La defunción de CDC

En su improvisada, imprevisible, interminable y alocada huida hacia delante, Artur Mas, y con él sus cada vez más menguantes seguidores, se propone ahora una nueva «refundación» de CDC. La mejor y más contundente respuesta a esta propuesta la ha dado la candidata del PSC, Carme Chacón, a las próximas elecciones legislativas del 20D: «Es la defunción de CDC, no su refundación».

Desde su fundación en 1974, ya en las postrimerías del franquismo, CDC ha tenido un papel fundamental en la política catalana y también en el conjunto de la política española. En especial desde que, de la mano de la socialcristiana UDC, en 1979 creó la coalición CiU, con la que Jordi Pujol se hizo durante casi un cuarto de siglo, de 1980 a 2004, con el control de la Generalitat, que Artur Mas recuperó para la formación en 2010.

En un incesante ejercicio de transformismo político, durante estos cinco últimos años CDC ha pasado de acceder de nuevo al control de la Generalitat gracias a los votos del PP a poder gobernar con la abstención del PSC, para pactar luego con ERC y estar ahora mendigando los votos de la CUP para que Mas pueda ser reelegido como presidente de la Generalitat.

Por el camino ha quedado el cambio radical del autonomismo nacionalista al independentismo más exaltado, la ruptura de CiU con la traumática escisión de UDC, la difuminación de CDC en una candidatura conjunta con ERC y las organizaciones secesionistas, y, de cara a los comicios del 20D, una nueva candidatura en la que CDC vuelve a ocultar sus siglas en una coalición con dos socios de escasa o nula entidad política.

Pero el transformismo prosigue y deviene ya en puro travestismo cuando Artur Mas propone esta nueva «refundación» de CDC. Fracasada aquella «refundación» que intentó ya algunos años atrás con la pomposamente denominada «Casa Gran del Catalanisme», el «nuevo partido para el nuevo país» debería aglutinar en una sola formación a liberales, socialdemócratas y socialcristianos. Todos ellos unidos con el objetivo de la independencia.

Como en el juego de la oca, CDC regresa siempre a la casilla de salida. Se trata, una vez más, de intentar crear «el pal de paller», el eje vertebrador de la política catalana. Aunque una formación de este tipo no exista en ningún otro país –el también independentista Partido Quebequés (PQ) fracasó en su intento-, esta suele ser una tentación muy propia de las formaciones políticas independentistas, partidarias siempre del unanimismo.

La ya inminente defunción de CDC, tras más de cuarenta años de existencia, no es más que un intento desesperado de Artur Mas y sus seguidores de salvar los muebles de un partido desnortado, que, por confundir tal vez sus deseos con la realidad, se ha echado al monte, ha renunciado a su centralidad, transversalidad y moderación y se ve, además, muy condicionado por un calendario judicial que a corto, medio e incluso a largo plazo le asediará con innumerables episodios de corrupción.

Y es que, por mucho que uno se empeñe en olvidarlo, «aunque la mona se vista de seda, en mona se queda».