La decadencia de Cataluña, o abrir los regalos
El rearme intelectual de la socialdemocracia madrileña parece consistir una vez más en importar opinadores y maîtres à penser del catalanismo más o menos progresista
Mientras persiste el raca raca confederalizante de Ximo Puig y los varios socialistas que andan adelantando ocurrencias para un nuevo big bang descentralizador, algunos movimientos de la Corte nos indican que una parte de las élites madrileñas sigue bajo el embrujo catalán; y en qué medida la decadencia del Principat corre pareja al desguace intelectual y moral de esas élites.
Por un lado, Cataluña se ha convertido en refugio de antiguas luminarias cuando salen despedidas del Gobierno Sánchez: si hace un par de meses Iglesias se mudaba a Barcelona a la sombra de Roures, la semana pasada fue Iván Redondo quien anunció que se convertía -Oficina de Conflictos de Intereses mediante- en asesor áulico del Conde de Godó.
Por otro, el rearme intelectual de la socialdemocracia madrileña parece consistir una vez más en importar opinadores y maîtres à penser del catalanismo más o menos progresista. Así la renovada sección de opinión de El País. Madrid cederá -quizás- ministerios, altos tribunales y agencias independientes, pero a cambio espigará las mejores mentes de Cataluña.
Este puente aéreo de materias grises tiene más que ver con los juegos de poder de la Corte y de las élites aspirantes que con la vitalidad, tan distinta hoy, de ambas ciudades. Varios análisis recientes coinciden en señalar uno de los hitos de la degradación de Barcelona: el “documental” Ciutat Morta, premiado por el Ayuntamiento de Trías y promocionado a bombo y platillo por TV3.
Y podríamos hablar de la “pulsión de muerte” de una ciudad empeñada en elegir para las máximas responsabilidades municipales a un grupo de activistas sin experiencia ni más bagaje que un programa para el decrecimiento, esto es, el empobrecimiento, que ha culminado la conversión de la antaño ciudad puntera de España en un parque temático de la cochambre. Tampoco es casual que buena parte de esos activistas procedan de los mismos entornos -periodísticos, audiovisuales, sociales- de los que surgió Ciutat Morta. Nomen est omen.
El “constitucionalismo” español, definido en gran parte por refugiados de izquierdas tras los sucesivos abandonos de Aznar y Zapatero, ha señalado siempre la culpa de un torvo nacionalismo ancestral. Pero una decadencia como la catalana no se explica, o no sólo, por la burricie de una pequeña burguesía nacionalista, por mucho que la hayan empoderado sucesivos gobiernos autonómicos.
El Programa 2000 de Pujol abogaba -según nos recuerda la propia nota de El País de octubre de 1990, escrita por un José Antich– por una sociedad catalana en la que tuvieran vigencia «Ios valores cristianos» y se reconociera la «necesidad de tener más hijos para garantizar su personalidad colectiva”. Pero a la altura del S. XX en que se formuló el programa, las facultades de comunicación y ciencias sociales ya no producían clérigos burgueses, sino activistas de izquierdas.
El experimento catalán con el nation building no ha alumbrado tanto una pequeña nación europea -en retrospectiva, ¿cómo demonios podía hacerlo?– como un territorio al margen de la ley, desnacionalizado en sentido profundo, al estilo de los no-lugarespolíticos del siglo XXI. Como en otros momentos de la vida española, Cataluña ha mostrado antes que nadie un camino posible, no necesariamente el mejor.
La decadencia ha alcanzado, claro, a la única institución real de Cataluña: su club nacional de fútbol. O acaso la del fútbol la haya precedido, tal como propuso Espada para la efusión del Procés. El cacareado “modelo” resultó ser, en palabras de Enrique Díaz, “Messi más cantidades industriales de bullshit”, y cantidades también desorbitadas de deuda. Pero Bartomeu iba mundo adelante glosando las maravillas de la gestión del club, y se recuerdan pocos periodistas que preguntasen quién pagaba todo aquello. Como en el resto de la degradación catalana, la prensa tiene un papel central por omisión y por acción en la debacle.
Mientras asistimos al declive de la comunidad, de la ciudad y de sus símbolos, la fascinación de esas ciertas élites madrileñas por el catalanismo pasa de curiosidad a morbo. La disparidad de los rumbos emprendidos por Cataluña y, no ya Madrid, sino Andalucía y otras comunidades, hace aún más extravagante la pretensión de “arreglar” España importando las recetas y hasta el personal que tan excelsos resultados han producido allí.