaces de tender puentes entre Madrid y Barcelona si las cosas van a peor, pero en ese caso situados en tierra de nadie apenas les quedará jugar el papel que los dos contrincantes quieran concederles. Cada paso en una dirección u otra corre el riesgo de no reportar beneficios a nadie y ser visto en clave de colaboracionismo más que como una aportación.

Incluso, internamente, puestos en la tesitura de tener que hacer valer sus principios políticos y mostrar sus discrepancias con Mas, podría ser que una parte de su propia militancia prefiriera seguir bajo el paraguas de la fuerza mayoritaria de CiU, dominadora de las administraciones catalanas, que quedarse fuera y pasar uno de los inviernos políticos más rigurosos que hayan conocido. Algunos deserciones, aunque minoritarias, ya se han producido.

No. No es fácil la papeleta que tienen sobre la mesa Duran y Sánchez Llibre. Y no lo es, precisamente, porque por lo que parece éstos no son buenos tiempos para las componendas líricas y sí para el “tú más”. Las testosteronas de uno y otro bando están a punto de desbordarse y no es la hora de los tibios o las bisagras.

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