La década que va a cambiar España
Por recomendación de mi amigo Abel Cutillas, propietario junto con Isabel Sucunza de la librería Calders, estoy leyendo un libro magnífico: Seis años que cambiaron el mundo (Ariel, 2016), cuya autora es la prestigiosa historiadora francesa Hélène Carrère d’Encausse (1929), quien también es secretaria perpetua de la Academia francesa.
Carrère d’Encausse, que desciende de una familia de aristócratas georgianos, posee en su haber una muy buena obra historiográfica dedicada a estudiar la historia rusa y su principal dinastía, los Romanov, así como varios e imprescindibles libros sobre la historia de la URSS y sus dirigentes, Lenin y Stalin.
Su extensa bibliografía es poco conocida en España, seguramente porque su tesis principal, expuesta en un libro publicado en francés en 1978 y jamás traducido al español, no gustó a los principales mandarines comunistas que dominaban en las aulas de las universidades españolas. Carrère d’Encausse sugirió que las nacionalidades y la pujanza de las repúblicas asiáticas con altos índices de natalidad acabarían con el imperio soviético, Eso de que las nacionalidades podían llegar a ser un sujeto histórico no cuadraba con el economicismo imperante bajo el franquismo ni con el ideologismo izquierdista que no dejaba ver el bosque frondoso de la historia.
Supongo que fue por este motivo que ninguna editorial quiso publicar L’Empire éclaté. La Révolte des nations en U.R.S.S. y nos tuvimos que conformar con que Ediciones Rialp, una editorial ligada al Opus Dei y dirigida desde sus comienzos en 1949 por el intelectual y poeta José Luis Cano (1911-1999), publicara en 1991 El triunfo de las nacionalidades: el fin del imperio soviético.
Bien es verdad que en 1977 Anagrama publicó uno de esos pequeños cuadernos que hicieron famosa a la editorial de Jorge Herralde (1935), con el título Comunismo y/o nacionalismo. Este libro, sin embargo, se confeccionó con dos artículos de la historiadora francesa («Comunismo y nacionalismo» y «Unidad proletaria y diversidad nacional. Lenin y la teoría de la autodeterminación»), seguidos por otros dos, uno de la militante del grupo Socialisme ou barbarie Yvon Bourdet (1920-205), «Proletariado universal y culturas nacionales», y otro de Miquel Barceló (1939-2013), el medievalista mallorquín afincado en Cataluña: «Una nota sobre la cuestión nacional «española»». Eran tiempos autodeterministas en Cataluña y los comunistas catalanes buscaban argumentos donde fuera para resolver ese «y/0» disyuntivo del título del libro.
No es habitual que los historiadores reconozcan la fuerza de las nacionalidades en los cambios históricos. Su mirada es casi siempre crítica. Es por eso que resulta incomprensible que haya independentistas catalanes que citen a Eric J. Hobsbawm (1917-2012) como fuente de autoridad, aunque su interpretación fuese hostil al nacionalismo y beba del estalinismo, simplemente porque en las facultades de este país se le ensalza como la quintaesencia de la historiografía marxista británica.
Por eso la interpretación de Carrère d’Encausse es importante, porque se aleja de la concepción ideológica marxista y estalinista sobre las nacionalidades y pone el punto de mira en su evolución histórica y el predomino ruso sobre el conjunto soviético, en consonancia con lo que también defendió la socióloga norteamericana, de origen ruso, Liah Greenfeld (1954) en su famoso libro Nacionalismo. Cinco vías a la modernidad (CEPC, 2005, original inglés de 1992), donde expuso que el nacionalismo ruso era, colectivista y autoritario, al igual que el alemán y el francés, por oposición al de signo cívico e individualista que surgió en Inglaterra, transferido luego a los Estados Unidos, en el siglo XVI, después de la llamada Guerra de las Dos Rosas.
Eso me lo enseñó mi maestro Josep Termes (1939-2011) y seguramente hoy quien mejor lo interpreta desde Cataluña no es ningún historiador, sino el periodista Llibert Ferri, enviado especial de la cadena TV3 en Europa central y oriental y en la antigua Unión Soviética entre 1987 y 2007. Él es, seguramente, uno de los grandes analistas peninsulares acerca de la caída del imperio soviético y el derrumbe de los regímenes comunistas en los países del Este. Lo ha contado en un buen número de libros, la mayoría escritos en catalán, poniendo también énfasis en la batalla librada por las nacionalidades contra el hegemonismo ruso sin caer en los típicos anacronismos periodísticos.
No voy a comparar España con la URSS. No tienen nada que ver, exceptuando que el nacionalismo español es, como el ruso, el francés y el alemán, y por lo tanto de corte colectivista y autoritario. La historiografía española debatió hace ya bastantes años sobre la debilidad o no del nacionalismo español para explicar la persistencia de las nacionalidades en la España contemporánea y por qué surgieron los nacionalismos alternativos. Esa no fue nunca la cuestión.
El fracaso del nacionalismo español en Cataluña no se puede explicar en absoluto porque no fuese suficientemente fuerte o impositivo. Lo fue hasta el punto, aunque haya historiadores que lo nieguen, que la última Guerra Civil fue motivada, también, por el auge del nacionalismo catalán. No fue la única causa del levantamiento fascista, pero no se puede obviar a la luz incluso del adjetivo «nacional» que sirvió para designar a los partidarios de Franco.
España está sumida en una crisis nacional desde el siglo XVII, con los altibajos propios de cada coyuntura, en especial la que en esta última década ha agitado la política española tanto o más que el 15-M. La nueva «revuelta catalana», con permiso de sir John Elliott, el mejor historiador de la revuelta de 1598-1640 que enfrentó al gobierno centralista de la monarquía hispánica con Cataluña, cuyos habitantes defendían sus leyes y sus libertades nacionales como garantía de la supervivencia de una comunidad histórica, se parece a aquélla porque persigue lo mismo que entonces: la secesión.
La monarquía veía en las constituciones catalanas un obstáculo molesto para la creación de un sistema político que se quería más eficiente. Utilizó la fuerza hasta vencer, so pena de perder Portugal y sentar sobre los catalanes «su férrea planta para tenernos siempre a sus pies», como anotó el literato y ministro español Víctor Balaguer (1824-1901) en su libro Bellezas de la Historia de Cataluña (1853).
La siguiente guerra, la de Sucesión, además de ser otra vez fruto de un conflicto internacional, en Cataluña se planteó de la misma manera y las autoridades catalanes volvieron a perder ante la fuerza bruta española y de sus aliados franceses.
Después de esas dos derrotas vino la «rectificación» catalana. El catalanismo político del siglo XIX optó por convertirse en el «factor de modernización» español, lo que fue muy bien explicado por el profesor Vicente Cacho Viu (1929-1997) y liga perfectamente con las tesis de Greenfeld sobre que el nacionalismo no es consecuencia de la modernidad, sino lo contrario, y por eso debe ser considerado como uno de los motores de la modernidad.
Como en toda Europa, en Cataluña el romanticismo se esmeró en rehabilitar el pasado. La visión romántica catalana de las revueltas de 1640 y 1714 adquirió un acentuado carácter emocional, contra Castilla y sus abusos, sin intención antiespañola, lo que tuvo su réplica por parte de quien fuera el arquitecto de la primera Restauración (1875-1923), Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897).
Él, historiador y jefe de Gobierno de la monarquía alfonsina, puso en circulación en su Historia de la decadencia de España (1854) la idea de que las «rebeliones particularistas» catalana y portuguesa desgraciadamente pusieron en tela de juicio la nación española y por lo tanto se apartó de las críticas de los liberales españoles del XIX y la historiografía catalana decimonónica contra el «tirano» Conde-Duque de Olivares (1587-1645). La historiografía franquista tomó prestada esa interpretación que, a pesar de los pesares, sigue aún vigente entre algunos historiadores del nacionalismo español.
Perdónenme por la larga explicación histórica que les acabo de ofrecer pero el fin de año es un buen día para hacer un balance de la década que se acaba. En todos los conflictos también se dirime el relato histórico. Ustedes lo pueden constatar, por ejemplo, en los acuerdos entre las FARC y el gobierno de la república de Colombia, que prevén la creación de una Comisión Histórica del Conflicto para determinar el abasto temporal de una guerra que ha durado por lo menos medio siglo.
La historia es importante pero de ninguna manera justifica nada. El conflicto entre Cataluña y España tiene raíces muy profundas e históricamente probadas, aunque lo que está ocurriendo ahora mismo tiene un inicio bastante claro que se puede fechar fácilmente. El engaño de 2005 de José Luís Rodríguez Zapatero al tripartito catalán sobre la viabilidad del nuevo Estatuto simplemente porque estaba en la oposición cuando lo prometió, se vio reforzado por la campaña en contra del PP, con grandes dosis de xenofobia anticatalana, una vez aprobado en 2006.
Eso pasó ya hace una década y del mismo modo que el independentismo catalán hoy se decanta por defender la «pertenencia» de los individuos a una comunidad soberana para superar el debate sobre la identidad, que fue lo propio del catalanismo, España no saldrá indemne del proceso secesionista catalán. Estallará como estalló la URSS cuando las repúblicas bálticas se pusieron a andar y Polonia y la República Democrática Alemana se deshicieron del yugo soviético para construir una soberanía real que sólo tenía nominalmente. Cayó el Muro, inesperadamente, y la URSS se fue al carajo. Da que pensar.
* * *
PS: Cuando fui a buscar el libro de Carrère d’Encausse a la Calders, mi «librero de guardia» me recomendó un libro de su hijo, Emmanuel Carrère (1957). La verdad es que no sabia que fuesen madre e hijo. El libro en cuestión es otra novela de no ficción, Limónov, en la que cuenta la historia de un personaje «a la vez Houellebecq, Lou Reed y Cohn-Bendit» —escribe Carrère—, y es un compendio de la historia rusa reciente.
Se trata de un exiliado soviético reconvertido en intelectual pequeñoburgués en París, que se traslada Nueva York para hacer luego el camino de vuelta como nostálgico del estalinismo y revolucionario profesional, líder de los cabezas rapadas en el Partido Nacional Bolchevique, aliado y más tarde enemigo íntimo de Gary Kaspárov, y desde 2005 preso político en Lefortovo (el Alcatraz ruso) y después en el flamante campo de prisioneros Engels, en el Volga (llamado por los presos el Eurogulag), por intentar derrocar a Vladímir Putin.
Fascinante. Cuando acabe el libro de la historiadora, leeré el de su hijo reportero y escritor, pues parece tan genial como su madre.